lunes, 25 de marzo de 2013

MANUEL MARÍA FLORES [9551]



Manuel María Flores
Manuel María Flores (*San Andrés Chalchicomula, Puebla, 1840 † Ciudad de México, Distrito Federal, 1885) fue un escritor y poeta mexicano durante la segunda mitad del siglo XIX. Nació en Puebla, estudió filosofía en el colegio de San Juan de Letrán, que abandonó en 1859 para combatir en la Guerra de Reforma del lado del Partido Liberal. Durante la Segunda Intervención Francesa en México fue hecho prisionero en la Fortaleza de San Carlos de Perote. Al ser liberado en 1867 fue electo diputado, y se unió al grupo de escritores de Ignacio Manuel Altamirano. Fue amigo de Manuel Acuña, con quien publicó poemas. Se relacionó con Rosario de la Peña, por quien Manuel Acuña se suicidó.



Adiós

Adiós para siempre, mitad de mi vida,
una alma tan sólo teníamos los dos;
mas hoy es preciso que esta alma divida
la amarga palabra del último adiós.

¿Por qué nos separan? ¿No saben acaso
que pasa la vida cual pasa la flor?
Cruzamos el mundo como aves de paso...
Mañana, la tumba; ¿por qué hoy, el dolor...?

¿La dicha secreta de dos que se adoran
enoja a los cielos, y es fuerza sufrir?
¿Tan sólo son gratas las almas que lloran
al torvo destino...? ¿La ley es morir...?

¿Quién es el destino...? Te arroja a mis brazos,
en mi alma te imprime, te infunde en mi ser,
y bárbaro luego me arranca a pedazos
el alma y la vida contigo... ¿por qué?

Adiós... es preciso. No llores... y parte.
La dicha de vernos nos quitan no más;
pero un solo instante dejar de adorarte,
hacer que te olvide, ¿lo, pueden...? ¡Jamás!

Con lazos eternos nos hemos unido;
en vano el destino nos hiere a los dos...
¡Las almas que se aman no tienen olvido,
no tienen ausencia, no tienen adiós!







Adoración

Como al ara de Dios llega el creyente,
trémulo el labio al exhalar el ruego,
turbado el corazón, baja la frente,
así, mujer, a tu presencia llego.

¡No de mí apartes tus divinos ojos!
Pálida está mi frente, de dolores;
¿para qué castigar con tus enojos
al que es tan infeliz con sus amores?

Soy un esclavo que a tus pies se humilla
y suplicante tu piedad reclama,
que con las manos juntas se arrodilla
para decir con miedo... ¡que te ama!

¡Te ama! Y el alma que el amor bendice
tiembla al sentirle, como débil hoja;
¡te ama! y el corazón cuando lo dice
en yo no, sé qué lágrimas se moja.

Perdóname este amor, llama sagrada,
luz de los cielos que bebí en tus ojos,
sonrisa de los ángeles, bañada
en la dulzura de tus labios rojos.

¡Perdóname este amor! A mí ha venido
como la luz a la pupila abierta,
como viene la música al oído,
como la vida a la esperanza muerta.

Fue una chispa de tu alma desprendida
en el beso de luz de tu mirada,
que al abrasar mi corazón en vida
dejó mi alma a la tuya desposada.

Y este amor es el aire que respiro,
ilusión imposible que atesoro,
inefable palabra que suspiro
y dulcísima lágrima que lloro.

Es el ángel espléndido y risueño
que con sus alas en mi frente toca,
y que deja -perdóname... ¡es un sueño!-
el beso de los cielos en mi boca.

¡Mujer, mujer! Mi, corazón de fuego,
de amor no sabe la palabra santa,
pero palpita en el supremo ruego
que vengo a sollozar ante tu planta.

¿No sabes que por sólo las delicias
de oír el canto, que tu voz encierra,
cambiara yo, dichoso, las caricias
de todas las mujeres de la tierra?

¿Que por seguir tu sombra, mi María,
sellando el labio, a la importuna queja,
de lágrimas y besos cubriría
la leve huella que tu planta deja?

¿Que por oír en cariñoso acento
mi pobre nombre entre tus labios rojos,
para escucharte detendré mi aliento,
para mirarte me pondré de hinojos?

¿Que por sentir en mi dichosa frente
tu dulce labio con pasión impreso,
te diera yo, con mi vivir presente,
toda mi eternidad... por sólo un beso?

Pero si tanto, amor, delirio tanto,
tanta ternura ante tus pies traída,
empapada con gotas de mi llanto,
formada con la esencia de mi vida;

si este grito de amor, íntimo, ardiente,
no llega a ti; si mi pasión es loca...,
perdona los delirios de mi mente,
perdona las palabras de tu boca.

Y ya no más mi ruego sollozante
irá a turbar tu indiferente calma...
pero mí amor hasta el postrer instante
te daré con las lágrimas del alma.







Amémonos

Buscaba mi alma con afán tu alma,
buscaba yo la virgen que mi frente
tocaba con su labio dulcemente
en el febril insomnio del amor.

