lunes, 10 de diciembre de 2012

FABIÁN SAN MIGUEL [8759]



Fabián San Miguel (Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires, Argentina, 1964). Publicó los libros de poemas Perros de la Belleza, Ediciones Ultimo Reino, en 1996; y Sueño 800 (que recibió el Subsidio a la Creación Artística de la Fundación Antorchas en 2002), Ediciones La Bohemia, en 2003. Publicó además el libro de investigación histórica 90 años. Presencia aragonesa en Buenos Aires. 1915-2005, Edición del Gobierno de Aragón, España, en 2005. Poemas y notas suyas aparecieron en revistas del interior y del exterior del país. Fue traducido al Portugués. Su cuento breve “Fluido en la espesura” fue publicado en la antología Grageas 2. Más de 100 cuentos breves Hispanoamericanos, Editorial Desde la Gente-Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, en 2010. Formó parte de La Casa de la Poesía de la Secretaría de Cultura del Gobierno dela Ciudad de Buenos Aires y de la Casa Nacional de la Poesía de la Secretaría de Cultura de la Nación Argentina. En ese marco organizó y coordinó los Festivales Internacionales de Poesía dela Ciudad de Buenos Aires (1979) y dela Argentina(2001), así como actividades relacionadas con la difusión de la poesía en varias provincias. Realizó distintas actividades para la Feria del Libro de Buenos Aires, dictó seminarios y realizó entrevistas a jóvenes narradores bajo el ámbito dela Dirección General del Libro y Promoción dela Lectura del Gobierno dela Ciudad de Buenos Aires, entre 2009 y 2011. Dictó talleres literarios en la Universidad de Buenos Aires, y actualmente desarrolla esa actividad en Centros Culturales dela Ciudad de Buenos Aires. 



De Sueño 800, Editorial La Bohemia, 2003


Sueño 801 /

estoy despierto. Hablo con alguien sobre las burbujas en la sangre. El televisor se acuesta a mi lado, con el volumen en mínimo, apenas los gestos. Lo demás lo recordaré más tarde. Busco un libro en la mesa de luz, un fogonazo. Se cae uno de los murciélagos que duermen en el taparrollo de la ventana. Sueño que sueño con un pintor sin manos, la sombra de su obra es apenas un boceto que anuncia el alba. Acaricio los hongos con la palma de los pies, es un prado extenso. Una mujer llora en otro cuarto. Estoy despier­to, anoto un recuerdo que después olvido. Cuando más tarde vuelvo al papel la escritura me parece rasgada, ajena. Temo volverme inútil.





Sueño 813 /

estoy guarecido en un maizal que se quiebra. Los relámpagos abren huellas en una habitación vacía, el lugar huele a campo abierto. Nado hasta uno de los rincones del cuarto, trato de comprender lo que sucede: en una ruta cerrada. Es de noche. No siento más que mis pies adormecidos. Las gotas de lluvia ocupan la totalidad de una mirada. El cuerpo, entrelazado en sueños, aún está seco y a cobijo. La ventana recobra mis sentidos para volverlos opacos, intransferibles. El negativo de una fotografía deja entrever a un caballo desbocado refugiarse más allá de la tormenta. Abro el vidrio y, apenas toco el aire, mis manos se estremecen. En el cielo, las cruces blancas se reflejan desde un costado del asfalto. Cuando regreso a la cama la luz me ahoga, el resto es lo que permanece en la retina.                                                                                                                                           

 



Sueño 817 /

dormido, algo me roza con cartílagos enormes. Levanta los hombros, se abre el vestido y muestra que la muerte es una mujer cambiando de forma. El aire que exhalo me increpa. Es de noche y respiro desacompasadamente entre las sombras. Los huesos se mueven tenues, a destajo. Nacen hormigueros en los extremos de mi almohada. Esta habitación es un lugar amplio que se abre en corredores infructuosos. He perdido, en la borrasca, los sentidos. No recuerdo más que un álbum familiar ennegrecido: cuerpos en poses hogareñas. La misma casa sumergida en la memoria. Busco en los rincones por el tacto, me desangro. El tiempo mudo me besa en la boca y hasta donde alcanza mi lengua los nervios traducen.




