lunes, 19 de noviembre de 2012

RICARDO H. HERRERA [8.468]


RICARDO H. HERRERA 

Nació en Buenos Aires en 1949. Su obra poética está reunida en los libros Estudios de la soledad. Poemas 1985-1995 (Grupo Editor Latinoamericano, Bs. As., 1995), De un día a otro (Grupo Editor Latinoamericano, Bs. As. 1997), Imágenes del silencio cotidiano (Grupo Editor Latinoamericano, Bs. As., 1999), El descenso (Grupo Editor Latinoamericano, Bs. As. 2002), Años de aprendizaje. Poemas 1977-1985 (Ril/Melusina, Santiago de Chile, 2003), El espíritu del páramo. Antología poética 1977-2007 (Pre-textos, Valencia, 2008), Por la puerta entornada (Alción Editora, Córdoba, 2009), El espíritu del páramo. Cien poemas 1977-2009 (Ediciones del Copista, Córdoba, 2011), En la paz de la página (Ediciones del Copista, Córdoba, 2012) y La última nostalgia (Pre-Textos, 2016).

Sus ensayos literarios están recogidos en los volúmenes La ilusión de las formas (El imaginero, Bs. As., 1988), La hora epigonal (Grupo Editor Latinoamericano, Bs. As. 1991), Espera de la poesía (Grupo Editor Latinoamericano, Bs. As. 1996) y Lo entrañable y otros ensayos sobre poesía (Ediciones del Copista, Córdoba, 2007). Un espacio próximo al de sus ensayos literarios, por tratarse de libros en los que la reflexión y la traducción coexisten, ocupan sus cuadernos de traducciones: Stabat nuda Aestas (Grupo Editor Latinoamericano, Bs. As. 1993), Copia, imitación, manera (Grupo Editor Latinoamericano, Bs. As. 1996), Instantes italianos (Ediciones del Copista, Córdoba, 2008), Secreto del poeta. De Leopardi y de Ungaretti (Ediciones del Copista, Córdoba, 2010), A los antiguos lobos de las musas (Alción Editora, 2013) y Cuestión de luz (Huesos de Jibia, 2013). Ha traducido tres antologías: Por ínfimas finuras de Emily Dickinson (Ediciones del Dock, Bs. As., 2009), La amarga miel de Gesualdo Bufalino (Alción Editora, Córdoba, 2010) y, en colaboración con Mariano Pérez Carrasco, Colores de Virgilio Giotti (Pre-textos, Valencia, 2010).



de Imágenes del silencio cotidiano 1998-1999


1

Un día los presagios enmudecen.
En el sopor del tiempo se adormecen
las voces del jardín.Las susurrantes
hojas del árbol callan.Ultrajantes,
sin secreto, nos miran las esfinges
del sol y de la luna.Si bien finges
que nada ha sucedido,ya estás muerto;
condenado a vagar por un desierto
que arrasa la esperanza y donde el día
se persigue a sí mismo en tu agonía.
Allí, sola, tu vida arriesga su alma
con las palabras.Por la tensa calma
se propaga el suplicio de la espera :
obtener luz donde hay sólo ceguera.


2

El papel, una escena simple y trágica.
Soledad y silencio, a veces mágica
poesía natural.Este es mi pan :
el miedo y la ternura cuando están
vueltos al infinito.Pero ahora
todo calla.La noche no atesora
ni sueños ni deseos.Vuelve el día
y su esplendor no es más que otra ironía
del tiempo. ¡Huir, huir de lo que empieza!
Y me aferro a la silla y a la mesa
buscando lo imposible : que mi vida
acepte este vivir en despedida.
Crece la muerte.Anoto en mi cuaderno
la imagen desolada del invierno.


4

Quizá es sólo espejismo, lejanía
a la que nunca llego. La poesía
se ha vuelto tan difícil como ser.
Igual a la lectora de Vermeer,
ella aguarda en silencio en el desierto
de la ruina del tiempo.Porque es cierto,
no hay palabras que digan nuestra muerte.
Inmóvil y desnuda, en sueños vierte
la luz de la atención. Y su belleza,
absorta en el olvido,me atraviesa
transformada en espera, en incolora
madrugada de invierno.Ya no hay hora,
en medio del error y del fracaso
que no lleve el recuerdo de su paso.


19

Sólo esta breve luz, la luz que irisa
tu desnudez, tus ojos, tu sonrisa,
tu deseo cuando entra en el amor.
Sólo esta breve luz, esta hambre, ardor
del sí junto a la muerte, este tormento
invadiendo mi carne, el sentimiento.
Sólo esta breve luz, la del poema
de mi fidelidad, la llama extrema
y límpida, mi angustia, mi quimera.
Sólo esta breve luz, la de la espera
pendiendo en el silencio como un fruto,
con su clamor inmóvil y absoluto.
Sólo esta breve luz, la inadvertida
y vulnerable lumbre de la vida.
En el jardín




[de Estudios de la soledad, Grupo Editor Latinoamericano, 1995]


Pasión de Pierre-Jean Jouve

Ni belleza de forma ni armonía:
la belleza de fuerza de la noche
y la impaciencia atroz. Sin fantasía
con que engañar la angustia, sin reproche
o desdén. Sólo Helena y la sombría
llamarada del sexo. A medianoche,
sólo nubes de sangre en la vacía
y sorda inmensidad. Con el derroche
de su ímpetu y su pánico, el instinto
quedó desnudo en su alma: sin medida
y, no obstante, buscando consentir
con Dios. Allá, en la sima del día extinto,
en donde sólo acrecientan la vida
aquéllos que también quieren morir.



