martes, 28 de mayo de 2013

GUIDO GOZZANO [9.910] Poeta de Italia


Guido Gozzano

Guido Gustavo Gozzano nació en Turín, Italia, en 1883, muriendo prematuramente también en su ciudad en 1916. 

Su vida se vio casi por entero ligada al mundo subalpino si exceptuamos las casi obligadas estancias en zonas de alta montaña piamontesa así como en la costa de Liguria, y su viaje ajetreado curativo a la India, en 1912. Resultado del viaje fueron unos textos importantes para su carrera de escritor que leemos a partir de 1917 en una edición publicada por la editorial Fratelli Treves de Milán y con prefacio de Giuseppe Antonio Borgese con el título de Verso la cuna del mondo. Lettere dall’India. Una existencia, pues, presidida por el sufrimiento producido por las incumbencias que le provocaba la tisis, y al mismo tiempo, una lúcida preocupación artística. 

Sorprenderá al lector de su poesía el corto espacio de tiempo que tuvo el poeta turinés para realizar una obra tan extensa e influyente —ya desde su gestación, a partir de 1901— en la literatura del siglo XX en Italia. Y en efecto, desde la aparición de su primer libro de poemas, La via del rifugio, publicado en la editorial Streglio de Turín en 1907, su nombre lo tuvieron bien presente las mejores plumas de la crítica literaria del momento como las de Francesco Pastonchi, Giuseppe Antonio Borgese, Emilio Cecchi. 

Esta corta vida coincide precisamente con una etapa decisiva para el desarrollo de las poéticas europeas contemporáneas, y de manera especial, para las italianas del controvertido Novecientos: el desarrollo, maduración, e importación a través primordialmente de la obra de d’Annunzio de la literatura francesa posterior a la desrromantización del romanticismo que realizara Baudelaire, del naturalismo de Èmile Zola en narrativa que en Italia se llamará verismo, simbolismo e impresionismo (parnasianismo, el ismo..., en una palabra) en poesía y narrativa. Así como su posterior introducción e influencia en las poéticas de un país apenas unificado, gravemente azotado por un importante además de complejo proceso de industrialización, y literariamente dominado por la obra de autores plenamente decimonónicos como Giosuè Carducci, Giovanni Pascoli, y muy especialmente, por el “estetismo simbolista” y “decadente” (¿por qué no decirlo?) del citado Gabriele d’Annunzio, cuya obra funciona de auténtico motor de la poética decadente italiana. 

Un autor este último al que Gozzano admiró y también a veces con resentimiento odió, pero cuya obra es de cualquier modo decisiva para entender el espacio que Gozzano ocupó en la poesía italiana de los primeros cincuenta años de nuestro siglo. O dicho en otros términos, un autor que supuso un intrincado laberinto del que él hubiera de salir en sus “años juveniles” para la elaboración de una importante poética,  si bien lo hiciera ayudado por poetas franceses y belgas, a los que fue adicto, pero cuando él quería. Cito a alguno de ellos para completar el panorama: Francis Jammes (decisivo para su poesía madura a partir de 1907), Maurice Maeterlink, Albert Samain, Émile Verhaeren, etc. 

En síntesis: en Gozzano, como por lo demás en su generación, encontramos dos culturas claramente complementarias: una cultura provincianísima, desde luego, la que lo viera nacer, la subalpina, la turinesa. Y otra cultura europea bien combinadas una con otra al menos en su obra que forjan un extraño, jugoso, y rico conjunto artístico. 

Y aludo desde luego a la inolvidable —por tantos motivos— estética gozzaniana, llena de objetos y personajes de “bueno y pésimo gusto”, como enseguida advertirá el lector interesado en los poemas, de lirismo, y evidentemente, de la más honda ironía. Imprescindible es afirmar aún que los clásicos italianos (Dante, Petrarca, pero también Leopardi, por sólo citar a tres “clásicos”), así como la literatura italiana a él contemporánea por más “crepuscular” que se quiera funcionarán como elemento de cohesión entre ambas literaturas (o sistemas literarios), que en su poética serán sólo una.

Las historias de la literatura italiana introducen la obra gozzaniana en el movimiento literario que ya en su vida se denominó “crepuscularismo”. El movimiento acercaba las poéticas o gustos literarios de varios autores, sobre todo pertenecientes a la Italia septentrional, aunque hubiera excepciones, y muy especialmente a las regiones piamontesa y lombarda. Cito algunos nombres quizá poco conocidos en nuestro país: Enrico Thovez, Giovanni Cena, nuestro autor, Carlo Vallini, Nino Oxilia, y por también nombrar a dos poetas de la Italia meridional-central que compartieran la “estética”, Sergio Corrazini y Marino Moretti, biográficamente muy cercano al estilizado mundo de Gozzano. Para muchos críticos, es este grupo de poetas crepusculares el que representa el comienzo de un distinto modo de moverse de la lírica de la primera mitad del Novecientos. 

El segundo está propiciado por los poetas vocianos, futuristas, impresionistas; el tercero por los poetas rondistas, y finalmente, el cuarto, por los llamados en temprana época hermetistas (importante es señalar ya el nombre de Eugenio Montale, al que especialmente Gozzano influyera de modo decisivo). Personalmente, no soy demasiado amigo de solucionar el estudio de las corrientes literarias de cualquier país, o sistema cultural, aludiendo únicamente a una agrupación de “escuela”. Con todo, creo que aquí podría ser útil como panorámica general (o situación) para después abordar con más detenimiento —y la brevedad que unas páginas introductorias impone— la poética de Gozzano.  

Y hago hincapié en el término poética y no el de poesía porque en la obra de nuestro autor como bien se refleja de los textos de La vía del refugio que propongo a los lectores de El cuaderno, poesía y narrativa van íntimamente unidas, y por tanto, ambos géneros construyen uno solo en la obra que comento.  Es menos conocida por el gran público la producción narrativa de Gozzano. La atención por la narrativa, publicada en su mayoría en periódicos y revistas en vida del autor viene casi a coincidir cronológicamente con el tiempo que siguió a la publicación de I colloqui, su segundo libro de poesía y por muchos motivos “único”. He aquí algunos títulos: I tre Talismani, “La Scolastica” di A. Mondadori & C. Editrice, Ostiglia, 1914; La principessa si sposa. Fiabe (con 12 disegni a colori e 8 in nero di Golia), Milano, Treves, 1917; el citado Verso la cuna del mondo. Lettere dall’India (1912-1913), Milano, Treves, 1917; L’altare del passato, Milano, Treves, 1918; L’ultima traccia. Novelle di G. G., Milano, Treves, 1919; La moneta seminata e altri scritti con un saggio di varianti e una scelta dei documenti, ed. de F. Antonicelli, Milano, All’Insegna del Pesce d’oro, 1968.

Eugenio Montale clarificó con la lucidez que siempre le caracterizó la posición o consciente operación gozzaniana en/ con la literatura de su tiempo. En su opinión (“Guido Gozzano, dopo trent’anni”, en Sulla poesia, Milano, Mondadori, 1976), introduciendo una fuerte dosis de autoironía en la materia del dannunziano Poema Paradisiaco, el autor piamontés supo limitar al mínimo sus innovaciones formales. No  siguió adelante porque otra solución era inmadura, al menos para Gozzano. Y fundó una poesía sobre el schock que nace entre una materia psicológicamente pobre, aparentemente adaptada sólo a los tonos menores o bajos, y una sustancia verbal rica, gloriosa extremadamente complacida de sí.  

