jueves, 20 de diciembre de 2012

DANIEL MATUL [8.891] Poeta de Guatemala


Daniel Matul

Quetzaltenango, Guatemala, 1971. Escritor y poeta guatemalteco. Actualmente vive en Costa Rica. Fue ganador, en 1995, del Premio de Poesía “Omar Dengo”, Universidad Nacional, Costa Rica. En 1997, obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía Opera Prima, Madrid, España. En el año 2005 obtiene el segundo lugar en el premio de poesía “María del Villar”, Tafalla, Navarra, España. Para el 2009 obtuvo el Premio Único de Poesía de los Juegos Florales Hispanoamericanos de la Ciudad de Quetzaltenango. En el 2012 fue uno de los ganadores del III Certamen Centroamericano de Haiku, convocado por la Embajada de Japón en Costa Rica. En 2015 obtuvo el Primer Lugar en el Concurso de Literatura “Gonzalo Rojas Pizarro”, Lebu, Chile. Ha publicado, Efectos Secundarios (Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2008), Noche de Ronda (2010, Metáfora Editores y 2015 Editorial de Costa Rica), Cuatro Caminos (2011, Metáfora Editores), La chumpa roja (2015, Metáfora Editores) y Solentiname (2017, Editorial Costa Rica).

Es profesor de la Universidad de Costa Rica y la Universidad Nacional, Heredia, Costa Rica.



Del libro Solentiname (Editorial Costa Rica, 2017).

Ganador del XII Concurso Literario “Gonzalo Rojas Pizarro, Lebu, Chile, 2015


La nacionalidad

Un país vive en mi corazón. Sus ríos me recorren las venas y los recuerdos. Sus autobuses me suben por la sangre y sus idiomas cantan como aves de madera que cuelgan sus nidos en una marimba. Mi nacionalidad no está en el pasaporte o en mi partida de nacimiento, sino en sus lagos y volcanes. A veces en mi corazón la gente baila y salen a las montañas para hablar con el fuego. Me vive un país, que es una flor, un árbol o un fuego que arde en lo que nadie ve.



La mesa

Emparentada con el bosque, la mesa extraña su pasado. Espera un ave y lo que le alcanzo es un vaso. Recuerda sus nidos y lo que le acerco es un naipe, una reina de bastos. Ella, que un día fue bosque, sueña con su pedacito de tierra, sus nidos colgados y la noche entre sus ramas.



La garza

Nada sustituye al vuelo de la garza. Nada sustituye tampoco al miau del gato que ahora camina entre la casa. Cada gota de lluvia cae por si misma sin pretender sustituir a las demás. La larga trasparencia del lago no sustituye a la espuma cuando tropieza con la tierra. Somos el milagro reunido de tu presencia, tu mano, tu pie, tus heridas o tu rostro. Somos la leve oscuridad de la noche, la luz de una hoja y por tanto irremplazables, aunque a veces el mercado insista en que todo lo que crece en el lago se sustituye por precio o calidad del servicio.



Los enviados

Fuimos enviados al lago para cumplir la hermosa tarea de descubrir el mundo y nombrarlo. No servimos para otra cosa. No hacemos pan, no hacemos casas, no tomamos el poder. Somos parte de un pueblo que encuentra respuestas en el fuego y su origen en el agua. Somos la sombra de un árbol que crece y recibe aves y niños y también motosierras. No somos mensajeros. No traemos noticias, no entregamos tarjetas postales. No llevamos recados. Somos seres que descubren cosas a través de la palabra. Somos palabras que descubren seres a través de las cosas. Vemos cosas, usamos palabras, nombramos a los seres.



Medioqueso

Vamos a suponer que la lluvia volverá a vos como una verdad que rodea tu casa. Vamos a suponer que hay ríos tenaces que apagan y encienden oscuridades en tu alma; muelles que están indefensos ante el incierto vuelo del pasado. Vamos a suponer que habrá aguaceros que recojan tus verdades, que volverán a ti, que rodearán tu casa y traerán recuerdos como una luz que se derrama entre las hojas.



La patria

Como lámparas del alumbrado público, la patria enciende sus monumentos y oficinas cada quince de septiembre. Algunos colgamos banderas y esperanzas; mientras otros cuelgan sus rencores, sus huelgas o su desengaño. La patria es lo que queda en la calle después de las marchas y los desfiles. La bandera en un cuarto, los redoblantes sin músicos, los vasitos de cerveza flo­tando en el lago.



