sábado, 21 de septiembre de 2013

KATHY FAGAN [10.547]


Kathy Fagan

(Nueva York, EEUU)

Creció en Nueva York y California. Es autora de cuatro libros de poemas: The Raft (Dutton, 1985), MOVING & ST RAGE, galardonado con el premio Vassar Miller (University of North Texas Press, 1999); The Charm (Zoo Press, 2002) y Lip (Eastern Washington University Press, 2009). Está trabajando en su quinto poemario, Sycamore. Sus poemas han sido ampliamente publicados en revistas y antologías de los Estados Unidos. Ha recibido becas de la NEA, la Ingram Merril Foundation y el Ohio Arts Council. En la actualidad, es profesora de Inglés en la Ohio State University, donde también coedita The Journal.

    

Traducción y nota: Natalia Carbajosa





Invectiva

Me enfurecen las casas,
cada una con su propio tejado y los mismos
árboles estúpidos.

Odio todas las parcelas de césped,
que solo están presentables
unos ocho minutos de un jueves de Junio
de algún año bisiesto.

Y la gente que cose,
y su bla bla bla todo el tiempo sobre
orillo e interfaz.

Y los golfistas con sus búnkers y áreas de castigo,
como si libraran una batalla­­—en tela escocesa,
en un parque. Quiero decir, lo que hagan en privado es asunto suyo,
pero no necesito que me lo pongan en las narices.

La moqueta de pared a pared me cabrea de verdad.
¿Quién la inventó? Matémosle.

Quememos los catálogos,
prohibamos los códigos de barras,
los todoterrenos y minivans, sobre todo
de color verde.

Castiguemos a los empleados que echan espray Lysol sobre las mesas vecinas
mientras una pretende tomarse un helado.

Y el crío detrás de mí en el avión, que vuela por primera vez:
Juro que cuando estemos sobre las nubes y diga que esto debe de ser
el cielo,
quiero darle un puñetazo.

Como Courtney Love, he empezado a creer que el pollo es malo de veras.
No lo deberíamos comer. Si lo comes, te odiaré. Ya lo creo.

Porque lo mejor de la ira
es cómo se multiplica.

Por otro lado,
el problema con la ira

—casi escribo El problema con los ángeles,
un film clásico de los 60 con monjas airadas en un autobús,
Harley Mills de estudiante, siempre airada,
y Rosalind Russell de Madre Superiora, siempre haciendo profesión
de la ira,
y con enormes pechos—,

el problema con la ira,
como me dijo mi amiga Dolores antes de morir,
es que en realidad es solo miedo disfrazado.

Pero está muerta, es todo cuanto sabía sobre ello.

Yo he estado comprando unas galletas bajas en sal en la tienda naturista 
durante muchísimo tiempo
y ahora ya no las traen.
Te puedo contar lo que eso me enfurece,
¿verdad?



Invective

I am mad at the houses,
each with its own roof and the same
stupid trees.

I hate all the lawns,
that only look good
for maybe eight minutes on a Thursday in June
some leap years.

And the people who sew,
and their blah blah blah all the time about
selvage and interfacing.

And the golfers with their bunkers and roughs
like it was a war they waged—in plaid,
in a park, I mean, what they do in private is their business,
but I don’t need it shoved in my face.

Wall-to-wall carpet really pisses me off.
Who thought of it? Let’s kill him.

Let’s burn the catalogues,
ban barcodes,
SUVs, minivans, especially
green ones.

Let’s punish employees who spray Lysol on neighboring tables
when you’re trying to eat your ice cream.

And the kid behind me on the plane, flying for the first time––
I swear, when we’re above the clouds and he says how this must be
heaven,
I want to clock him.

Like Courtney Love, I’ve begun to believe that chicken is truly evil.
We shouldn’t eat it. Eat it and I’ll hate you. I really will.

Because the great thing about anger
is how it multiplies.

On the other hand,
the trouble with anger––

I almost wrote The Trouble with Angels,
a movie classic from the 60s featuring angry nuns on a bus,
Hayley Mills as a student, who is always angry,
and Rosalind Russell as Mother Superior, who also made a career
of being angry,
and large breasted––

the trouble with anger,
as my friend Dolores told me before she died,
is that it’s really only fear disguised.

But she’s dead, is how much she knew about it.

I was buying a tasty low-salt cracker at the health food store for
the longest time
and now they don’t carry it anymore.
I can’t tell you how mad that makes me,
can I?



