miércoles, 21 de noviembre de 2012

NILTON SANTIAGO [8.493]



NILTON SANTIAGO 

Nilton Santiago nació en 1979 en la ciudad de Lima (Perú) donde cursó estudios de derecho y ciencias políticas y donde vivió hasta el 2005, año en el que pasó a residir en Mallorca, España. En el 2003 obtuvo el segundo Premio Nacional de Poesía Copé 2003 que mereció la publicación de El libro de los espejos (Ediciones Copé, Lima, 2005), certamen del que ha quedado finalista en su última edición (2011) con su libro Porque morir no es para tanto. Finalmente, en el 2012 obtuvo el II Premio Internacional de Poesía Joven de la Fundación José Hierro (2012) por La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad, libro de reciente aparición con el prólogo y varios grabados de Juan Carlos Mestre. En la actualidad vive y trabaja en Barcelona.




La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad,  
II Premio Internacional de Poesía Joven Fundación Centro de Poesía José Hierro, 2012

ESTA NOCHE HA VUELTO MI ÁNGEL 
A HUSMEAR LOS DESECHOS

En vano das de comer a las palomas del parque muertas hace años
de hambre y sed.
Es triste, lo sé, pero es posible que también tú tengas que morir
como los tristes animales de los laboratorios,
(como los desprestigiados chimpancés o los amables conejos albinos,
que, por sus grandes ojos y por su “bajo precio”,
son los más solicitados para el test Draize).
También ellos conocen el contenido de los cuchillos
y el contenido de los espejos cuando nos miramos y no nos vemos
y también las camillas repletas de bisturís y herrumbre
sobre la que los humanos, esos extraños seres, expiamos sus sueños.
Entonces, como un ridículo pelícano soñoliento,
entiendo, finalmente, la soledad de los grandes edificios abandonados
(sí Adam, como declaraciones de amor de las ciudades)
o el suave corazón de los gorriones al pronunciar tu nombre.
También tú has visto cómo las mariposas trabajan la soledad del hombre,
cómo su escalofrío penetra en nuestra espina dorsal
y en nuestros relojes blandos, perdidos en las horas,
entre desayunos fríos y camareros, muy mal pagados,
que cada día te hablan del atroz ángel que todos sabemos vive contigo
pero que, según dices, nunca has visto.
De pronto pienso en ti, en el blanco músculo de azúcar
que brotó de la piedra
para que la veas volar o, mejor aún, para que tan sólo lo imagines.
Sí, pienso en ti, como una fotografía recién nacida que se diluye entre mis manos
o como ese amable ángel que cada noche husmea mis deshechos
y me susurra al oído ese poema que nunca escribiste:
“entre la niebla
una barca hundiéndose / también yo parto”.


TAMBIÉN EL CORAZÓN DE BORIS VIAN 
ERA UNA ROSA ENFERMA

También el corazón de Boris Vian era una rosa enferma.
Venia cada noche a nuestras largas sobremesas, porque nos conocía muy bien
como el cuchillo de eviscerar conoce el intersticio de luz
en el vientre del pescado,
también Vian conocía la teología de los peces
y de los centauros y de las bicicletas, porque fue él
quien le dejó la moneda a Rimbaud cuando se le cayó su primer diente de leche.
Es cierto, Boris, quién conoce su corazón está enfermo
pero también el que arroja su tristeza en la boca del pescado,
como una moneda de hielo dentro de una valija de fuego,
o los que tienen el oscuro oficio de sacrificar a los caballos heridos.
Sí Boris, tuvimos amigos y heridas y amigos heridos,
quizá ahora pueblen los jardines que crecen
en esos mismos corazones que se negaban a bombear la sangre de los que fuimos
sí también tuvimos padres
y un nombre que preferimos olvidar a cada instante.
Ahora que te conozco bien, ya no compartimos nada
y si nos encontramos algún día en el mercado o quizás en la parada de bus,
es casi un milagro, eso que compartimos ahora que estamos juntos
y que ya no necesitamos el uno del otro
porque después del segundo suicido o del tercero,
es mejor acostúmbranos al oficio de sacrificar a los pobres caballos heridos,
a las rosas enfermas.


