jueves, 17 de enero de 2013

MARINA SERRANO [9.008]


Marina Serrano 

(Quequén, Buenos Aires, ARGENTINA 1973). Kinesióloga, fisiatra. 

Publicó los siguientes libros de poesía: 

Formación hospitalaria, Sigamos enamoradas, 2006


La diástasis de las tibias largas, Ed. Sigamos Enamoradas, 2008.
La única cosa necesaria, El Copista, 2012
Psiquis anatómica, En Danza, 2016


¿Qué fuimos a ver, Simón...?

   ¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento?
                               Evangelio de San Mateo

¿Qué fuimos a ver, Simón, al otro lado del océano,
al otro lado de las nubes, arriba y debajo,
sino hombres que nos esperaban tranquilos
deteniéndonos con el esfuerzo mínimo que requiere
tensar un hilo de globo, patear hormigas,
levantar un insecto entre los dedos
y dejarlo caminar mientras la mano gira
brindando un nuevo horizonte tan efímero y cercano
como una cinta cerrada en sus dos puntas,
cinta de Moebius.
¿Fuimos, Simón,
adultos analfabetos de la gracia que no entendían nada,
nada de nada, los arrebatos de sí mismos?

Los reyes de los barrios marginales,
el kapanga de Villa Dálmine, el barrabrava de Boca
y los negros murgueros
cayeron detenidos por las manos predicadoras,
impotencia funcional de rodillas, tétrada de Celso.

Luego volviendo al sitio de origen
de su emperramiento e ignorancia, llenos de excusas,
contando lo poco que faltó, lo injusto,
hicieron alarde de un golpe fuerte, porque así somos, Simón,
gente que desborda fuerza, y es tan bruta
que no comprende siquiera el fracaso.

La única cosa necesaria, Ediciones del Copista, Córdoba, 2012



Cena

En el interior blando
ella amolda la lengua
y su tanteo protector se propaga
hacia mis dedos en pinza
hacia lo más medial y caudal del hipogastrio,
al moverla hacia atrás
sus labios se adhieren
limpian el metal.

La de tibias largas amplía la oscuridad
mientras sus dedos, arriados en silencio
exageran mi curvatura lumbar y disparan
la mano aprehensiva.

Tras la espalda el goce no se vislumbra
entonces, puedo demorarlo.

La diástasis de las tibias largas, Ed. Sigamos Enamoradas, 2008.



EL HACHA

La cabeza de la niña al sol
columpia la montaña,
bosteza el bronquio dilatado
la amplitud íntima de la soledad.

Otro brillo y otro tallo entre ramas vivas
distraen el armado de la imagen,
prolongan el hallazgo de Tibias Largas
“la que camina por tesoros”.

El objeto que se oculta
busca su lugar entre las cosas
encuentra el goce
en quien se aferra al madero, su propio esqueleto,
y arroja a la popa del arma
aliento joven y violencia.

Entonces, ese hacha
que el desmalezador abandonó
buscó el dedo y lo hizo florecer.
La profundidad de la herida
no fue importante
la hemorragia tampoco, ella no mintió
cuando dijo que fue un rosal.
y  al correr el agua
por el apéndice articulado de su mano
la impronta de la sangre
fue una estela en la losa del lavabo
que aguardó el rehacer de la fibrina
y el auxilio de las plaquetas.

Ella espera,
guarda el hacha, el dedo, la excusa
los temores arbóreos y las raíces del retraimiento, también
los anillos perennes de las consecuencias.


POR LA VEREDA

Es difícil seguir el paso de las tibias largas,
el centro de gravedad oscila más de lo habitual
y legitíma, en cada uno de ellos
esa parsimonia inherente a su estirpe aristócrata.

Pieles y volados circundan los hombros
destacan su cintura escapular y la cabeza erguida
hace ya tanto tiempo, en pos de la razón.

Las costuras y sus aperos
traccionan en cada zancada.