Sueño 828 /

la sed se transforma en un objeto extraño. Me aniquilan el alcohol y las pastillas. El automóvil toma velocidad, la ruta parece ocultarse. Estoy recorriendo un camino entre Dios y alguna parte. Llueve. Las sábanas parecen el rasguño de tanta intemperie. Pienso en Pollock, en cada uno de sus gestos, en el itinerario de su muerte. Recuerdo un sueño en el que bebía con él sus elementos: oscuridad, semen y el vértigo de puertas entreabiertas. Como un ángel a contrapelo esparzo, en voz alta, mis pesadillas a las tres de la madrugada. El movimiento se torna insoportable. Cierro los ojos y contengo la respiración: el vendaje de las valijas está a punto de caer, en medio del camino. La sangre de Pollock no deja de mirarme, y sé que sólo estoy atravesando la porción de noche que me corresponde.




Sueño 845 /

cierro los ojos con la amnesia de los trenes. Me suceden el adormecimiento del paisaje, las estaciones y el alcohol de las tormentas. Me aferro a las sábanas. Los gritos transparentes de la sangre ceden, poco a poco, a una luz enceguecida: es un sueño recurrente. El mismo bar, la misma noche. Cuando la moza se acerca, siento temor. Pido ginebra y me arrepiento. Algo se cae. Un gato negro inunda el terraplén de la memoria. Al caminar, sus miembros se tuercen y él se abandona a su imagen de una manera anónima, excesiva. Intento asir la botella con agua que yace junto a la cama. Mi lengua tropieza.  En la boca, el sabor de los rieles se hace audible. Busco el rasguido de una sílaba aislada, el traqueteo sedado, donde volver al cuerpo.





De El vertebradero  (libro inédito)

 Lo efímero en la escritura se convoca, entonces,
ante el detenimiento. Y, bajo el velo del instante
 (o rasgadura), queda una fauna ciega; una
colección de pequeñas vértebras que carcome
 toda nuestra integridad de percepción.
Así el instante sumido por la letra queda perplejo,
en su personal y visionario vertebradero.





El jardín, atravesado

En la fotografía, en el jardín atravesado, la luz muestra lo que falta; habla por sí misma, y dice. Pero, aun así, nadie la escucha; no hay cuerpo que responda a la mirada: apenas sombras de una fauna quieta, que se tiende. ¿Y quién sabe cuánto me quedaré aquí? Y no hay, cuerpo que responda; salvo la intemperie ósea de la imagen que seduce, el claro y la frondosidad. No hay, salvo el brocado prematuro que se enhebra; el mínimo sendero que se deja ir, que se suelta de lenguaje. Y, entonces, la mirada no puede más que detenerse, mitad oculta, mitad expuesta, en el jardín atravesado. La luz a los ojos muestra, habla; y es cada detalle del paisaje atrapado en su caída. Un trópico estático de lo que allí no queda y se arrincona tras el pensamiento inválido -la floresta inoculando- en una fotografía que se vuelve instante sobre instante; tiempo lúcido y diluido, noche de zozobra y restos de vértebras tras la puesta de sol. ¿Y quién sabe cuánto? ¿Y quién sabe cuándo me quedaré aquí?, ya sin cuerpo; solo en esta exposición, entre una fauna quieta; tendido en el jardín del que observa y es fatalmente observado.





Haz puesto la obra un poco tarde

Intento ser erótico. La vía, el funcionamiento. Intento y esta vena gris soporta la unidad; la boca, este silencio. Juego en racimos. Venillas, entonces. Negras, absurdas como máscaras. Como madera negra de ataúd, de laúd que se incinera: cenizas. Nada más. Nada más que eso: he vuelto de un parricidio y las cosas no parecen sostenerse. Hacen agua, marean. Intento ser la vía, el funcionamiento. Atravesado por Lacan, Sancho; señal que alguien más cabalga. Es la urgencia de la que ahora hago texto. Y del texto nada hay debajo, salvo el develamiento. Otra oscuridad, pero otra. Al fin, el follaje. Cátedra francesa, un espejo. Olivos dirán aunque es tan fácil la higuera. Intento, diré. Pero es tan fácil la higuera, al fondo, a la sombra dirán. Frutos parduscos y una mano. Se llevan distantes, tan breves máscaras a la boca. Eljugo. (¿Y la mano?). Un movimiento exacto; atravesado el aire de la tarde, la sombra, el telar. Y el amor es un guijarro que se ríe con el sol, que segrega otra frase entre lamidas. Intento, digo o diré, a mi sombra, ser erótico. Venillas, entonces. El bajo vientre, abajo; las uñas enlazadas con la viscosidad, la pertenencia.