Se trata de una poética que hay que ambientarla (naturalmente la de “las buenas cosas de pésimo gusto”) entre dos referentes históricos: la poética del sentirse morir y la parnasiana. Las palabras del autor de Ossi di seppia me parecen muy clarificadoras a la hora de entender el esfuerzo realizado por los autores crepusculares (y muy especialmente por Gozzano) en la adecuación contemporánea de la palabra (por más polémica que fuera), de un tono entre irónico y sentimental de hombres sin mitos, de un tiempo intermediario cansado y desilusionado: la literatura italiana de entre siglos, con todos sus ismos, pero también sus enormes intereses renovadores. 

Hay algo importante al respecto para entender a Gozzano. La literatura crepuscular está influida, dirigida por la europea pero no influye en ella. Más bien, se dirige a realizar, como vengo defendiendo con Montale, un fenómeno muy distinto en el país que la vio nacer. Por un lado, concluyó una época, agotando hasta la saciedad y claramente su larga crisis. Por otro lado, abrió a veces con violencia la nueva época (la más cercana a nosotros), cultivando sus primeros gérmenes. Es importante en este sentido que no muchos años después del inicio del siglo la poesía italiana,  y de especial modo,  la que nace de la mano de los autores crepusculares (y no solamente) empezara a empujar a otras poéticas en Europa. Y yo pienso en Eugenio Montale, Cesare Pavese, pero también en un Umberto Saba, o el mismo Giuseppe Ungaretti. Y me acuerdo de Italo Calvino, Pier Paolo Pasolini, de la neovanguardia , por ejemplo la de Alfredo Giuliani y Edoardo Sanguineti, uno de sus mejores críticos. Con esto quiero llamar la atención sobre el efecto “puente” que los autores crepusculares (y muy especialmente Gozzano) hicieran para conectar la provincia italiana a la que desde luego no le faltaban inquietudes con las poéticas de gran desarrollo en Europa.

Afirmaba en los años sesenta Luciano Anceschi (Le poetiche del Novecento in Italia, ed. de L. Vetri, Venezia, Marsilio, 1990), refiriéndose a la obra gozzaniana, que su enfermedad, su indiferencia, fue también su fuerza, su vitalidad en el tiempo siguiente de la cultura poética. Y este tiempo siguiente me parece que es justo el que la poética de Gozzano abre potentemente, y a través del devenir de las poéticas, llega a Montale, y más tarde a Pavese, terminando en la experimentación “objetual” de la neovanguardia italiana de los años sesenta, o incluso en un antagonista a ella (y lúcido crítico de lo crepuscular), como fue el mejor Pasolini.  [Guido Gozzano. Nota editorial]



Traducción y notas:  José Muñoz Rivas


El paseo de las estatuas

... las blancas antiguas estatuas
acéfalas o chatas,
de misterio difusas
en las pupilas vacuas:

Veranos que las copias
de las flores y de las aristas
ocasionan mixturas
dentro de las cornucopias,

Dianas que sostienen el arco
y los brazos extendidos
y las pupilas dirigidas
hacia las presas al paso,

Leda que se mira
en las aguas con el reo
cándido cisne, Orfeo
que afina su lira,

Juno, Ganimedes,
Mercurio, Deucalión
y toda la legión
de otra muerta fe:

hermas defensoras
de un bello antiguo mito,
de mi tedio infinito
únicas consoladoras,

criaturas sublimes
de mármol, caras antiguas
compañeras y únicas amigas
de mis dulces años primeros:

heme aquí, retorno a vosotras,
después de la larga ausencia,
sin vida ya, sin
ilusiones, luego

que todo me ha tentado,
todo: incluso la inmortal
gloria y el bien y el mal
y todo me ha tediado.

La bisabuela mía
vosotras ya la consolabais
y ahora consoláis
a pesar de la melancolía

del pálido nieto:
habladle de la antepasada
cuando peregrinaba
en las épocas remotas,

llevando sus jadeos
por estos solos paseos
bajo sombras sepulcrales
ya hace más de cien años.

Es cierto que la misma
pena mía la tenía
pero que un sentido tenía
fino de poetisa.

¿Solamente a dolerse
venía a esta bóveda?
¿O bien alguna vez
le gustaba rimar,

cantando su dolor
entre vosotras, hermas, entre
los boj y los cipreses,
y su lejano amor?

¿Era su figura
maravillosa y fina,
la boca pequeñita
como en la miniatura?

¿Divididos los bellos cabellos
en dos bandas onduladas
así como las beatas
de Sandro Botticelli?

¿Tenía un peplo blanco
de seda adamascada
y que la gracia hábil
abría un poco de lado?

(En vano la abertura
sujetaban tres broches
de finísimos granates,
porque el caminar

lento descubría al ojo
la pantorrilla escultural
y la pierna de marfil
hasta casi la rodilla).

¿Llevaba un cinturón de bellas
Medusas en cielo sereno
que constreñía el seno
hasta arriba de las axilas?

¿Y ostentaba los bellos
piececitos empolvados
con los dedos constelados
de gemas y de camafeos?

Yo vuelvo a ver así a la solitaria
peregrinar aún entre los espesos
mirtos y entre las urnas, las hermas, cipreses
la cándida persona estatutaria.

Los faunos se doblaban a escrutar,
codiciosos, la belleza; a su pasar
se volvían las Diosas a remirar
la hermana magnífica de carne.

No siempre estuvo sola: un día despierto
pareció el recuerdo de los antiguos espectros:
y aquella mañana la poetisa apareció
toda vestida de brocado rojo.

También llevaba, contra su costumbre,
dos rosas rojas en las negras melenas:
lucían las pupilas azules como
renovadas por insólita luz.

Baja al parque y deja sobre un coro
dos libros: Don Juan y Parisina.
Luego palidece: una sombra se acerca
entre los bosques del mirto y laurel.

¿Quién viene entonces? Y entre las plantas
un joven bellísimo avanza
(Alma no tiembles, no tiembles)
y es su paso un poco claudicante.

¿Quién viene entonces a los sueños y al olvido?
(Alma no tiembles, no tiembles).
Tiene los iris color de verde mar,
es en el semblante similar a un dios.

Es Él, es Él quien viene por el maestro
camino de los laureles; he aquí: está ya de cerca
(¿y era este el lugar? ¿Este mismo?...)
y mi antepasada le pone la diestra.

Y el poeta rebelde de los Britanos
la blanca mano se inclina a besar
(Alma no tiembles, no tiembles)
Entre estos boj… Ya hace casi cien años. 


Il viale delle statue

… le bianche antiche statue
acefale o camuse,
di mistero soffuse
nelle pupille vacue:

Estati che le copie
dei fiori e delle ariste
arrecano commiste
entro alle cornucopie,

Diane reggenti l’arco
e le braccia protese
e le pupille intese
verso le prede al varco,

Leda che si rimira
nell’acque con il reo
candido cigno, Orfeo
che accorda la sua lira,

Giunone, Ganimede,
Mercurio, Deucalione
e tutta la legione
di un’altra morta fede:

erme tutelatrici
di un bello antico mito,
del mio tedio infinito
sole consolatrici,

crëature sublimi
di marmo, care antiche
compagne e sole amiche
dei miei dolci anni primi:

ecco, ritorno a voi,
dopo la lunga assenza,
senza piú vita, senza
illusïoni, poi

che tutto m’ha tentato,
tutto: anche l’immortale
gloria e il bene e il male
e tutto m’ha tediato.