Cierta necesidad de permanecer en silencio
me interrumpe,
mientras ella respira.



SANGRE ARTERIAL

El médico virgen
intenta extraer sangre arterial,
presiona su proyección
fálica y aguda
contra el vaso elástico.

Falla.

Ignora
el par de ojos mirones,
el silencio obligado de la cuadripléjica,
y sigue
con su mete saca de aguja
practicando en el antebrazo
tatuado de gigantes rojas.



LIOPHIS POECILOGYRUS SUBLINEATUS

Una culebra cruza el río
leemos a Joyce sentadas en el puente
al atardecer.

Una culebra cruza el río
rápido, de costado, igual que en el desierto
nos miramos.

Si se mueve así
¿Cuánto demora en llegar a nosotras?

Una culebra cruza el río
desaparece entre los pastos
sin que se mueva un solo cilio
como si nada hubiera ocurrido.



TIBIAS

Donde sea que ella se encuentre
las cosas se vuelven lentas,
animales invisibles y pequeños
devanan madejas algodonosas
y cuelgan de cuerpos abiertos
como su pollera.

Las tibias, especialmente largas
subyacen a la carne, a la piel,
desde el tubérculo
descienden por el borde filoso de quilla
y se expanden, mesetas
abiertas a cóndilos femorales
sostienen, les permiten rodar, deslizarse
convierten lo plano en limitante
y dejan abierta la inminencia de la catástrofe
al movimiento no permitido.

Las tibias se adelgazan en sentido caudal
pero las tibias largas lo hacen aún
más lentamente.



Infibulación[1]

Los enterrados en el patio de los conventos,
en las casas de familia, los que se van por los caños,
encéfalos verdes, 
no tienen importancia.
Si se acaba en el acto de dar a luz, que no se sepa.
Si se acaba, que no se sepa. Y si no, que no se sepa.
El no evidente principio de la independencia, 
el placer, es la diana desafiante
del hombre.


Suicidio[2]

Los zapatos acomodados en la orilla, la pollera oscura, 
y el orden de las cosas mínimas,
no como celebración sino por costumbre.
Hunde sus arcos en la pulpa tibia blanda y turbia,
el descanso de la carne es su entrega 
a las mordidas de cangrejos que trepan hacia la matriz
por aductores que no tardarán en volverse escarcha. 
Otros animales aguardan esa escarcha,
el fin del movimiento, el beneficio de lo que cicla 
y se deshace. 
Nadie sale del río como ha entrado, 
aunque haya entrado muerto.


Y te digo que mucho se le perdona, porque mucho amó. 
Y poco se perdona al que amó poco. 
Evangelio de Taciano 

Desde abajo, quizá desde otra capa de la tierra,
un horizonte iluvial o aún más profundo, 
su enojo e impotencia no eran por mi causa. 
Pensaba en la juventud, fuerza de piñones, cadenas, 
en su costumbre de avanzar, avanzar, 
y abandonar las cosas que fueron 
por las que son, y cuidar con celo 
de mí, de nosotros. 
Pero la furia dominó en la formación, 
Ialdabaot, por el padre, por la vida, 
y en su mano de costurera 
un golpe, un chasquido de plástico calibrado 
y punta metálica, cayó en uno de mis ojos. 
El acto fuera de sus cálculos 
y mis manos en el ojo, 
guardado en el párpado, y en mi frente 
que guardaba el ojo,
quiso limpiar el pecado, la culpa,
pero quieta sobre lo blanco en el consultorio
mentí acerca de la causa:
la causa última de todas las cosas 
se encuentra más allá de mi madre. 