Visitación

Una hora antes del crepúsculo de un martes a mediados de Noviembre:
nubes golpeadas por el sol, llenas de invierno,
hayas, sicomoros, también blancos.
Cielo azul. Y además
un aroma de cielo
azul, claro como un tañido, duro como un río
en tus pulmones, razón por la que estás
de nuevo sin aliento, agradecida,
como si fuera la orilla del Sena
por donde paseas y no
la espalda mastodóntica del Medio Oeste,
una cosa gris e imposible de alzar como una infancia
por la que se ha pasado como en sueños.
En el horizonte, ahora, una especie de puerta
dorada del ocaso. Visitar
significa para ambos consuelo y aflicción, 
aunque ni uno ni el otro duren mucho.
Ese encanto de pinzones emergiendo de una acequia
te sorprende con un sonido como
de belfos, y chapotean hacia los árboles
airosamente, pequeños,
pardos, dignos de olvido como semillas,
pero ellos, también, han de cantar en tierra camino de la amarga muerte…

de The Charm (Zoo Press, 2002)



Visitation

An hour before dusk on a Tuesday, mid-November––
sunstruck clouds with winter in them,
beeches, sycamores, white with it too.
Blue sky. Also
an aroma of blue
sky, bell-clear, hard as a river
in your lungs, which is why you’re
breathless again, grateful,
as if it were the banks of the Seine
you strolled on and not
the mastodon back of the Midwest,
gray unraiseable thing like a childhood
slept through, and past.
On the horizon now a kind of golden
gate of sunset. To visit
means to both comfort and afflict,
though neither lasts long.
That charm of finches lifting from a ditch
can surprise you with a sound like
horselips, and paddle toward the trees
beautifully, small,
brown, forgettable as seeds,
but they, too, must sing on earth unto the bitter death––

Los poemas aquí presentados aparecen en el volumen Mujeres a los remos: Antología de poetas estadounidenses contemporáneas. Edición bilingüe. Tlalepaque, Jalisco: Mantis Editores, 2012.



PERPENDICULAR

Habría sido un buen sendero para que se cruzara un lagarto
pero no vi ninguno. Zarzas y escaramujos crecían
del lado de la ciudad, amapolas y hierbas silvestres junto al río.
Caluroso en exceso para los pájaros, los patos sí estaban, en el agua
y el cieno, y las ranas sí estaban, a cientos, pareciera, diciendo
Paso, Paso, con su voz más grave. Era hermoso
pero he visto la belleza y su contrario tan a menudo
que cuando el calor me acarició la piel recordé el invierno,
igual que una pena reciente te desarma cuando te despiertas del todo.
Cuando cumplió dos, le pregunté a mi joven amiga
qué serviría en su fiesta de cumpleaños y me respondió
tofu y cupcakes. Cuando tenía tres y yo estaba muy triste
me llamó y me dijo ¿Qué estás haciendo? ¿Coges flores?
Hablaba con poemas como si estuviera soñando todo el tiempo
o fuera muy vieja o Virginia Woolf. Más a menudo en el primer mundo
uno se despierta de y no en una pesadilla. Cuando soñé que perdía
a mi amor me obligué a despertarme por que no iba
a sobrevivir al dolor otra vez, incluso en sueños. ¿Quién es el responsable
de semejante clemencia, Doktor, el consciente o el inconsciente? Quiero
coger las amapolas y quiero dejar las amapolas tranquilas donde crecen.
Como mirar a través de la ventana de un tren en movimiento
a alguien que recorre una carretera bordeada de chopos
y ser alguien que recorre una carretera bordeada de chopos.
El tren y los árboles, una lluvia de pétalos y abejas,
el sol sobre el cristal y el tren perpendicular a la carretera.
Cosas que llegan únicamente por sí solas en las oscuras
sombras dobles de la hierba y los transeúntes. 

(Kathy Fagan, en el número de enero de 2015 de la revista Poetry)

(Traducción de A. Catalán)


Three Poems By Kathy Fagan
Mark Bibbins, Editor | May 17th, 2012

Sycamores at High Noon

Chalk on the blackboard
dry, I’m chalk on the street. I’m I I I.
I am your outline, your line out,
your line-up, your lesson,
Kilimanjaros infinitum,
choirs of white-washed
roller coasters past.
Gully, you know me:
the silver-linings, apostolic, lab-coated
host of me. Advancing like a wood,
more ghostly than Banquo,
I cast no shadow.
And vertically I barely creak
in wind that raised and hung me
out to dry, broken in several places,
breaking all the day I need.




November Sycamores: A Choral Valediction

                                  “the heart still beating/ Under the bark…”
                                                                                  —Ovid

The day-moon halved and see-through in the sky
Might make it hard enough for you to mind
Your feet.
               But then there’s us, our bones on blue,
Our panicked manes, snow flurries fixed or lightning’s
Ragged wedding swatches hung.
                                                  You know
The bow that frosts the cello’s strings? We’re after
That. That blizzard in the brain, electric
Synapses alight and cracking knuckles
In the belljar.
                      The side the sun finds finds
Us flare. The side sun can’t, a timber-rotted
Mud, the negative of us, our postures
No less carved by wind for that, our scribbled
Tips aloft, air trash in the subway, frenzy
Of Daphne’s upraised hands and hair.
                                                          Like her
We are beheld unheld; we will not leave
The earth alive.
                       Nor will you, in your scuffed shoes—
Our hollows, too, large enough to hide the horses in.




Sycamore in the Weak Light of Early Spring

Pettable as brushed
             nickel or skim
milk, newly
             sprouted silver
pubes and snowdrops
             suddenly dotting
the duff, the weak
             light of early spring
blows forth a self-
             portrait with no self
in it. Freshets
             rush under
curbside ice crusts—
             everything runs down
the gutter lanes.
             The old pelt,
bleached with lice
             and weather, goes
too—only the finite
             today springing forward.



No hay comentarios:

Publicar un comentario