La bisavola mia
voi già consolavate
ed ora consolate
pur la malinconia

del pallido nipote:
parlategli dell’ava
quando pellegrinava
nell’epoche remote,

recando i suoi affanni
per questi ermi viali
all’ombre sepolcrali,
or è piú di cent’anni.

È certo che la stessa
mia pena la teneva
però che un senso aveva
fine di pöetessa.

Soltanto a dolorare
veniva a questa volta?
oppure qualche volta
piacevale rimare,

cantando il suo dolore
tra voi, erme, lungh’essi
i bussi ed i cipressi,
e il suo lontano amore?

Era la sua figura
maravigliosa e fina,
la bocca piccolina
qual nella miniatura?

Divisi i bei capelli
in due bande ondulate
siccome le beate
di Sandro Botticelli?

Aveva un peplo bianco
di seta adamascata
e che la grazia usata
apriva un po’ di fianco?

(In vano l’apertura
fermavan tre borchiati
finissimi granati,
ché la camminatura

lenta scopriva all’occhio
il polpaccio scultorio
e la gamba d’avorio
fino quasi al ginocchio).

Portava un cinto a belle
Meduse in ciel sereno
che costringeva il seno
fin sopra delle ascelle?

Ed ostentava i bei
piedini incipriati
da i diti constellati
di gemme e di cammei?

Io rivedo cosí la solitaria
pellegrinare ancora tra gli spessi
mirti e fra l’urne e l’erme ed i cipressi
la candida persona statutaria.

I fauni si piegavano a guatarne,
cupidi, la bellezza; al suo passare
volgevansi le Iddie a riguardare
la sorella magnifica di carne.

Ma non sempre fu sola: un dí riscosso
sembrò il ricordo delle antiche larve:
e in quel mattin la poetessa apparve
tutta vestita di broccato rosso.

Anche portava, contro il suo costume,
due rose rosse nelle nere chiome:
lucevan le pupille azzurre come
rinnovellate da insüeto lume.

Scende nel parco e posa sopra un coro
due libri: Don Giovanni e Parisina.
Poi trascolora: un’ombra s’avvicina
fra i boschetti del mirto e dell’alloro.

Chi viene dunque? Ed ecco fra le piante
un giovane bellissimo avanzare
(Anima non tremare, non tremare)
ed è il suo passo un poco claudicante.

Chi viene dunque ai sogni ed all’oblio?
(Anima non tremare, non tremare).
Ha l’iridi color di verde mare,
è nel sembiante simile ad un dio.

È lui, è Lui che vien per la maestra
strada dei lauri; or ecco: è già da presso
(ed era questo il luogo? Questo stesso?...)
E l’ava mia porgegli la destra.

E il poeta ribelle dei Britanni
la bianca mano inchinasi a baciare
(Anima non tremare, non tremare)
fra questi bussi... Or è quasi cent’anni.

De «Poemas dispersos», 1904, en G. Gozzano, Le poesie, ed. de E. Sanguineti, Torino, Einaudi, 1990 [1973].


Nota del traductor José Muñoz Rivas: La palabra “busso” [“busso”  actualmente y en tiempos de Gozzano significaba “golpe”, “sacudida”] es anacrónica también en los tiempos de Gozzano. Se trata del “bosso”, el “boj”. “Entre estos boj” es correcto. Los cultismos y usos anacrónicos son normalísimos en Gozzano para provocar el mundo fantasmagórico suyo tan característico y llevar el poema al tiempo pasado y “obsoleto” donde se desenvuelve perfectamente.



De La via del rifugio, en Guido Gozzano, Poesie, ed. de Edoardo Sanguineti, Torino, Einaudi, 1990 [1973]. 





La vía del refugio

Treinta cuarenta,
todo el Mundo canta
canta el gallo
responde la gallina...

Entrecerrados los ojos, estoy
supino en el trifolio,
y veo el cuadrifolio
que no recogeré.

Madama Palomita
 se asoma a la ventana
con tres palomas en la cabeza:
pasan tres criadas...

¡Bellas como la bella
mamita vuestra, como
vuestro nombre querido
niñas de mi hermana!

... en tres caballos blancos:
blanca la silla
blanca la doncella
 blanco el palafrén...

Al hacer el corro
sortean las suertes.
(Bellos cabellos cortos
como casco rubio

refulgen en el sol).
Sortean a quién le toca
la suerte, en cantilena
apuntando las palabras.

Entrecierro los ojos, extraño
al azar de la vida.
Siento entre mis dedos
la forma de mi cráneo...

¡Pero entonces existo! ¡Oh extraño!
¡Vive entre el Todo y la Nada
esta cosa viviente
llamada guidogozzano!

Supino en la hierba
(he dicho que no quiero
recogerte, oh cuadrifolio)
no pienso qué me reserva

la Vida. ¡Oh la caricia
de la hierba! Solo anhelo
la virtud del sueño:
la inconsciencia.

Niñas de mi hermana,
y vosotras, sin saber
cantáis para mi placer
su cuento bello.

Soñar. ¡Oh aquella dulce
Madama Palomita
asomada a la ventana
con tres palomas en la cabeza!

Soñar. ¡Oh esos tres infantes
en tres caballos blancos:
 blanca la silla,
blanca la doncella!

¿Quién fue el alma sacia
que quitó de un fresco
o de un misal el fresco
 sueño de tanta gracia?

¿A cuántos niños muertos
pasó de boca en boca
la bella cantilena,
señora de las suertes?

Desde trescientos años, quizá,
desde más de cuatrocientos
se canta este canto
en el juego del cucú.

Entrecerrados los ojos, estoy
supino en el trifolio,
y veo un cuadrifolio
que no recogeré.

El arúspice me sigue 
con el ojo de una mujer...
Todavía prosigue
el canto que me adormece.

Paloma palomita
Madama no resiste,
desciende seguida
por veinte camareras,

flor de ajo y flor de aliso,
a quién es el que le toca...
La bella cantilena
se rompe de improviso.

«¡Una mariposa!»  «¡Vamos!
¡Vamos!» — Bajan el sendero
las tres niñas ligeras
como pajecillos alegres.

Una Vanesa Jo
 negra como el carbón 
alea en larga vuelta 
en el prado soleado,

y ebria parece que vaya.
Luego — ya está — se decide
 y rápida en el polvo
de la calle se posa.

Sandra, Simona, Pina
silenciosas al lado
le ponen en emboscada 
 por encima la cortina. 

¡Bellas como la bella
mamita vuestra, como
vuestro nombre bello 
niñas de mi hermana!

Ahora la Vanesa abierta
titubea y baja las alas
girando sus cortas
débiles antenas, en alerta.

Pero antes Simona
avanza, y el sombrero
se quita y el ágil brazo
extiende y la persona.

Luego con pupilas atentas
el golpe que no falla
cae sobre la mariposa
rapidísimamente.

«¡Cogida!» Es el toque
de la victoria. «¡Socorro!
Es toda terciopelo:
¡oh dadme un alfiler!»