Buscaba la mujer pálida y bella
que en sueño me visita desde niño,
para partir con ella mi cariño,
para partir con ella mi dolor.

Como en la sacra soledad del templo
sin ver a Dios se siente su presencia,
yo presentí en el mundo tu existencia,
y, como a Dios, sin verte, te adoré.

Y demandando sin cesar al cielo
la dulce compañera de mi suerte,
muy lejos yo de ti, sin conocerte
en la ara de mi amor te levanté.

No preguntaba ni sabía tu nombre,
¿En dónde iba a encontrarte? lo ignoraba;
pero tu imagen dentro el alma estaba,
más bien presentimiento que ilusión.

Y apenas te miré... tú eras ángel
compañero ideal de mi desvelo,
la casta virgen de mirar de cielo
y de la frente pálida de amor.

Y a la primera vez que nuestros ojos
sus miradas magnéticas cruzaron,
sin buscarse, las manos se encontraron
y nos dijimos "te amo" sin hablar

Un sonrojo purísimo en tu frente,
algo de palidez sobre la mía,
y una sonrisa que hasta Dios subía...
así nos comprendimos... nada más.

¡Amémonos, mi bien! En este mundo
donde lágrimas tantas se derraman,
las que vierten quizá los que se aman
tienen yo no sé que de bendición.

Dos corazones en dichoso vuelo;
¡Amémonos, mi bien! Tiendan sus alas
amar es ver el entreabierto cielo
y levantar el alma en asunción.

Amar es empapar el pensamiento
en la fragancia del Edén perdido;
amar es... amar es llevar herido
con un dardo celeste el corazón.

Es tocar los dinteles de la gloria,
es ver tus ojos, escuchar tu acento,
en el alma sentir el firmamento
y morir a tus pies de adoración.








Ausencia

¡Quién me diera tomar tus manos blancas
para apretarme el corazón con ellas,
y besarlas..., besarlas, escuchando
de tu amor las dulcísimas querellas!

¡Quién me diera sentir sobre mi pecho,
reclinada tu lánguida cabeza,
y escuchar, como en antes, tus suspiros
tus suspiros de amor y de tristeza!

¡Quién me diera posar casto y suave
mi cariñoso labio en tus cabellos,
y que sintieras sollozar mi alma
en cada beso que dejara en ellos!

¡Quién me diera robar un solo rayo
de aquella luz de tu mirar en calma,
para tener, al separarnos luego,
con qué alumbrar la soledad del alma!

¡Oh, quién me diera ser tu misma sombra,
el mismo ambiente que tu rostro baña,
y, por besar tus ojos celestiales,
la lágrima que tiembla en tu pestaña!

¡Y ser un corazón todo alegría,
nido de luz y de divinas flores,
en que durmiese tu alma de paloma
el sueño virginal de sus amores!

Pero en su triste soledad, el alma
es sombra y nada más, sombra y enojos...
¿Cuándo esta noche de la negra ausencia
disipará la aurora de tus ojos?







Bajo las palmas

Morena por el sol de mediodía
que en llama de oro fúlgido la baña,
es la agreste beldad del alma mía,
la rosa tropical de la montaña.

Diole la selva su belleza ardiente;
diole la palma su gallardo talle;
en su pasión hay algo del torrente
que se despeña desbordado al valle.

Sus miradas son luz, noche sus ojos;
la pasión en su rostro centellea,
y late el beso entre sus labios rojos
cuando desmaya su pupila hebrea.

Me tiembla el corazón cuando la nombro;
cuando sueño con ella, me embeleso;
y en cada flor con que su senda alfombro
pusiera un alma como pongo un beso.

Allá en la soledad, entre las flores,
nos amamos sin fin a cielo abierto,
y tienen nuestros férvidos amores
la inmensidad soberbia del desierto.

Ella, regia, la beldad altiva,
soñadora de castos embelesos,
se doblega cual tierna sensitiva
al aura ardiente de mis locos besos.

Y tiene el bosque voluptuosa sombra,
profundos y selvosos laberintos,
y grutas perfumadas, con alfombra
de eneldos y tapices de jacintos.

Y palmas de soberbios abanicos
mecidos por los vientos sonoros,
aves salvajes de canoros picos
y lejanos torrentes caudalosos.

Los naranjos en flor que nos guarecen
perfuman el ambiente, y en su alfombra 
un tálamo los musgos nos ofrecen
de las gallardas palmas a la sombra.

Por pabellón tenemos la techumbre
del azul de los cielos soberano,
y por antorcha de himeneo la lumbre
del espléndido sol americano.

Y se oyen tronadores los torrentes 
y las aves salvajes en conciertos,
en tanto celebramos indolentes
nuestros libres amores del desierto.

Los labios de los dos, con fuego impresos,
se dicen en secreto de las almas;
después .... desmayan lánguidos los besos 
y a la sombra quedamos de las palmas.








Ecos

Mirad la aurora,
madre del día,
¡cómo derrama
luz, alegría!

Allá en el cielo
todo es fulgores;
¡todo en la tierra
cantos y flores!