El adiós

La niña que agita sus manos desde el puerto, aún no lo sabe. Ignora los adioses que ha puesto con sus ojitos en la orilla de los muelles. Mueve sus manos como una canción lenta que me conduce por el mundo. La niña está en el umbral, sin pasaporte y no lo sabe. Quizá nunca sepa que me dijo adiós y entró como una desconocida a mi corazón y a mis papeles en blanco. La niña de Los Sábalos dijo adiós desde la orilla de una palabra que un día arrojó mientras la miraba en silencio y compartíamos la tarde desde el mismo muelle.



La barca

La barca está llena de instantes que arden en un pasado todavía reciente. Viajo sobre la proa con una sonrisa dulce, permanente y desconocida. El lago toca mis manos y una garza vuela sobre mi alma creyendo que soy el lago. Cada hora me pertenece y los muelles están vacíos sin las cuerdas que atan la barca y el lago se llena con el paso de los balseros. Aquí va la barca, quemando los instantes que viajan como nubes al pasado.



Otros Poemas



No dejes que el mar te deje sin aliento.
Observa la ternura de la arena, la calma de su orilla. 


II 

Una herida en silencio,
no es igual a otra que canta.
La primera, todavía recuerda.
La segunda, ya perdonó. 


III 

El zanate distingue
piedra de honda.
Es por eso, que no siempre huye. 


IV 

No es el grano el que recibe la lluvia,
tampoco la tierra. Si no este viejo comal,
donde caliento la cena y la esperanza. 



La nobleza de la leña
cuando la parte el hacha;
cuando se entrega al fuego.
Cuando pongo el comal
y su memoria es humo.




OTRA LUZ 

La autoridad de la luz, que ahora me alumbra mientras escribo, no llegará más allá de la cinco y media. Cuando se apague, escribiré a ciegas. Otra luz conducirá mi mano, otra mano escribirá el poema. 




TRADUCCIONES 


Tu boca es el camino que une las aldeas del sol. Tu lengua, el viento que vuela entre los tejados. 


II 

Tu sombra se para al lado del patojo que fui. La abuela me ponía un trapito rojo en el cuello. El espanto me miraba de lejos; la abuela dormía tranquila. 


III 

Nuestro amor siempre fue un árbol después de la lluvia. Le gente decía: tan lleno de lágrimas. Nosotros, más ingenuos, jugábamos debajo y jalábamos sus ramas para mojarnos. 


IV 

El chucherío fuera de la casa anunciaba la temporada de celo. Ojala así estuvieran los poemas, en las afueras de mi casa. 



CANCIÓN DE CUNA PARA UN NIÑO ENFERMO

Ri jäb ri jáb ri jáb; nuben jani'la jáb. Deja que las piedras duerman en el camino. Ri jäb ri jáb ri jáb; nuben jani'la jáb. Deja que los chuchos, se refugien en la puerta. Ri jäb ri jáb ri jáb; nuben jani'la jáb. Deja que los loros se posen en mi alma. Ri jäb ri jáb ri jáb; nuben jani'la jáb. No dejes que el tejado se hunda esta noche. No permitas que el patojo se marche con tu canto. 


VI 

Tu piel le envía cartas al sol, que se queman en el aire. Cartas jamás leídas. Por eso, cuando llueve, la gente del pueblo sale y recoge tus cartas en toneles o palanganas. Son la memoria de un ayer que nadie leyó. 



CANCIÓN DE AMOR ENTRE COYOTES

Cada vez que llega la noche, encuentro a los coyotes amando. Aman el aroma de las flores cuando se tiran en el pasto. Se llevan entre sus patas al poema, al olvido. Entran a los gallineros, despiertan al vecindario y pelean contra los chuchos del invierno.