«¡Que no escape, callada!»
Se cumple la condena
terrible; se afana
la víctima traspasada.

Bellísima. De tinta
las alas, sin retoques,
avivadas por los ojos
de un fabuloso monstruo.

«¡No quiere morir!» «¡Rápida!
¡Que sufre y me aflige!
¡Atraviésale la cabeza!
¡Pínchale en el dorso!»

¡No quiere morir! ¡Oh suplicio
de insecto! ¡Oh mole inmensa
de dolor que condensa
el Tiempo en el Espacio!

¿Por qué destino ignorado
se sufre? ¿Va dispersa
la lágrima que vierte
la Humanidad en el vacío?

Paloma palomita
Madama no resiste:
desciende seguida
por veinte camareras...

¡Soñar! El sueño alienta
la mente que prosigue:
se abandona en las treguas
el alma soñolienta,

así como aquel antiguo
brahmito de los Pattarsy
que para consolarse
se mira el ombligo.

Entrecerrados los ojos, extraño
a los azares de la vida;
siento entre mis dedos
la forma de mi cráneo.

Vendrá por sí la cosa
cierta llamada Muerte:
¿qué ayuda jadear fuerte
por la cuesta fatigosa?

Treinta cuarenta
todo el Mundo canta
canta el gallo
canta la gallina...

¿La Vida? Un juego 
digno de vituperio,
si se mantiene intacto
un deseo cualquiera.

¿Un deseo? Estoy
supino en el trifolio
y veo un cuadrifolio
que no recogeré. 


La via del rifugio

Trenta quaranta,
tutto il Mondo canta
canta lo gallo
risponde la gallina...

Socchiusi gli occhi, sto
supino nel trifoglio,
e vedo un quatrifoglio
che non raccoglierò.

Madama Colombina
 s’affaccia alla finestra
con tre colombe in testa:
passan tre fanti...

Belle come la bella
vostra mammina, come
 il vostro caro nome
bimbe di mia sorella!

... su tre cavalli bianchi:
bianca la sella
bianca la donzella
 bianco il palafreno...

Nel fare il giro a tondo
estraggono le sorti.
(I bei capelli corti
come caschetto biondo

 rifulgono nel sole).
Estraggono a chi tocca
la sorte, in filastrocca
segnando le parole.

Socchiudo gli occhi, estranio
 ai casi della vita.
Sento fra le mie dita
la forma del mio cranio...

Ma dunque esisto! O strano!
vive tra il Tutto e il Niente
 questa cosa vivente
detta guidogozzano!

Resupino sull’erba
(ho detto che non voglio
raccorti, o quatrifoglio)
non penso a che mi serba

la Vita. Oh la carezza
dell’erba! Non agogno
che la virtú del sogno:
l’inconsapebolezza.

 Bimbe di mia sorella,
e voi, senza sapere
cantate al mio piacere
la sua favola bella.

Sognare. Oh quella dolce
 Madama Colombina
protesa alla finestra
con tre colombe in testa!

Sognare. Oh quei tre fanti
su tre cavalli bianchi:
 bianca la sella,
bianca la donzella!

Chi fu l’anima sazia
che tolse da un affresco
o da un missale il fresco
 sogno di tanta grazia?

A quanti bimbi morti
passò di bocca in bocca
la bella filastrocca,
signora delle sorti?

 Da trecent’anni, forse,
da quattrocento e piú
si canta questo canto
al gioco del cucú.

Socchiusi gli occhi, sto
 supino nel trifoglio,
e vedo un quatrifoglio
che non raccoglierò.

L’aruspice mi segue
con l’occhio d’una donna...
 Ancora si prosegue
il canto che m’assonna.

Colomba colombita
Madama non resiste,
discende giú seguita
 da venti cameriste,

fior d’aglio e fior d’aliso,
chi tocca e chi non tocca...
La bella filastrocca
si spezza d’improvviso.

 «Una farfalla!» «Dài!
Dài!» — Scendon pel sentiere
le tre bimbe leggere
come paggetti gai.

Una vanessa Io
 nera come il carbone
aleggia in larghe rote
sul prato solatio,

ed ebra par che vada.
Poi — ecco — si risolve
 e ratta sulla polvere
si posa della strada.

Sandra, Simona, Pina
silenziose a lato
mettonsile in agguato
 lungh’essa la cortina.

Belle come la bella
vostra mammina, come
il vostro caro nome
bimbe di mia sorella!

 Or la Vanessa aperta
indugia e abbassa l’ali
volgendo le sue frali
piccole antenne, all’erta.

Ma prima la Simona
 avanza, ed il cappello
toglie, ed il braccio snello
protende e la persona.

Poi con pupille intente
il colpo che non falla
 cala sulla farfalla
rapidissimamente.

«Presa!» Ecco lo squillo
della vittoria. «Aiuto!
È tutta di velluto:
 oh datemi uno spillo!»

«Che non ti sfugga, zitta!»
S’adempie la condanna
terribile; s’affanna
la vittima trafitta.

 Bellissima. D’inchiostro
l’ali, senza ritocchi,
avvivate dagli occhi
d’un favoloso mostro.

«Non vuol morire!» «Lesta!
 ché soffre ed ho rimorso!
Trapassale la testa!
rinpungila sul dorso!»

Non vuol morire! Oh strazio
d’insetto! Oh mole immensa
 di dolore che addensa
il Tempo nello Spazio!

A che destino ignoto
si soffre? Va dispersa
la lacrima che versa
l’Umanità nel vuoto?

Colomba colombita
Madama non resiste:
discende giú seguita
da venti cameriste...

 Sognare! Il sogno allenta
la mente che prosegue:
s’adagia nelle tregue
l’anima sonnolenta,

siccome quell’antico
brahamino dei Pattarsy
che per racconsolarsi
si fissa l’umbilíco.

Socchiudo gli occhi, estranio
ai casi della vita;
sento fra le mie dita
la forma del mio cranio.

Verrà da sé la cosa
vera chiamata Morte:
che giova ansimar forte
 per l’erta faticosa?

Trenta quaranta
tutto il Mondo canta
canta lo gallo
canta la gallina...

La Vita? Un gioco affatto
degno di vituperio,
se si mantenga intatto
un qualche desiderio.

Un desiderio? Sto
supino nel trifoglio
e vedo un quatrifoglio
che non raccoglierò. 



El analfabeto

Nacer vio todo lo que nace
en una casa, en cincuenta años. Esposos
jóvenes, niños… Los niños ya consumidos
hoy por lo años, vio en pañales.

Pasar vio todo lo que pasa
en una casa, en cincuenta años. Los muertos
todos, él solo, con sus fuertes brazos 
compuso llorando en la caja.

Se pone el día, entre las estrellas claras,
plácido como la agonía de lo justo.
El octogenario cándido y robusto
va a la entrada, con su pitanza.

Sonríe un poco, se sienta en el roto 
banco de roble; encaja como apoyo
entre las rodillas el cuenco de madera:
cena en paz así, mientras anochece.

Con la barba prolija como un santo
enjuto, calvo, con las orejas,
la frente coronadas por greñas
el buen criado parece el Tiempo… Tanto,

tan parecido al Numen peregrino,
que yo lo veo llevar en la derecha
no el cuenco colmado de menestra,
sino la hoz fulgurante y la clepsidra.