Sobre las hojas
tiemblan las perlas,
vienen las brisas
a recogerlas.

Saltando el ave
trina en la rama,
brilla el aljófar
sobre la grama.

¿Dó va el incienso,
de los aromas?
¿Qué dice el ritmo
de las palomas?...

Y todo, luce,
canta, se agita,
vida sagrada
doquier palpita.

Alza la tierra
su amante coro,
y el sol la paga
con besos de oro.

Luego, la noche
su negra tienda
abre del mundo
sobre la senda.

Y entre la sombra
muda y tranquila
asoma el astro
su alba pupila.

¿Sois, por ventura,
blancas estrellas,
del cielo al mundo
lágrimas bellas?

¿Joyas que bordan
el regio velo?
con que a la tierra
cobija el cielo?

¿Chispas que lanza
la eterna sombra?
¿Polvo que deja
Dios en su alfombra?...

Astros y flores
quizá no viera
si amor al alma
su luz no diera.

Las vagas notas
que el arpa lanza,
¿no, son el himno
de la esperanza?

El alma encierra
luz, armonía,
es una aurora
la fantasía.

Doquier que vague
mi pensamiento,
la miel recoge
de un sentimiento.

Cual mariposa
va la ilusión
sobre las flores
de la creación.

En los ruidos
que se levantan
hay dulces ecos,
voces que cantan.

Rumor de besos
y de suspiros
flota en las alas
de los céfiros.

Como en la selva
trinan las aves,
hay en el alma
voces süaves.

Ecos solemnes
desconocidos,
por voz humana
no traducidos,

Ecos que el alma
tímida esconde,
ecos que vienen
de no sé dónde.

Quizá del verbo
del alma inmensa
que dice al hombre
que vela y piensa:

"-De toda vida
yo soy la llama:
contempla, adora,
espera y ama."

Yo creo. Por eso
mi alma levanto.
Amo, y espero...
Por eso canto.









El beso

La luz de ocaso moribunda toca
del pinar los follajes tembladores;
suspiran en el bosque los rumores
y las tórtolas gimen en la roca.

Es el instante que el amor invoca,
ven junto a mí; te sostendré con flores,
mientras roban volando los amores
el dulce beso de tu dulce boca.

La virgen suspiró; sus labios rojos
apenas, ¡Yo te amo! murmuraron,
se entrecerraron lánguidos los ojos,

los labios a los labios se juntaron
y las frentes bañadas de sonrojos,
al peso de la dicha se doblaron.










El sol

Y no buscaste un sol, no; le tenías 
dentro del corazón, y ya el instante 
de su feliz oriente presentías...

¡Ese sol era Amor! Astro fecundo
que el corazón inflama 
y, con su fuego iluminando el mundo, 
como un sol en el alma se derrama. 
Ante él los sueños de la fe benditos, 
las blancas ilusiones, la esperanza,
y del alma la virgen poesía, 
todo en enjambre celestial se lanza 
a hacer en torno al corazón el día.

Así también el sol del firmamento 
fúlgido al asomar. La flecha de oro 
de su rayo primer rasga el espacio... 
En el pálido azul del éter vago, 
las últimas estrellas 
cintilan en sus limbos de topacio, 
tiemblan, se apagan tímidas... y luego 
el astro rey desde el confín profundo 
sacude sobre el mundo 
su cabellera espléndida de fuego.

Como bocas amantes 
que se aprestan al beso voluptuosas,
entreabren palpitantes 
su incensario de púrpura las rosas.
Las brisas se levantan 
a despertar los pájaros dormidos
en el tibio regazo de sus nidos, 
y ellos, alegres, despertando, cantan.
Y cantando despiertan 
el inquieto rumor de los follajes,
y el bosque todo, saludando al día 
desata la magnífica armonía
de sus himnos solemnes y salvajes.

Y todo es vida rebosando amores 
y todo amores rebosando vida. 
Desde el trémulo seno de las flores 
cargadas de rocío; 
desde el murmullo del cristal del río, 
y el retumbo soberbio de los mares; 
desde la excelsa cumbre de los montes 
y el azul de los anchos horizontes 
hasta la inmensidad del firmamento, 
es todo luz, perfumes y cantares, 
es todo amor, y vida y movimiento. 

Tu sol, el de tu amor, por mucho tiempo 
dentro de tu alma retardó su oriente; 
por mucho tiempo su divino rayo 
no iluminó sobre tu regia frente 
las lindas flores de tu rico mayo. 
Por mucho tiempo en vano la belleza 
te revistió de sus preciosas galas,
y en torno de tu espléndida cabeza 
impaciente el amor batió sus alas. 

Por mucho tiempo así. Llegó el momento,
la ansiada aurora, el despertar fecundo:
y, tú lo sabes bien: dentro de mi alma,
ante el sol de tu amor, alzose un mundo.

El mundo de mi loca fantasía,
mi mundo de poeta,
un pedazo de cielo que se abría
en la región del alma más secreta,
un enjambre de sueños voladores
en torno de dos almas cariñosas,
y del alba a los tibios resplandores
un escondido tálamo de rosas
para el sueño nupcial de los amores.