BUSCANDO LA SOLEDAD
EN CORAZONES DE SEGUNDA MANO

Entonces, ante mi insistencia, fuimos directos desde el 24 de Russell Square
hasta el 23 de Fitzroy Road (Chalk Farm tube station)
sorteando, durante el camino, a cientos de calaveras de paraguas
y bicicletas
y también a frías mujeres con el desayuno / el amor del día anterior a cuestas.
El cielo no era un cielo, era más bien un cenicero repleto de colillas
(ciertamente, era un cielo “panza de burro”,
como llamábamos al cielo de Lima).
2000 turistas japoneses sacaban fotos de un vagabundo dormido bajo un coche
del siglo pasado
y otros cientos limpiaban sus aletas de pescado
bajo el inmenso mar que era la ciudad.
Aquellos días amanecía de a pocos, palabra, como si una gran ballena
se hubiera tragado el sol y hubiese luz tan sólo cuando bostezara.
Ah sí, pero finalmente llegó el día que amaneció del todo y los queridos animales
(invertebrados) que ahora somos
olíamos a esos huesos de pollo que mamá arrojaba a la sopa, en silencio,
mientras se desvanecía como un escarabajo solar.
No teníamos dinero ni para yerba (felizmente)
y por eso decidimos quemar el coche de alquiler en el baño
tirar todo el Pentotal que te quedaba por el wáter.
Hoy el coche sigue ardiendo y ya has terminado de pasar mi corazón
por el ojo de una aguja.
Cosas interesantes pasaron esa noche.
Sí, por ejemplo,
vimos rabiosas nubes meterse en el hígado de los asesores políticos de Dios,
vertimos nuestros fantasmas, uno a uno, malheridos e insomnes
sobre nuestros labios
y no sólo lloramos por el paro o el recibo de teléfono, sino también
por los corazones de segunda mano que esperan su turno en los supermercados,
(ese aparato subversivo de algunos estados liberales).
Lo sé, estás cansada y ahora duermes envuelta en la barba de tu padre,
allí, donde ambos nos conocimos
como una sola gota de alguna materia
de la que ya jamás hablamos.
Es cierto, vale, esta mañana nos ha pillado desnudos y sin huesos,
mientras tu corazón se desvanecía
como un cubo de azúcar en un café caliente, pero…
quién diría que hemos dormido noches enteras sin despertar
con el solo pensamiento de tu abuelo mirando la luna con dos gorriones
en los pulmones / quién diría que éramos como peces
que ya en las redes se dan besos antes de morir.
Te parecerá absurdo, pero por en ese entonces
tenía la mala costumbre de buscar tu soledad en el invierno que llenaba los cafés
baratos
(donde la sonrisa de los amigos de alquiler
era tan falsa, como el juicio a un afroamericano en Norteamérica)
mientras que veía tus ojos sobre el espejo del baño, allí
donde no me veía hace siglos,
sino como esa larga grieta que se parece al contenido del corazón de Mestre
o de Mark Strand. Sí, te buscaba
como buscabas tú la soledad en un billete Barcelona –Lima /
Lima- Ayacucho
o en el aliento del pescado que nos sonríe ya en el mercado con su último suspiro.
(Antes de morir / el salmón, conmovido, / saborea el agua).

Pero de nada nos servía y ahora lo entiendo,
era yo el que buscaba tu soledad para encontrar la mía.