Luce entre las glicinias hermosas
la humilde casa donde retorno solo.
El buen guarda habla: «¡Oh hijo,
cuánto te pareces al padre de tu padre!

Pero huía de las ciudades lejanas
él que le gustó la tierra y los estudios
de la tierra y la casa que tú abres
a la vida por pocas semanas…»

¡Dulce quedarse! Y fuerza es que prosiga
por el mundo en su turbia cura
el que retorna a esta casa pura
solo para concederse una tregua;

para lejos, lejos descansar los ojos
(¡de qué descansos hablan las estrellas!)
de todas esas necias mujeres bellas,
de todos esos queridos amigos necios…

¡Oh! el pequeño jardín ahora destruido
por la grama y el nabo espeso…
Escucho el buen silencio, absorto, escucho
el golpe melancólico de un fruto.

Se refleja en el gran Libro sublime
la mente fatigada por las páginas,
el corazón devastado por las pesquisas
oye la voz de las cosas primeras.

Anochece. Una noche de olvido
consuela aún esta alma niña;
llega una risa, allá desde la cocina
y el ritmo igual del chasquido.

¿En qué patio se trabaja el trigo?
Sobre el estruendo oscuro de la trilladora
se eleva un canto juvenil que dice:
¡también el buen pan — sin sueños — es vano!

Luego calla el trigo y la canción. Los rebaños
duermen a cubierto. En la noche pura
se detiene el sol: «Hazme algo de lectura:
¡afortunado que sabes leer! ¡Lee!»

¡Afortunado yo! ¡Ah! ¡Bien quisiera no saber
leer, oh Viejo, las palabras de los otros!
Bebería, inconsciente de sabores astutos,
un puro vino dentro de mi vaso.  

Y la alegría del canto para mí vagabundo
centellearía como te centellea
en la profundidad de la pupila
la buena sonrisa inmune del contagio.

Le leo las noticias del periódico:
las cosas de la guerra nunca saciada
y el horror de los pueblos que desgarra
la gran necesidad de hacerse daño.

Recuerda los días de la armada Sarda,
la guerra de Crimea, él que conoció
la tristeza en los confines de las estepas
y el asedio enemigo que se demora.

Luego cae el día con el silencio. Luego
rompe el silencio inmóvil de todo
el golpe melancólico de un fruto
que llega rodando hasta nosotros.

Y me inclino y recojo y muerdo el pero…
¡Serenidad!...  El horror de la guerra
baja en mí: ciudadano de la Tierra,
en mí: conciudadano de cada hombre.

Ahora el viejo me habla de otras orillas
de otros tiempos, de sueños… Y más me halaga
de todas, la palabra no forzada
del que no sabe leer ni escribir.

Sereno está cuando habla y no desprecia
el presente por lo mejor de otros tiempos:
«¡Oh hijo lo mejor de otros tiempos
no era más que nuestra juventud!»

También dice a veces, si me muestro
taciturno: « Tú tienes el alma llena.
Todo es ficticio en nosotros: la Luz y la Sombra:
¡ayuda mucho forjarnos a nuestro modo!

Y si la sombra sigue tú despeja
la tristeza. El dolor no existe
para quien se eleva hacia la hora triste
con la fuerza de un corazón joven.

¡Fija el dolor y ármate desde lejos,
porque la melancolía, la gran enemiga,
se dobla inerme, como hace la ortiga
que más fuerte la atrapas y menos te pica!». 

Y viene al escritorio, si me retraso:
«¡Ah! Ya los cabellos se te hacen más ralos,
estás pálido… Hace tiempo que no miras
por estos papeles el remo y el arcabuz.

¡Quien demasiado estudia loco termina!
¿Sirve el saber al cuerpo que te disminuye?
Vale mucho más una onza de buena sangre
que toda la sabiduría somnolienta».

Así razona él que no se cree
el demasiado humano cuento de un Dios,
que renegó la iglesia del olvido
por la necesidad de otra fe.

Dice: «Retorna la flor y la bisabuela.
Todo retorna vida y vida en polvo:
retornaremos, ya que todo evoluciona
en la vicisitud de un eterno cuento».

¿Pero cómo, oh Viejo, un día fue destruido
el sueño de tu mente niña?
¿Y quién te enseñó la palabra nada,
y quién te enseñó la palabra todo?

Claro, escrutando un cielo puro, un río
antiguo, meditando en el espejo
de las aguas y de las nubes errantes, el Viejo
leyó los misterios, como en un libro.

Cómo del todo se renueve en célula
todo; y la vida apagada de los cadáveres
resucite las selvas y las amapolas
y el ingenio del hombre y la libélula.

Cómo una ley sin final domine
las cosas nacidas para sí mismas, eternas…
Tanto discierne los que no discierne
los signos convenidos por los hombres.

¿Pero cómo cayó tu fe ilesa:
fe restauradora de toda llaga
para el alma niña que se satisface
en los simulacros de la Santa Iglesia?

¿Cómo ves las cosas? Sin fe,
cansado, en el umbral de la muerte,
sabes vivir sereno, oh viejo fuerte,
sonreír sereno…  ¿Cómo ves?

Miras las estrellas alcanzar los fastigios
de los abetos, contra el cielo, y la osa
dirigir las siete gemas a su carrera:
sientes el ritmo macabro de los búhos 

y el aleteo de la corneja y el aleteo
de la falena…  Por la claridad sin luna
te mueves tranquilo, viejo sabio inmune.
Tu pupila es la de un muchacho.

Alguna cosa ves tú que no veo
en esa inmensidad, con los ojos puros:
«Buena es la muerte» dices y te aventuras
serenamente a la próxima despedida.

Aún siento en tu presencia el símbolo
de una sabiduría mística y solemne;
este me tiene aún como me tuvo,
extraño misterio, cuando era niño. 

Entonces que en esta puerta misma
me contabas de guerras y otros pueblos,
hablabas del Mar Negro y Sebastopol,
de los Turcos, de Lamarmora, de Odesa.

Y en mi sueño se encendían las llamas
en los muros. Entraba la milicia
en la ciudad: una ciudad ficticia
como las que se ven en los viejos grabados,

los viejos grabados enmarcados en negro:
… los panoramas de Jerusalén,
el Gran Sultán, cargado de gemas… :
artificiosos, bellos más que lo verdadero;

los viejos grabados, gratos a los abuelos
… el alminar y tres columnas caídas,
el mar, la galera, el mercante…
ciudades vistas en los primeros sueños.

Y ahora, oh viejo, y sacias tu hambre
en el banco de roble, donde me detengo;
otro sendero busca para su refugio
el niño iluso de los grabados de cobre.



L’analfabeta

Nascere vide tutto ciò che nasce
in una casa, in cinquant’anni. Sposi
novelli, bimbi… I bimbi già corrosi
oggi dagli anni, vide nelle fasce.

Passare vide tutto ciò che passa
in una casa, in cinquant’anni. I morti
tutti, egli solo, con le braccia forti
compose lacrimando nella cassa.

Tramonta il giorno, fra le stelle chiare,
placido come l’agonia del giusto.
L’ottuagenario candido e robusto
viene alla soglia, con il suo mangiare.

Sorride un poco, siede sulla rotta
panca di quercia; serra per sostegno
fra i ginocchi la ciotola di legno:
mangia in pace cosí, mentre che annotta.