Un cáliz desbordado de embriagueces,
de inmortales delicias, 
un torrente de besos, de suspiros,
de lágrimas de amor y de caricias.
¡Ah!  ¿Dónde estaba de mi lira ardiente
la orgullosa canción que supe un día?
¿Do la palabra que, bañado en fuego,
al oído feliz de la belleza,
en otro tiempo modular sabía?
¿Do las flores gentiles que el poeta
al pasar la Hermosura derramaba
con musa fácil, juvenil e inquieta?

¿En dónde está mi audacia, en otro tiempo.
en otro tiempo tan feliz y loca...?

Ante el sol del amor que vi en tus ojos,
cayó a tus pies mi adoración de hinojos
mi alma tembló y enmudeció mi boca.







En el baño

Alegre y sola en el recodo blando
que forma entre los árboles el río
al fresco abrigo del ramaje umbrío
se está la niña de mi amor bañando.

Traviesa con las ondas jugueteando
el busto saca del remanso frío,
y ríe y salpica el glacial rocío
el blanco seno, de rubor temblando.

Al verla tan hermosa, entre el follaje
el viento apenas susurrando gira,
salta trinando el pájaro salvaje,

el sol mas poco a poco se retira;
todo calla... y Amor, entre el ramaje,
a escondidas mirándola, suspira.







Flor de un día

Yo di un eterno adiós a los placeres
cuando la pena doblegó mi frente,
y me soñé, mujer, indiferente
al estúpido amor de las mujeres.

En mi orgullo insensato yo creía
que estaba el mundo para mí desierto,
y que en lugar de corazón tenía
una insensible lápida de muerto.

Mas despertaste tú mis ilusiones
con embusteras frases de cariño,
y dejaron su tumba las pasiones
y te entregué mi corazón de niño.

No extraño que quisieras provocarme,
ni extraño que lograras encenderme;
porque fuiste capaz de sospecharme,
pero no eres capaz de comprenderme.

¿Me encendiste en amor con tus encantos,
porque nací con alma de coplero,
y buscaste el incienso de mis cantos?...
¿Me crees, por ventura, pebetero?

No esperes ya que tu piedad implore,
volviendo con mi amor a importunarte;
aunque rendido el corazón te adore,
el orgullo me ordena abandonarte.

Yo seguiré con mi penar impío,
mientras que gozas envidiable calma;
tú me dejas la duda y el vacío,
y yo en cambio, mujer, te dejo el alma.

Porque eterno será mi amor profundo,
que en ti pienso constante y desgraciado,
como piensa en la gloria el condenado,
como piensa en la vida el moribundo.








Frío

                                       Cuento Bohemio

La tarde era triste,
la nieve caía,
su blanco sudario
los campos cubría;
ni un ave volaba,
ni oíase rumor.

Apenas la nieve
dejando su huella,
pasaba muy triste,
muy pálida y bella,
la niña que ha sido
del valle la flor.

Llevaba en el cinto
su pobre calzado;
su hermano pequeño
que marcha a su lado
le dice: -"No sienten
la nieve tus pies?"

"Mis pies nada sienten"
-responde con calma-
"El frío que yo siento
lo llevo en el alma;
y el frío de la nieve 
más duro no es".

Y dice el pequeño
que helado tirita:
-"¡Más frío que el de nieve!...
¿Cuál es, hermanita?
¡No hay otro que pueda
decirse mayor!..."

-"Aquel que de muerte
las almas taladre;
aquel que en el alma
me puso mi madre
el día que a mi esposo
me unió sin amor".









Mi ángel

¡Oh! niña de mis sueños,
tan pálida y hermosa
como los lirios blancos
que besa el Atoyac;
tú la de mis recuerdos
imagen luminosa,
el ángel cuyas alas.
tocáronme al pasar;
perdona, dulce niña,
perdona si mi acento
temblando, de mi alma
levántase, hasta ti;
pero tu bella imagen
está en mi pensamiento
no sé ya desde cuándo...
quizá desque te vi,

Desde que vi tus ojos,
tus ojos de querube,
tus ojos en que el alma
se abrasa de pasión;
y desde aquel instante
otra ilusión no tuve
que darte con mi vida;
mi altivo, corazón.

Si apenas te conozco
¿Por qué te quiero tanto?
¿por qué mis, ojos ávidos
te buscan sin cesar?
¿por qué en el alma siento,
tan tétrico quebranto!
cuando tu rostro de ángel
no puedo contemplar?

¿Por qué sueño contigo
y en, ti, tan sólo pienso?
¿por qué tan dulce nombre
me llena de emoción?
¿por qué se abrasa mi alma
en este amor inmenso,
si apenas te conozco,
mujer de bendición?

No estás ante mis ojos
y por doquier te miro;
conmigo, va tu sombra
por dondequier que voy.
Escucho tu pisada,
recojo tu suspiro,
y velas a mi lado,
cuando, dormido estoy.