Mide el reloj la tarde, tan vacía

Mide el reloj la tarde, tan vacía
como un árbol sin hojas. Sólo un vuelo
de ingrávidas gaviotas surca el cielo
que ya gira hacia el sur. Por la bahía,
rompe el mar. Y esa forma de sequía,
si engaña con su ritmo, da el consuelo
del apasionamiento, del desvelo
de perseguir un fin. Es atonía,
sin embargo, nacida del derroche
de la fuerza cautiva y sin salida:
tan bella, tan inútil en su empeño.
Pesa la soledad como la noche
que tarda. No hay un alma que no pida
súbita oscuridad, súbito sueño.



El poema parece una neblina

El poema parece una neblina
que aísla a cada cosa en su pasado.
En su pasado queda, abandonado,
como en un eco o un halo que ilumina,
el presente vivir. Y así fascina.
Condensado en sí mismo, el malogrado
fervor se transfigura en un osado
saber. ¿Qué importa la orfandad, la ruina?
En ese yermo que el dolor desola
lo inesperado da su testimonio:
el alma y la palabra en que ella empieza.
El guijarro pulido por la ola
y la vinosa hoja del otoño
guardan así, secreta, su belleza.




[de El descenso, Grupo Editor Latinoamericano, 2002]


El mar 

¿Qué es lo real, la furia o la ternura?...
No hay presencia ni ausencia en esta hora,
somos fantasmas. Cambia, desfigura
nuestra leyenda, el mar. O nos ignora,
como antes de la dicha. No murmura
el mar, no gime el mar, no clama ahora.
Vuelto resentimiento es una oscura
forma de desamor. Y mi demora
al borde de esa nada, de la playa
en donde moribunda la ola ensaya 
un torpe simulacro de poesía, 
se parece a esta página. Vacía,
sin vida. El mar, el mar ya no presagia.
Irse, extinguirse, ésa es su última magia.


*


No se mueve una hoja en el jardín.
Un huracán de angustia
se adueña del vacío
que deja la promesa de la vida.
No se mueve una hoja en el jardín.
Un silencio de eternidad derruida
—como el amigo que no tengo—
me acompaña mientras camino solo.
Aunque ya nada espero, noche a noche



*


Aunque ya nada espero, noche a noche,
traída por los sueños sobrevive
la fuerza del pasado. Eso me basta;
me basta esa simiente. Si despierto,
la penumbra de oído virgiliano
atesora el acorde del paisaje
que nos tocó vivir: la sierra, el mar,
las aguas transparentes de un deseo
que siempre te fue fiel. Nazco otra vez.
Nace otra vez la forma del poema
que aprendí de las piedras y las albas.
Me aferro a ese espejismo de la luz
y arde el silencio, amor, en ese fuego.
Adiós. Ya el sueño llama al soñador.



*


Ya no aquel brillo oscuro del ardor
hecho de mordedura y tacto ciego,
sino el deseo del sol, de la presencia;
la pasión dando a luz la forma pura.

Así te busco. Y la canción desnuda
de esa agua prenatal es mi elemento:
lejanía que engendra la inminencia
del Paraíso, la única aventura.

Las lágrimas solares del amor,
arco iris del perdón, son mi alimento.
¡Resurrección secreta!... Amo este tiempo
de la delicia y del desgarramiento.


RICARDO H. HERRERA, EN TRASLASIERRA, CON SU HIJO CRISTÓBAL Y ALEJANDRO NICOTRA, HACIA 1978




(De “Por la puerta entornada”)


Aunque ya nada espero, noche a noche,
traída por los sueños sobrevive
la fuerza del pasado. Eso me basta;
me basta esa simiente. Si despierto,
la penumbra de oído virgiliano
atesora el acorde del paisaje
que nos tocó vivir: la sierra, el mar,
las aguas transparentes de un deseo
que siempre te fue fiel. Nazco otra vez.
Nace otra vez la forma del poema
que aprendí de las piedras y las albas.
Me aferro a ese espejismo de la luz
y arde el silencio, amor, en ese fuego.
Adiós. Ya el sueño llama al soñador.



[ de La última nostalgia ]


Voy famélico en busca de poesía,
su mendrugo de luz es mi alimento,
y mi único saber, saber que existo.
Porque mendigo soy en este invierno
en que un rayo de sol es caridad.

De cordura, de pena, de alegría
está compuesto el coro del poema.
Al oírlo en el templo del silencio
fluye la aceptación del devenir,
que es abandono, ausencia, despedida.



AL CRISTO DE SANT´ANTIMO

A Graziana Bongini

Y al entrar en Sant´Animo, me raptó la belleza
del Cristo suspendido en el dolor traspuesto;
la beatitud del rostro que decía con calma
«perdónalos, no saben lo que hacen».

Sant´Antimo, abadía de ónix y alabastro,
entre colinas pardas y cipreses:
¡Cuán desnudo en el ábside aquel sereno leño,
aquel torso tallado por la luz!

Tarde de primavera en la Toscana,
que le daba al mendigo nueva vida.
Persiste la lección de Tu humildad

Tu infinita piedad por mi ignorancia.


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