Con la barba prolissa come un santo
arissecchito, calvo, con gli orecchi
la fronte coronati di cernecchi
il buon servo somiglia il Tempo… Tanto,

tanto simile al Nume pellegrino,
ch’io lo vedo recante nella destra
non la ciotola colma di minestra,
ma la falce corrusca e il polverino.

Biancheggia tra le glicini leggiadre
l’umile casa ove ritorno solo.
Il buon custode parla: «O figliuolo,
come somigli al padre di tuo padre!

Ma non amava le città lontane
egli che amò la terra e i buoni studi
della terra e la casa che tu schiudi
alla vita per poche settimane…»

Dolce restare! E forza è che prosegua
pel mondo nella sua torbida cura
quei che ritorna a questa casa pura
soltanto per concedersi una tregua;

per lungi, lungi riposare gli occhi
(di che riposi parlano le stelle!)
da tutte quelle sciocche donne belle,
da tutti quelli cari amici sciocchi…

Oh! il piccolo giardino omai distrutto
dalla gramigna e dal navone folto…
Ascolto il buon silenzio, intento, ascolto
il tonfo malinconico d’un frutto.

Si rispecchia nel gran Libro sublime
la mente faticata dalle pagine,
il cuore devastato dall’indagine
sente la voce delle cose prime.

Tramonta il giorno. Un vespero d’oblio
riconsola quest’anima bambina;
giunge un riso, laggiù dalla cucina
e il ritmo eguale dell’acciotolio.

In che cortile si lavora il grano?
Sul rombo cupo della trebbiatrice
s’innalza un canto giovine che dice:
anche il buon pane — senza sogni — è vano!

Poi tace il grano e la canzone. I greggi
dormono al chiuso. Nella sera pura
indugia il sole: «Or fammi un po’ lettura:
te beato che sai leggere! Leggi!»

Me beato! Ah! Vorrei ben non sapere
leggere, o Vecchio, le parole d’altri!
Berrei, inconscio di sapori scaltri,
un puro vino dentro il mio bicchiere.

E la gioia del canto a me randagio
scintillerebbe come ti scintilla
nella profondità della pupilla
il buon sorriso immune dal contagio.

Gli leggo le notizie del giornale:
i casi della guerra non mai sazia
e l’orrore dei popoli che strazia
la gran necessità di farsi male.

Ripensa i giorni dell’armata Sarda,
la guerra di Crimea, egli che seppe
la tristezza ai confini delle steppe
e l’assedio nemico che s’attarda.

Poi cade il giorno col silenzio. Poi
rompe il silenzio immobile di tutto
il tonfo malinconico d’un frutto
che giunge rotolando sino a noi.

E m’inchino e raccolgo e addento il pomo…
Serenità!... L’orrore della guerra
scende in me: cittadino della Terra,
in me: concittadino d’ogni uomo.

Ora il vecchio mi parla d’altre rive
d’altri tempi, di sogni… E piú m’alletta
di tutte, la parola non costretta
di quegli che non sa leggere e scrivere.

Sereno è quando parla e non disprezza
il presente pel meglio d’altri tempi:
«O figliuolo il meglio d’altri tempi
non era che la nostra giovinezza!»

Anche dice talvolta, se mi mostro
taciturno: «Tu hai l’anima ingombra.
Tutto è fittizio in noi: e Luce ed Ombra:
giova molto foggiarci a modo nostro!

E se l’ombra s’indugia e tu rimuovine
la tristezza. Il dolore non esiste
per chi s’innalza verso l’ora triste
con la forza d’un cuore sempre giovine.

Fissa il dolore e armati di lungi,
ché la malinconia, la gran nemica,
si piega inerme, come fa l’ortica
che piú forte l’acciuffi e men ti pungi».

E viene allo scrittoio, se m’indugio:
«Ah! Già i capelli ti si fan piú radi,
sei pallido… Da tempo è che non badi
per queste carte al remo e all’archibugio.

Chi troppo studia e poi matto diventa!
Giova il sapere al corpo che ti langue?
Vale ben meglio un’oncia di buon sangue
che tutta la saggezza sonnolenta».

Cosí ragiona quegli che non crede
la troppo umana favola d’un Dio,
che rinnegò la chiesa dell’oblío
per la necessità d’un’altra fede.

Dice: «Ritorna il fiore e la bisavola.
Tutto ritorna vita e vita in polve:
ritorneremo, poiché tutto evolve
nella vicenda d’un’eterna favola».

Ma come, o Vecchio, un giorno fu distrutto
il sogno della tua mente fanciulla?
E chi ti apprese la parola nulla,
e chi ti apprese la parola tutto?

Certo, fissando un cielo puro, un fiume
antico, meditando nello specchio
dell’acque e delle nubi erranti, il Vecchio
lesse i misteri, come in un volume.

Come dal tutto si rinnovi in cellula
tutto; e la vita spenta dei cadaveri
risusciti le selve ed i papaveri
e l’ingegno dell’uomo e la libellula.

Come una legge senza fine domini
le cose nate per se stesse, eterne…
Tanto discerne quei che non discerne
i segni convenuti dagli uomini.

Ma come cadde la tua fede illesa:
fede ristoratrice d’ogni piaga
per l’anima fanciulla che s’appaga
nei simulacri della Santa Chiesa?

Come vedi le cose? Senza fedi,
stanco, sul limitare della morte,
sai vivere sereno, o vecchio forte,
sorridere pacato… Come vedi?

Guardi le stelle attingere i fastigi
dell’abetaia, contro il cielo, e l’orsa
volger le sette gemme alla sua corsa:
senti il ritmo macàbro delle strigi

e il frullo della nottola ed il frullo
della falena… Pel sereno illune
spazi tranquillo, vecchio saggio immune.
La tua pupilla è quella d’un fanciullo.

Qualche cosa tu vedi che non vedo
in quell’immensità, con gli occhi puri:
«Buona è la morte» dici e t’avventuri
serenamente al prossimo congedo.

Ancora sento al tuo cospetto il simbolo
d’una saggezza mistica e solenne;
quello mi tiene ancora che mi tenne
strano mistero, di quand’ero bimbo.

Allora che su questa soglia stessa
mi narravi di guerre e d’altri popoli,
dicevi del Mar Nero e Sebastopoli,
dei Turchi, di Lamarmora, d’Odessa.

E nel mio sogno s’accendean le vampe
sopra le mura. Entrava la milizia
nella città: una città fittizia
quali si vedon nelle vecchie stampe,

le vecchie stampe incorniciate in nero:
… i panorami di Gerusalemme,
il Gran Sultano, carico di gemme… :
artificiose, belle piú del vero;

le vecchie stampe, care ai nostri nonni
… il minareto e tre colonne infrante,
il mare, la galea, il mercatante…
città vedute nei miei primi sonni.

Ed ora, o vecchio, e sazi la tua fame
sulla panca di quercia, ove m’indugio;
altro sentiero tenta al suo rifugio
il bimbo illuso dalle stampe in rame.




Los dos caminos

Por bandas verde amarillas de innúmeras ginestas
el bello camino alpestre por el valle bajaba.

Iba con la amiga, llevando en la subida
la triste que ya pesa nuestra cadena antigua; 

cuando en el lento olvido, velozmente a la vista,
apareció una ciclista en lo alto de la cuesta.