¿No sabes tú, no sabes,
mujer, que te amo tanto
cuanto, sobre la tierra
el hombre puede amar?
¿Que diera mi existencia
por enjugar tu llanto,
que diera... hasta mi alma,
tus plantas por besar?

Y si tuviera un mundo,
un mundo te daría;
y si tuviera un cielo,
lo diera yo también,
porque me amaras tanto,
mitad del alma mía,
que alguna vez sintiera
tus labios en mi sien...

No sientes cuando cierra
tus ojos celestiales
el ángel de los sueños
con su ala sin color,
no sientes que mi alma
sobre tus labios rojos
derrama un mar de besos
con infinito amor...?

Sé, niña, del poeta
la inspiración bendita,
la virgen de mis sueños,
la fe del corazón;
sé mi ángel, sé mi estrella,
la luz que necesita
mi espíritu sediento
de amor y de ilusión.

Extiende cariñosa
sobre mi sien tu velo;
bajo tus alas blancas
de ti camino en pos,
tu luminosa huella
me llevará hasta el cielo:
te seguiré, mi ángel,
para llegar a Dios.









No te olvido

¿Y temes que otro amor mi amor destruya?
Qué mal conoces lo que pasa en mí;
no tengo más que un alma, que es ya tuya,
y un solo corazón, que ya te di.

¿Y temes que placeres borrascosos
arranquen ¡ay! del corazón la fe?
Para mí los placeres son odiosos;
en ti pensar es todo mi placer.

Aquí abundan mujeres deslumbrantes,
reinas que esclavas de la moda son,
y ataviadas de sedas y brillantes,
sus ojos queman, como quema el sol.

De esas bellas fascinan los hechizos,
néctar manan sus labios de carmín;
mas con su arte y su lujo y sus postizos,
ninguna puede compararse a ti.

A pesar de su grande poderío,
carecen de tus gracias y virtud,
y todas ellas juntas, ángel mío,
valer no pueden lo que vales tú.

Es tan ingente tu sin par pureza,
y tan ingente tu hermosura es,
que alzar puede su templo la belleza
con el polvo que oprimes con tus pies.

Con razón me consume negro hastío
desde que te hallas tú lejos de aquí,
y con razón el pensamiento mío
sólo tiene memoria para ti.

Yo pienso en ti con ardoroso empeño,
y siempre miro tu divina faz,
y pronuncio tu nombre cuando sueño.
Y pronuncio tu nombre al despertar.

Si del vaivén del mundo me retiro,
y ávido de estudiar quiero leer,
entre las letras ¡ay! tu imagen miro,
tu linda imagen de mi vida ser.

Late por ti mi corazón de fuego,
te necesito como el alma a Dios;
eres la virgen que idolatro ciego;
eres la gloria con que sueño yo.










Nupcial

En el regazo frío 
del remanso escondido en la floresta, 
feliz abandonaba 
su hermosa desnudez el amor mío 
en la hora calurosa de la siesta. 
El agua que temblaba 
al sentirla en su seno, la ceñía 
con voluptuoso abrazo y la besaba, 
y a su contacto de placer gemía 
con arrullo, tan suave y deleitoso, 
como el del labio virginal opreso 
por el pérfido labio del esposo 
al contacto nupcial del primer beso. 
   
La onda ligera esparcía, jugando, 
la cascada gentil de su cabello, 
que luego en rizos de ébano flotando 
bajaba por su cuello; 
y cual ruedan las gotas de rocío 
en los tersos botones de las rosas, 
por el seno desnudo así rodaban 
las gotas temblorosas. 
Tesoro del amor el más precioso 
eran aquellas perlas; 
¡cuánto no diera el labio codicioso 
trémulo de placer por recogerlas! 
¡Cuál destacaba su marfil turgente 
en la onda semi-oscura y transparente, 
aquel seno bellísimo de diosa! 
¡Así del cisne la nevada pluma 
en el turbio cristal de la corriente, 
así deslumbradora y esplendente 
Venus rasgando la marina espuma! 
   
Después, en el tranquilo 
agreste cenador, discreto asilo 
del íntimo festín, lánguidamente 
sobre mí descansaba, cariñosa, 
la desmayada frente, 
en suave palidez ya convertida 
la color que antes fuera deliciosa, 
leve matiz de nacarada rosa 
que la lluvia mojó... Mudos los labios, 
de amor estaban al acento blando. 
¿Para qué la palabra si las almas 
estaban en los ojos adorando? 
Si el férvido latido 
que el albo seno palpitar hacía 
decíale al corazón lo que tan sólo, 
ebrio de dicha, el corazón oía...! 
   
Salimos, y la luna vagamente 
blanqueaba ya el espacio. 
Perdidas en el éter transparente 
como pálidas chispas de topacio 
las estrellas brillaban... las estrellas 
que yo querido habría 
para formar con ellas 
una corona a la adorada mía... 
En mi hombro su cabeza, y silenciosos 
porque idioma no tienen los dichosos, 
nos miraban pasar, estremecidas, 
las encinas del bosque, en donde apenas 
lánguidamente suspiraba el viento, 
como en las horas del amor serenas 
dulce suspira el corazón contento. 
   