Fechas

A ti, en tu cumpleaños

Amor,
hay días
que amanecen
con himnos
y desfiles;
con torta
de cumpleaños
y discursos
o pancartas
frente a los
monumentos
de la patria.
Hay fechas
que caen
en la memoria
como chorritos
de agua;
o barquitos
de papel
en el alcantarillado
público.
Días que se van
o que nunca llegaron.
Hay días,
como este, amor,
que no tienen
banderas
colgadas
en su asta;
ni héroes
o heroínas;
ni policía
nacional
con uniforme
de gala
y disparos
al aire.
Hay días, amor,
que bajan
de un camilla
de un taxi,
de un árbol;
o de un avión
de copa airlines
y son como risas
y te dejan
un beso,
una carta
o una remera
en la mochila.
Hay fechas,
amor,
como esta,
que de lejos
se ven delgadas,
enfermas;
pero sonríen
y se quedan
a dormir.
Y uno no quiere
que se vayan.
Uno piensa
en bajarlas
del calendario
y ofrecerles
un hogar,
un café,
una cama
de segunda
para su cuerpo
enfermo
y una sopita
caliente
todos los días.
Hay días, amor,
como este,
que llegan
opuestos
al reloj
y se quedan
cantando
por la casa,
por las calles
de tu barrio
y salís
a la calle
y pareciera,
de verdad,
que el tiempo
es una canción
sin tiempo,
que cancionea,
fuera o dentro
de tu alma.
Hay días
que te arrojan
preguntas;
diarios
con noticias
del prójimo
que dejó
el país
en busca
de un empleo.
Pero,
hay otros días,
en cambio,
que no dicen nada,
pero comparten
el pan y la noche,
días, amor,
como este,
sentados en una
banqueta del parque,
que te trajeron
a vos, dulcemente.



Epistemología

Lo que sé del amor
es tan nuestro,
tan íntimo.
Es la transparencia
de nuestra ropa
tirada en el piso.
Es tu pie
rozando los míos
por la madrugada.
Lo que sé del amor
no llegó por receta,
no lo copié de un libro,
ni llegó por correo;
sino por este pajarito azul
que insiste en sentirse a salvo
en medio de tus pechos.
Es el invierno
que llega sin ánimo
de venganza
y besa tus pies,
desnudos y pequeños.
Lo que sé del amor
es tan duro sin ti
y tan simple
si te miro a mi lado,
segura, dormida y cierta.
Lo que sé del amor
lo tomé prestado de tu boca,
y me mantiene con ganas
de ti, de tu voz, de tus manos.
Lo que sé del amor
es esto que vos me dejaste
acá plantado;
es la casa sin ti,
pero llena de besos.
Lo que sé del amor
es tan firme,
como tus caderas
cuando amas.
Lo que sé del amor
lo escribo en un poste
si te escucho caminar
al fondo de mi alma
y tarareas
una canción solitaria.
Lo que sé del amor,
amor,
me lo dejó tu cuerpo,
tus piernas,
tu boleto aéreo,
tus treintidos años
de vida
argentina.
Lo que sé del amor
es esto
que escribo a ciegas
cuado miro y beso
tu espalda.


El Poeta y la cocina

El poeta
se alejó
de la cocina,
porque la
cuchara
le revuelve
mansamente
la memoria.
Y mete
la mano
en un cajón
y rompe
un plato,
y el plato
era un corazón
y hay corazones
que no vuelven
a ser los mismos
y hay platos
que nunca
pudimos
reparar.
El poeta
nada hasta
la orilla
de la cocina
y tropieza
con tus zapatos.
El poeta
se ahoga,
se cae,
se marea
en un vaso
de alma
en una cucharadita
de azúcar.
Esa cocina,
donde vos
dejaste
el café
a medias,
tiene cuchillos
que cortan
el pan
o la vida
y otros
que se
instalan
en el pecho
y son lindas
canciones
que dejan
miguitas
de vos
por toda
la casa
y en la bolsa
solitaria
de mi camisa.



Lo que tengo

A Celeste

Lo que tengo
son dos libros
publicados;
un poema
en una revista
y este país
de cincuenta y un mil
kilómetros cuadrados,
con déficit
en su balanza de pagos
y una deuda interna,
colgada
en la sala de la casa
Lo que tengo
son la noticias
de la bolsa,
la guerra en Irak,
el aviso del cobro municipal
y el derecho
a elegir a una persona
que dice representarme
Lo que tengo
es una cámara
fotográfica
y otra de diputados;
un perro,
o al menos su recuerdo,
su plato de leche,
su huesito de hule
Lo que tengo,
es que el país,
esta república
centroamericana,
exportadora de café,
azúcar, banano
y otros productos
no-tradicionales,
está llena de vos
Y entonces es lindo
andar por el país,
y sus cincuenta y un mil
kilómetros cuadrados,
pensando en vos;
intuyendo
que el calor
de la semana
pasada
eras vos,
suponiendo
que la noticia
del día
tiene que ver
con vos,
con lo que traen
tus manos,
con el milagro
de tu cuerpo.






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