Se nos acercó; se bajó. «¡Señora: que soy Gracia!»
sonrió con la gracia del escocés vestido.

«¿Graciela, la niña?» —  «¿Se acuerda aún de mí?»
«¡Oh sí! » Y la Señora besó a la Señorita.

«¡La pequeña Graciela! ¿Dieciocho años? ¿Ya?
¿Y cómo está Mamá? ¡Si te has puesto muy bella!

La pequeña Graciela: ¡tan mala y tan tragona!...»
«¿Se acuerda Señora de entonces? » —  «¿Y vas tan bella

en bicicleta sin compaña?... » —  «Ya ve... »
«¿Vienes un rato a pie? » —  «Señora, encantada…»

«¡Ah! Te presento, espera: él es de mi marido
un Abogado amigo. Dale la bicicleta». 

Sonrió y no respondió. Llevé por la subida
la bicicleta encendida por un gran ramo de rosas.

Y la Señora astuta y aquella niña airosa
se movieron: la cintura una cogió de la otra.

La una adolescente con su corta faldita,
mas ya mujer: bonita, vivaz, morena, fuerte 

y desenvuelta en su cuello almidonado, en la corbata,
la gran melena destocada en la gorrita de amazona.

Y yo gozaba sin hablar, con el aroma
de abetos, el aroma de aquella adolescencia.

—¡Oh vía de salud, oh virgen aparecida,
oh vía toda florecida de joyas no segadas,

quizá la buena vía serías para mi paso,
un dulce bebedizo para la melancolía.  

Oh Niña, en tus palmas tienes toda mi suerte;
descender a la Muerte tal por orillas calmas,

descender a la Nada por mi sendero humano,
mas cogerte la mano, ¡oh dulce sonriente! —

Así decía callado. Y a la Otra mientras tanto
veía: ¡triste al lado de aquella adolescencia!

Desde hace mucho bella, pero bella ya por poco,
es la que vio los juegos de la niña Graciela.

Bellos los bellos ojos extraños de la belleza 
de una flor que ya se apaga, y no tendrá mañana.

Al frío que se anuncia se doblan las rosas intactas,
pero la mujer combate en la última renuncia.

¡Oh pálidas divertidas manos por vosotras pasaron
los años! Los años, quizá, los años de mi Madre!

Bajo el cielo abierto, junto a la adolescente
¡cómo terriblemente me apareció el esfacelo!

Nada hubo más siniestro que la boca bermeja
demasiado, las pintadas pestañas y la obra del bistre

alrededor del ojo cansado, la doblez de los labios,
el engaño de los cinabrios en el rostro tan blanco,

el encendido por el veneno rubísimo cabello:
en otro tiempo bello de un gran rubio sereno.

¡Desde hace mucho bella, pero bella ya por poco,
es la que vio los juegos de la niña Graciela! 

— Oh mi corazón que valió la luz matutina
¿irradiando en la cima todos los caminos falsos?

Corazón que no floreciste, es vano que te apresures
en huertos menos tristes hacia espejismos puros.

Tú sientes que no ayuda al hombre detenerse,
tirar los sueños perdidos por una vida nueva.

Bajarás a la Nada por tu sendero humano
y no cogerás la mano a la dulce sonriente,

pero el otro brebaje tendrás hasta la muerte:
el tiempo es ya más fuerte que todo tu coraje. —

Pensaba estas cosas, llevando en la subida
la bicicleta encendida por un gran ramo de rosas.

En torno eran espesos los abetos en el asalto
de los riscos hasta el alto sobrio nevero.

Los rebaños, esparcidos a plomo, entre tintineos y mugidos
roían a los arbustos de menta la leche rica;

y lejanos y próximos unían soñolientos
un ritmo de cencerros al son de los arroyos.

— ¡Fuera los pensamientos tristes! ¿Si el amor no llega
da igual? Llega al corazón el buen olor de los bosques:

de cuáles aromas opima olor no se conoce:
¿de resina? ¿de tomillo? ¿o de serenidad?... —

Paramos junto a un prado y la Señora inclinada
besó a la Señorita, riendo al despedirse:

«Mira que esperaré, que vamos a esperarte;
tomemos té, maldigamos un poco... »

«Iré, Señora; ¡gracias! » De mis manos de prisa
quitó la bicicleta. Y no me dijo gracias.

No me habló. De un salto se subió, se hizo camino;
la máquina el crujido tuvo de un pie descalzo,

de un extraño aleteo, como seguida a su lado
por un qué sé yo alado girando con las ruedas.

Quedamos a su espalda. El camino, como cinta
sutil de alabastro, por el valle bajaba.

Voló, como suspendida la bicicleta ligera:
«¡Oh pequeña Graciela, cuidado con la bajada!»

«¡Señora!...¡adiós!...» gritó de lejos, a los aires:
de lejos mostraron sus dientes de perla un resplandor.

Graciela está lejos. Vuela, vuela la bicicleta:
«¡Amiga! Y no me ha dicho una palabra sola»

«¿Te duele?» — «¡Quizás! » —  «Fue taciturna, amor,
para ti, como el Dolor... » —  «O la Felicidad... »

Y seguí a la amiga, llevando en la subida
la triste que ya pesa nuestra cadena antigua.



Le due strade

Tra bande verdi gialle d’innumeri ginestre
la bella strada alpestre scendeva nella valle.

Andavo con l’amica, recando nell’ascesa
la triste che già pesa nostra catena antica;

quando  nel lento oblío, rapidamente in vista,
apparve una ciclista a sommo del pendío.

Ci venne incontro; scese. «Signora! Sono Grazia!»
sorrise nella grazia dell’abito scozzese.

«Graziella, la bambina?» —  «Mi riconosce ancora?»
«Ma certo!» E la Signora baciò la Signorina.

«La piccola Graziella! Diciott’anni? Di già?
La Mamma come sta? E ti sei fatta bella!

La piccola Graziella: cosí cattiva e ingorda!...»
«Signora, si ricorda quelli anni?» — «E così bella

vai senza cavalieri in bicicletta?»  —  «Vede!...»
«Ci segui un tratto a piede?» —  «Signora, volentieri...»

«Ah! Ti presento, aspetta, l’Avvocato, un amico
caro di mio marito... Dagli la bicicletta... ».

Sorrise e non rispose. Condussi nell’ascesa
la bicicletta accesa d’un gran mazzo di rose.

E la Signora scaltra e la bambina ardita
si mossero: la vita una allacciò dell’altra.

Adolescente l’una nelle gonnelle corte,
eppur già donna: forte bella vivace bruna

e balda nel solino dritto, nella cravatta,
la gran chioma disfatta nel tocco da fantino.

Ed io godevo, senza parlare, con l’aroma
degli abeti l’aroma di quell’adolescenza.

¬— O via della salute, o vergine apparita,
o via tutta fiorita di gioie non mietute,

forse la buona via saresti al mio passaggio,
un dolce beveraggio alla malinconia.

O Bimba, nelle palme tu chiudi la mia sorte;
discendere alla Morte come per rive calme,

discendere al Niente pel mio sentiere umano,
ma avere te per mano, o dolce sorridente! —

Cosí dicevo senza parola. E l’Altra intanto
vedevo: triste accanto a quell’adolescenza!

Da troppo tempo bella, non piú bella tra poco,
colei che vide al gioco la piccola Graziella.