Ardiente en mi mejilla de su aliento 
sentía el soplo suavísimo, y sus ojos 
muy cerca de mis ojos, y tan cerca 
mi ávido labio de sus labios rojos, 
que, rauda y palpitante 
mariposa de amor, el alma loca, 
en las alas de un beso fugitivo 
fue a posarse en el cáliz de su boca... 
   
¿Por qué la luna se ocultó un instante 
y de los viejos árboles caía 
una sombra nupcial agonizante? 
El astro con sus ojos de diamante 
a través del follaje ¿qué veía...? 
   
Todo callaba en derredor, discreto. 
El bosque fue el santuario 
de un misterio de amor, y sólo el bosque 
guardará en el recinto solitario 
de sus plácidas grutas el secreto 
de aquella hora nupcial, cuyos instantes 
tornar en siglos el recuerdo quiso... 
¿Quién se puede olvidar de haber robado 
su única hora de amor al paraíso?





Orgía

                                                 "¡Oh! que n'ai-je aussi, moi, des baissers qui dévorent 
                                                                                             des caresses qui font mourir...."        
                                                                                                                                             V. Hugo.


¡Ven, cortesana...! ¡Abrásame en delicias! 
Quiero las tempestades del placer, 
tropicales, frenéticas caricias 
con que reanime mi cansado ser. 
   
El fuego del deleite reverbera 
en tu pupila brilladora... ¡ven! 
En la férvida llama de esa hoguera 
quiero quemarme el corazón también. 
   
¡Prendan el fuego del deseo tus ojos, 
alumbren tus miradas el festín, 
mis labios beban en tus labios rojos 
ansia perpetua de placer sin fin! 
   
Del bacanal en el discorde ruido 
pase el mañana con el triste ayer... 
¿Qué importa al corazón lo que hayas sido...? 
Eres hermosa... ¡bésame, mujer! 
   
Beldad de los festines, en tu seno 
quizá mi corazón olvidaré, 
mi corazón de tempestades lleno, 
el corazón imbécil con que amé. 
   
Sí, ¡bésame, mujer...! Dame el olvido 
que busco en la demencia del festín,
entre besos y copas, aturdido... 
¿Qué me importa la dicha que perdí? 
   
¡Llenad las copas, que desborde el vino! 
¡Hay algo aquí que necesito ahogar; 
que pase por el alma un torbellino 
y barra en ella cuanto en ella hay! 
  
¡Miserable de mí! ¿Cómo no puedo 
ahogarte con mis manos, corazón...? 
Venid, bebamos, porque tengo miedo 
de volver a eso... que llamáis razón. 
   
¡Bebed, amigos! La existencia es sueño, 
y mentira de un sueño es la mujer, 
de sus caricias al letal beleño 
soñemos la mentira del placer. 
   
¡Bebed, amigos! Si al vivir soñamos, 
¿despertaremos al morir quizá...? 
¿Qué será despertar...? Y bien... ¡bebamos...! 
¡Qué importa lo que traiga el más allá...! 
   
Arde mi frente -es un volcán- ¡me abraso! 
¡Oh, si llegara de mi vida el fin...! 
¡Dame un beso, mujer...! ¡Llenad mi vaso...! 
¡Qué grato es el arrullo de un festín...! 
   
Llena, Mercedes, la apurada copa; 
bebamos... hasta el fin... así... vacía. 
Y ahora... ¡desgarra la importuna ropa, 
desnuda el seno al beso de la orgía. 
   
Mitiga de esa lámpara, la llama, 
porque quiere un crepúsculo el placer, 
el misterio nupcial que se derrama 
del velo de la sombra en la mujer. 
   
Destrenza tu magnífico cabello 
sobre la desnudez de tus hechizos; 
¡cómo seducen en contraste bello 
tan blancos hombros y tan negros rizos! 
   
¡Qué bella estás, Mercedes! ¡Me sofoca 
el vértigo letal de las delicias, 
tus besos de mujer queman mi boca, 
la angustia del placer son tus caricias! 
   
¡Mujer, mujer...! ¡Hay fiebre en tus abrazos, 
fiebre en tus labios con furor impresos... 
¡Hurra... la orgía...! ¡El choque de los vasos 
sea la música ardiente de los besos! 
   
Basta... pasó. Tu frenesí y el mío 
apaga el tedio con su mano helada; 
fantasma del placer, en el hastío 
escondes la vergüenza de tu nada. 
   
Siempre en la copa del placer el tedio, 
siempre en la copa del amor el duelo; 
para el alma ya enferma no hay remedio, 
para un maldito corazón no hay cielo. 
   
Y en vano el llanto con la pena crece... 
¿De qué sirven las lágrimas mezquinas 
si el recuerdo verdugo se guarece 
del roto corazón en las ruinas...? 
   
¿De qué sirve el amor, chispa que el cielo 
prende en el alma y lo ilumina todo, 
si en vez de alzarse se rebaja el suelo 
como reptil para arrastrarse en lodo?