Sobre los permisos del temperamento y sus consecuencias

El resumen es fácil: mi abuela era bipolar y mi madre le echaba la culpa 
al Valium. Después, se olvidó, o nunca supo, que no matan, 
que solo modulan los canales de cloro. 
Cuando empezaste a gritarme, los que estaban acostumbrados
como hijos culpables, o no culpables pero por las dudas, 
callaron. Tu hija, la primera. Mi abuela,  
con todos sus chifles exacerbados por la mala praxis 
y la antigua farmacología, no hacía locuras de esa clase, 
o sí, abría las persianas a las cinco de la mañana,
cocinaba con tal pasión sus compotas de manzana 
que sólo quedaba encerrarse en la oscuridad 
durante horas.  Vos, después de gritarme,
vuelta a la misma música y, como si nada, 
o como si las barras entre compases
lo hubieran indicado, seguiste tocando, 
podrían haber grabado un disco con esa nada, pero no, 
ya casi ni Cristo pisaba el salón. Y nadie estaba interesado
más que la elección del almuerzo.
Yo enfoqué hacia la puerta, entre alfombras mullidas y aspiradoras
silenciadas, para irme adonde merecía, 
igual que el resto, sin entender e incómoda 
por ese comienzo de un sentir hartazgo,  
o harta ya sin querer reconocerlo. 
Cuando el corazón de mi abuela se detuvo
una parte de mí también lo hizo. Sin dolor, pero definitivamente.
Vos también te detuviste, y me llamaste a gritos
como si todos supieran de tus deseos, de mí,
y con la sola voluntad fuera posible hallar lo ignorado. 
Mis pies, que apagaban sus sonidos entre paños negros, 
se dirigían a la luz que suponían del otro lado de la puerta,
a la esperanza ilógica del reinicio, cuando desde el otro extremo 
la afonía poderosa de tus gritos, se hizo escuchar otra vez.
Y contesté sí. 
Un sí que era no. No te necesito, adiós, gracias.




Noche sola de Lanús

Para mi amiga Ada,
En memoria de su padre, Cándido Epifanio Lotero.


Un día, todo habrá terminado
y no lo sabremos.
No habrá botellas abiertas sobre la mesa, 
no planearemos la sombra de nuestros cuerpos
bajo la luz negra y los espejos, el coito final 
de la noche, 
será como si nada. 
No asistiremos a la cita. De alguna manera, el frío 
de unos por viejos, otros por necios, o cobardes,
vendrá 
a tomar café con masas. Y la tabla 
apoyada en una pared, esperará calma el paso 
del protocolo, total
va cubrirnos para siempre 
de pie a cabeza. Y no lo sabremos.




[1] Infibulación: del latín in /

Espinos de acacia enana cierran los bordes, y la sangre corre 
por el hueco de una caña. 
En nombre del gran desconocido, las mujeres
han vengado su propia ablación con otra. 
La rajadura en el tegumento eréctil,
en los labios, deja 
errando por la tierra 
de la obligación, del sufrimiento,
ese surco 
esa ternura, que no puede siquiera llorar 
ante la hembra, primate, cetáceo, cánido, 
que goza la ingurgitación de su sexo. 

/ 'en', 'dentro', 'hacia dentro', más fībula 'hebilla', 'broche', más -ā-tiōn(em) 'acción'. Derivado de palabra antigua infībulātiōn(em) derivado del latín infībulār(e) 'perforar para abrochar'; aplicado al cierre de la vagina mediante un anillo o broche.



[2] Suicidio: del latín sui /

Nadie es capaz de odiar a otro
tanto 
como a sí mismo, 
su fuerza y constancia es inaudita,
y mentira infantil
de la violencia, creer 
que luego se estará mejor.
Porque no, 
no se estará de ninguna manera,
nunca, más allá del amor.


/´de sí mismo´, y caedĕre, ´matar´. Matar, según la DRAE es de origen discutido. Algunos han propuesto que viene de mactare, un vocablo de la lengua religiosa que significa sacrificar (un animal) a los dioses. Pero esta palabra no se usaba para expresar la idea de matar a una persona, la cual se expresaba con occidere, interficere, necare o interimere. Según Corominas, vendría del latín vulgar mattare (golpear) derivado de mattus (estúpido, dio matto en italiano). 








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