Belli i belli occhi strani della bellezza ancora
d’un fiore che disfiora e non avrà domani.

Al freddo che s’annunzia piegan le rose intatte,
ma la donna combatte nell’ultima rinunzia.

O pallide leggiadre mani per voi trascorse-
ro gli anni! Gli anni, forse, gli anni di mia Madre!

Sotto l’aperto cielo, presso l’adolescente
come terribilmente m’apparve lo sfacelo!

Nulla fu piú sinistro che la bocca vermiglia
troppo, le tinte ciglia e l’opera del bistro

intorno all’occhio stanco, la piega di quei labri,
l’inganno dei cinabri sul volto troppo bianco,

gli accesi dal veleno biondissimi capelli:
in altro tempo belli d’un bel biondo sereno.

Da troppo tempo bella, non piú bella tra poco,
colei che vide al gioco la piccola Graziella.

— O mio cuore che valse la luce mattutina
raggiante sulla china tutte le strade false?

Cuore che non fioristi, è vano che t’affretti
verso miraggi schietti in orti meno tristi.

Tu senti che non giova all’uomo soffermarsi,
gittare i sogni sparsi per una vita nuova.

Discenderai al Niente pel tuo sentiere umano
e non avrai per mano la dolce sorridente,

ma l’altro beveraggio avrai fino alla morte:
il tempo è già piú forte di tutto il tuo coraggio. —

Queste pensavo cose, guidando nell’ascesa
la bicicletta accesa d’un gran mazzo di rose.

Erano folti intorno gli abeti nell’assalto
dei greppi fino all’alto nevaio disadorno.

I greggi, sparsi a picco, in gran tinniti e mugli
brucavano ai cespugli di menta il latte ricco;

e prossimi e lontani univan sonnolenti
al ritmo dei torrenti un ritmo di campani.

— Lungi i pensieri foschi! Se non verrà l’amore
che importa? Giunge al cuore il buono odor dei boschi:

di quali aromi opimo odore non si sa:
di resina? di timo? o di serenità?... —

Sostammo accanto a un prato e la Signora china
baciò la Signorina, ridendo nel commiato:

«Bada che aspetterò, che aspetteremo te;
si prende un po’ di the, si maledice un po’...»

«Verrò, Signora; grazie!»  Dalle mie mani, in fretta
prese la bicicletta. E non mi disse grazie.

Non mi parlò. D’un balzo salí, prese l’avvio;
la macchina il fruscío ebbe d’un piede scalzo,

d’un batter d’ali ignote, come seguita a lato
da un non so che d’alato volgente con le ruote.

Restammo alle sue spalle. La strada, come un nastro
sottile d’alabastro, scendeva nella valle.

Volò, como sospesa la bicicletta snella:
«O piccola Graziella, attenta alla discesa!»

«Signora!...  arrivederla!»  Gridò di lungi, ai venti:
di lungi ebbero i denti un balenío di perla.

Graziella è lungi. Vola vola la bicicletta:
«Amica! E non m’ha detta una parola sola!»

«Te ne duole?» — «Chi sa!» — «Fu taciturna, amore,
per te, come il Dolore...» — «O la Felicità!»

E seguitai l’amica, recando nell’ascesa
la triste che già pesa nostra catena antica.



La diferencia

Pienso y repienso: — ¿Qué piensa la oca
graznando en la orilla del canal?
¡Parece feliz! En el véspero invernal
extiende el cuello, jubilando ronca.

Zarpa, aletea, se zambulle, juega:
ni siquiera sueña con ser mortal
ni siquiera sueña con la Navidad
ni con las armas de la cocinera.

— Oh ánsar, mi cándida hermana,
tú enseñas que la Muerte no existe:
se muere de lo que se ha pensado.

Pero tú no piensas. ¡Tu suerte es bella!
Porque el ser cocinado no es triste,
triste es el pensar ser cocinado.



La differenza

Penso e ripenso: — Che mai pensa l’oca
gracidante alla riva del canale?
Pare felice! Al vespero invernale
protende il collo, giubilando roca.

Salpa starnazza si rituffa gioca:
né certo sogna d’essere mortale
né certo sogna il prossimo Natale
né l’armi corruscanti della cuoca.

— O pàpera, mia candida sorella,
tu insegni che la Morte non esiste:
solo si muore da che s’è pensato.

Ma tu non pensi. La tua sorte è bella!
ché l’esser cucinato non è triste,
triste è il pensare d’esser cucinato. 


Un remordimiento

I

Oh el tétrico Palacio Madama…
de noche… el gentío que oscurece…
Vuelvo a ver la pobre cosa,

la pobre cosa que me ama:
la tan semejante a una
pequeña actriz famosa. 

Recuerdo. Sobre el labio contraído
la voz apenas se oyó:
“¡Oh Guido! ¿Qué cosa te he hecho
tan mala para hacerme esto?”


II

Esperando que estuviese desierto
atravesamos el zaguán, pero bajo
las arcadas había parejas

de amantes… Huimos al abierto:
el bello manguito le cayó 
adornado de violetas dobles.

Oh noto perfume deshecho
de violetas y de petit-gris… 
“Pero Guido, ¿qué cosa te he hecho
tan mala para hacerme esto?”


III

El tiempo que vence no venza
la voz con la que me remuerdes,
¡oh rubia pobre cosa!

En el ojo azul pervinca,
en el pequeño cuerpo recuerdas
a la pequeña actriz famosa…

Levantó el velo. Se oyó
(¡oh tan miserable en el acto!)
aún: “¿Qué mal te he hecho,
            oh Guido, para hacerme esto?”


IV

Atravesamos por entre los raíles
la Plaza Castello, en el rostro
azotados por el hielo más vivo.

Pasaban jóvenes alegres…
Tenía una mala sonrisa:
sin embargo no soy malo,

no soy malo, si aquí
me llora en el corazón deshecho
la voz: “¿Qué mal te he hecho
            oh Guido para hacerme esto?”



Un rimorso

I

O il tetro Palazzo Madama…
la sera… la folla che imbruna…
Rivedo la povera cosa,

la povera cosa che m’ama:
la tanto simile ad una
piccola attrice famosa.

Ricordo. Sul labbro contratto
la voce a pena s’udí:
“O Guido! Che cosa t’ho fatto
di male per farmi cosí?”


II

Sperando che fosse deserto
varcammo l’androne, ma sotto
le arcate sostavano coppie

d’amanti… Fuggimmo all’aperto:
le cadde il bel manicotto
adorno di mammole doppie.

O noto profumo disfatto
di mammole e di petit-gris… 
“Ma Guido, che cosa t’ho fatto
di male per farmi cosí?”


III

Il tempo che vince non vinca
la voce con che mi rimordi,
o bionda povera cosa!

Nell’occhio azzurro pervinca,
nel piccolo corpo ricordi
la piccola attrice famosa…

Alzò la veletta. S’udí
(o misera tanto nell’atto!)
ancora: “Che male t’ho fatto,
o Guido, per farmi cosí?”


IV

Varcammo di tra le rotaie
la Piazza Castello, nel viso
sferzati dal gelo piú vivo.

Passavano giovani gaie…
Avevo un cattivo sorriso:
eppure non sono cattivo,

non sono cattivo, se qui
mi piange nel cuore disfatto
la voce: “Che male t’ho fatto
o Guido per farmi cosí?”





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