Pasión

¡Háblame...! Que tu voz, eco del cielo, 
sobre la tierra por doquier me siga... 
Con tal de oír tu voz, nada me importa 
que el desdén en tu labio me maldiga. 
  
¡Mírame...! Tus miradas me quemaron, 
y tengo sed de ese mirar, eterno... 
Por ver tus ojos, que se abrase mi alma, 
de esa mirada en el celeste infierno...!  
¡Ámame...! Nada soy... pero tu diestra 
sobre mi frente, pálida, un instante, 
puede hacer del esclavo arrodillado 
el hombre-rey, de corazón gigante... 
   
Tú pasas... y la tierra voluptuosa 
se estremece de amor bajo tus huellas, 
se entibia el aire, se perfuma el prado 
y se inclinan a verte las estrellas. 
Quisiera ser la sombra de la noche 
para verte dormir sola y tranquila, 
y luego ser la aurora... y despertarte 
con un beso de luz en la pupila. 
Soy tuyo, me posees... Un solo átomo 
no hay en mi ser que para ti no sea: 
dentro mi corazón eres latido, 
y dentro mi cerebro, eres idea. 
   
¡Oh! por mirar tu frente pensativa 
y pálido de amores, tu semblante; 
por sentir el aliento de tu boca 
mi labio acariciar un solo instante; 
por estrechar tus manos virginales 
sobre mi corazón, yo de rodillas, 
y devorar con mis tremantes besos 
lágrimas de pasión en tus mejillas; 
yo te diera... no sé... ¡no tengo nada...! 
el poeta es mendigo de la tierra 
¡toda la sangre que en mis venas arde! 
¡todo lo grande que mi mente encierra! 
   
Mas no soy para ti... ¡Si entre tus brazos 
la suerte loca me arrojara un día, 
al terrible contacto de tus labios 
tal vez mi corazón... se rompería! 
Nunca será... Para mi negra vida 
la inmensa dicha del amor no existe... 
Sólo nací para llevar en mi alma 
todo lo que hay de tempestuoso y triste. 
Y quisiera, morir... ¡pero en tus brazos, 
con la embriaguez de la pasión más loca, 
y que mi ardiente vida se apagara 
al soplo de los besos de tu boca! 







Soñando

Anoche te soñaba, vida mía,
estaba solo y triste en mi aposento,
escribía... no sé qué; mas era algo
de ternura, de amor, de sentimiento.
Porque pensaba en ti. Quizás buscaba
la palabra más fiel para decirte
la infinita pasión con que te amaba.

De pronto, silenciosa,
una figura blanca y vaporosa
a mi lado llegó... Sentí en mi cuello
posarse dulcemente
un brazo cariñoso, y por mi frente
resbalar una trenza de cabello.
Sentí sobre mis labios
el puro soplo de un aliento blando,
alcé mis ojos y encontré los tuyos
que me estaban, dulcísimos, mirando.
Pero estaban tan cerca que sentía
en yo no sé qué plácido desmayo
que en la luz inefable de su rayo
entraba toda tu alma hasta la mía.

Después, largo, suave
y rumoroso apenas, en mi frente
un beso melancólico imprimiste,
y con dulce sonrisa de tristeza
resbalando tu mano en mi cabeza
en voz baja, muy baja, me dijiste:
-"Me escribes y estás triste
porque me crees ausente, pobre amigo;
pero ¿no sabes ya que eternamente
aunque lejos esté, vivo contigo?"-

Y al despertar de tan hermoso sueño
sentí en mi corazón plácida calma;
y me dijiste: es verdad... ¡eternamente!
¿cómo puede jamás estar ausente
la que vive inmortal dentro del alma?






Tu cabellera

Déjame ver tus ojos de paloma
cerca, tan cerca que me mire en ellos;
déjame respirar el blando aroma
que esparcen destrenzados tus cabellos.

Déjame así, sin voz ni pensamiento,
juntas las manos y a tus pies de hinojos,
embriagarme, en el néctar de tu aliento,
abrasarme en el fuego de tus ojos.

Pero te inclinas... La cascada entera
cae de tus rizos óndulos y espesos.
¡Escóndeme en tu negra cabellera
y déjame morir bajo tus besos!








Tu imagen

Tu imagen vino a visitarme en sueños; 
sentí un aliento acariciar mi frente, 
y luego un labio trémulo y ardiente 
que buscaba mi labio... y desperté. 
La sombra nada más, la triste sombra, 
la muda soledad, la negra calma 
imagen de la noche de mi alma, 
esto tan sólo al despertar hallé.

¡Ah! Si en la noche de la triste ausencia 
¡no me sonriera la esperanza hermosa 
de que en tu seno, virgen cariñosa, 
el sueño de la dicha he de dormir; 
yo me hundiera en mi lóbrega tristeza 
hasta llegar al seno de la muerte; 
porque no puedo ya vivir sin verte, 
porque amar y estar lejos, es morir. 
   