Albergue en la deriva* de las formas

De espacios, la luz se quiebra en una música que hilvana de ciudades. Y nada nos une en la deriva salvo un desgajado de matices, una saga; sólo una forma que se espeja de cosas existentes. Construcciones. En experiencia inmediata: albergues; polvo, música que pende. Y la superficie de un alféizar; y de nuca otro. Pero otro, aliento para una sombra que atraviesa. ¿Ciudades: esta hoja  perfecta tallada de persianas; marcos y divanes? Un ramalazo de lenguaje a la deriva; búsquedas sinuosas en caderas geométricas de intemperie. Un nido. Un nido de escozor para la piel de la mirada: imagen queda; que queda y queda se repite. ¿Y para qué recogerse donde no hay sino ventanas, balaustres; borradura de aislamientos que hacen agua? Pero agua de lagrimal, lívida de aguaceros; transparencia solapada que nos une. Y, entonces, detrás del detrás el trasver: otro lenguaje, uno. Recóndito, hasta en lo otro. Una saga: a negro, e blanco, i rojo, o azul, u verde: aberturas hacia el verbo accesible; hacia una música que ilumina, en la perplejidad de su huella, una geometría del vacío; del vacío que no existe.




*Deriva: “La deriva se presenta como una técnica de paso
ininterrumpido a través de ambientes diversos.” 

                           Guy Debord, 1958. 




A otra nervazón con este mote*

Me encierro en una playa deshecha, a la deriva; y es más íntima oscuridad la del estómago. La mía, en este desliz de lengua; en este pesar de la garganta. Brújulaqueda y navegación en la fisura. Islay arena: el cepo que acorrala el vuelo. Alas de animal abandonado en el salitre, espejo vano en la rugosidad de un paisaje de infancia. Pura pestaña de sangre y nervazón: la letra. Miencierro. Es una playa deshecha, a la deriva. Unniño: sequedad más íntima, su morgue de Medea en este cuerpo. Éste que no ha recorrido su carnadura; infame, todavía y a desgano. Cordón silente. La playa deshecha. Piel de estómago que sólo acepta deformidad para las sombras. Brújula queda; vuelta atrás en la bravura. Unpaisaje de infancia; nervazón: oscura y tensa. Piel de un insomnio ahondado en el salitre. Mi encierro; este estómago. Tejido; donde escucho el tintineo de monedas y algarabía en la lengua de los otros; cayendo en lo que pienso siempre, como carne de asterisco, su último peldaño.      

*Mote: 1. Sentencia breve que incluye un secreto o misterio que necesita explicación.
// 2. Arg., Chile y Perú. Error gramatical en un escrito, o modo de hablar defectuoso.  Diccionario de la Real Academia Española.




Crispa la torcedura en el placar* de las voces

Crispa la torcedura en el placar de las voces; crispa. Anotaciones en el borde de las hojas, en el libro por venir; donde no hay noche como soporte, ni aires para clarear de oscuro el rostro. Sólo esta insistencia de las palabras lobo para romper el silencio; esta locura que se enhuesa en dientes de cisterna. De animal acerado en letanías de refugio. De índigos escarceos de caballo violentado, en el relincho. Crispa, la oración en el verso, la oración de lo otrora secuestrado del poema entre columnas de saliva espesa. Puntos de fuga; fugas desgañitadas en el hueco de la palabra torcida, de la palabra sin párpado que orejea su ausencia en un mazo de cartas. Un mazo de cartas en que la partida ha sido jugada tras la torcedura. En el placar, de las voces cada mano es una mano siniestra. Una mano de espuma rala en el mismo río. Dos veces rala; dos veces innumerable en el mismo río, que crispa; que ya no escribe sin cambiar de lugar el filo de la sombra. El hueso fatuo de la antorcha en el borde de las hojas; donde yo voy vestido con traje de féretro, que languidece, redomando sentidos como en persecución de sabueso.

*Placar: tr. desus. Aplacar, calmar, apaciguar. Diccionario de la Real Academia Española.

 http://circulodepoesia.com/





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