Pero, al menos tú sabes que te amo 
con un amor que la creación llenara, 
con un amor que el ángel envidiara 
si no fueras un ángel tú también. 
Si dueño fuera de la tierra toda, 
la tierra toda ante tus pies pusiera... 
Si fuera Dios... ¡hasta los cielos diera 
por sólo un beso en tu divina sien...! 
   
Mis noches son para soñar tu imagen, 
tu imagen es para encantar mi vida, 
mi vida para ti, virgen querida, 
y tú para mi eterna adoración. 
Tú, caricia, dulcísima del alma, 
tú, beso de los cielos desprendido 
y en medio de mis lágrimas caído, 
aquí, dentro mi mismo corazón. 
   
¡Oh! ¡ven a mí! Mi vida solitaria 
se acaba, se consume en el hastío; 
necesito de ti, dulce bien mío, 
necesito de ti para vivir. 
Es tu sombra la luz de mi camino, 
sin ti me siento el corazón ateo; 
me estoy muriendo porque no te veo, 
porque amar y estar lejos, es morir. 
   
¡Oh! si me amas también, si también lloras; 
si, a tu lado buscándome, suspiras; 
si sientes este fuego que me inspiras, 
alma de mi alma enamorada, ¡ven! 
ven a mi pecho, si en el tuyo, viva 
ardiendo está de la pasión la hoguera... 
¡Oh! ¡ven a mí! mi corazón te espera, 
que ardiendo está mi corazón también. 
   
Te veo en mi sueño... ¡Y en mi sueño, loco, 
temblando el alma de pasión, te llamo! 
y te grito... te grito... ¡que te amo! 
¡que soy tu dueño, que tu esclavo soy! 
¡que instante tras instante de mi vida, 
del corazón latido tras latido, 
para volar a ti se han desprendido, 
y que sin vida, que sin alma estoy! 
   
Te llamo en sueños... y venir te siento... 
el ruido de tu paso: me estremece, 
y mi frente, abrasada palidece 
al eco, idolatrado de tu voz. 
Y siento que te acercas... que tu aliento 
ardiente y suave mi mejilla toca, 
y que juntas tu boca con mi boca... 
¡Y despierto... con fiebre el corazón...! 
   
¡Ven...! ¡y una dicha buscaré suprema 
para pagarte la que tú me dieres, 
inundaré tu vida de placeres, 
incendiaré de amor tu corazón! 
Y entonces, cuando loco, de tus labios 
bebiendo esté torrentes de delicias, 
¡mátame, por piedad, con tus caricias! 
¡mátame entre tus brazos... de pasión!







Un beso nada más

Bésame con el beso de tu boca, 
cariñosa mitad del alma mía:
un solo beso el corazón invoca, 
que la dicha de dos... me mataría.

¡Un beso nada más! Ya su perfume
en mi alma derramándose la embriaga
y mi alma por tu beso se consume
y por mis labios impaciente vaga.

¡Júntese con la tuya! Ya no puedo 
lejos tenerla de tus labios rojos... 
¡Pronto... dame tus labios! ¡Tengo miedo 
de ver tan cerca tus divinos ojos!
Hay un cielo, mujer en tus abrazos, 
siento de dicha el corazón opreso... 
¡Oh! ¡Sosténme en la vida de tus brazos 
para que no me mates con tu beso!






                                                                                                                                
Ven

¿Me visita tu espíritu, amor mío?
Yo no lo sé; pero tu imagen bella
vino a mi lado, y en el mundo vago
del sueño, anoche, deliré con ella.

Era Chapultepec, y la ancha sombra
del canoso Alruehuelt nos daba abrigo,
la luna llena iluminaba el bosque y 
estábamos, mi vida, sin testigo.

Tú sabes lo demás....El alma mía
en su fiebre de amor feliz y loca,
a cada beso tuyo agonizaba
en el nido de amores de tu boca.

¡Oh, ven mi desposada! En el ramaje
el rayo de la luna desfallece,
y amor, el mismo amor, tálamo blando
en las hojas caídas nos ofrece.

Llegan allí, perdidos en las brisas
que el bosque perfumadas atraviesan,
arrullos de torcaces que se llaman,
suspiros de las hojas que se besan.

¡Oh, ven...! ¿Adónde estás...? Envíame loca
en el aire que pasa tus caricias,
que yo en el aire beberé tus besos
y mi alma embriagaré con tus delicias.

Ven a la gruta en que el placer anida;
el viejo bosque temblará de amores,
suspirarán de amor todas las brisas
Y morirán de amor todas las flores.

Apagará tus besos el susurro
del aura que suspira en los follajes,
y arrullarán tu sueño entre mis brazos
los himnos de los pájaros salvajes.

Y a la luz indecisa de la luna
allá a lo lejos, y de ti celosa,
la antigua Diana, de los viejos bosques
diosa caída, vagará medrosa.

La noche azul nos brinda su misterio
y templo el bosque a nuestro amor ofrece:
mi alma te busca, mi pasión te espera
y ebrio de amor mi corazón fallece.

¡Oh, ven, mi seducción, mi cariñosa!
ven a la gruta en que el placer anida,
que la dicha no mata...y si me mata
tú con tus besos me darás la vida.





   

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