Otro arreglo de cuentas con los pájaros

Por qué diablos tuvimos que ver tantas iglesias y tantos gatos, como geranios,
y tantos sindicalistas en el fondo de los taxis y tantas iglesias
(como si fuesen la calderilla que Dios
arroja en la barra de un bar).
No habíamos facturado por mi culpa
y las maletas de mano pesaban tanto
como el corazón de una ballena varada en una lágrima y llovía.
Pero era nuestra agonía la que en realidad nos costaba llevar
(y no la lluvia en el fondo del taxi)
y la que nos emparentaba con los perros abandonados en la sonrisa de las enfermeras.
Al final llegamos a casa -porque todo llega- deseándonos
como deben desearse los personajes literarios fuera de los libros
pero, claro, tú –la bipolar- al final ni puto caso.
De pronto empezó a llover, era la segunda vez que llovía en el día
y parecía que desempacábamos las olas del mar.
Entonces, “para romper el hielo”, decidí ir a buscar el periódico y unos chocolates,
-qué gran cobarde, qué gran malhechor-
haciéndome paso entre una manada de antílopes
que habías traído como souvenirs,
preciosos baobabs de varios metros de altura.
El barrio era el mismo, la tienda del paquistaní
era la misma nevera en medio de la calle,
y las mismas líneas de cebra cruzaban la avenida
(quizás alguien se había esnifado alguna línea, pero todo seguía igual)
Hasta vi al hombre oscuro que arrastraba su carrito de la compra
con estrellas y otras chatarras,
husmeando en la basura como un gran sabueso.
(A propósito, el hombre oscuro no conoce el pan porque él es el pan,
nadie sabe que guarda una estrella perdida en otra estrella
-como una pata de conejo-
pero no le importa, como no le importa a la lluvia
volver a la mano de Urano, una y otra vez)
Vuelvo a casa sin nada. Me he dejado la cartera y sí, sigues cabreada
y dices cosas como “siempre igual” o “lo tuyo no tiene arreglo”
mientras me preparas unos huevos fritos.
Hoy los telediarios han anunciado otro desahucio de un poema
de su abecedario de agua,
y han hecho un largo reportaje de un matrimonio de nutrias caídas en desgracia
por morder la costilla de Eva, sí otra “cortina de humo”.
Busquemos entonces la manera de cambiar este rollo de la melancolía
por más melancolía, de buscar las armas de la limpieza en el mensaje de las aves
que “han pasado” de las migraciones de invierno
y olvidemos esto de la crisis, de saqueos de bancos, de estafas a jubilados
y de haber visto tantas iglesias,
como si fuesen las cicatrices de Urano.
Vaya vaya, me dices, mientras me paso la saliva,
¿sabías que los indios de la Guayana preparan un licor con las cenizas de los muertos?
Sí, se te ha pasado ya el cabreo

y a mí las ganas de comerme los huevos fritos.


Tejemanejes

Acabo de leerte un poema que ha centrifugado el pensamiento de un par de osos hormigueros
y los ha dejado muy mal parados, ya sabes, que sólo aspiran
a ser conserjes en los zoológicos o simples banqueros de caracoles marinos
y que no son trigo limpio. Como siempre tú te das por aludida
y, además de mandarme a dormir entre los escombros del sofá cama,
te has puesto a llorar, para ser exactos, 100 mil gotas de lavavajillas
como si quisieses sacarle la raíz cuadrada a tus aterciopeladas lágrimas.
Este no es un poema matemático ni tus pechos son dos terrones de uranio empobrecido
claro, hablo sin conocimiento de causa
pero sí que sé que tus muslos comulgan con mis labios cada año bisiesto
y que, cuando te duchas, todo el planeta se queda –por momentos- sin agua de mar.
Un cartero me acaba de traer una camionada de letras ilegibles
y me ha dado tu recado: que me vaya a tomar por saco y que te devuelva
todas las risas que me has dado y que, según tú, retengo de mala manera
bajo un pisapapeles.
Nuestro amor ha durado lo que dura la ingestión de 100 mililitros de jarabe lunar
o, lo que es lo mismo, ha sido más corto que el latido de un colibrí en aprietos.
Es cierto, tampoco soy yo trigo limpio y también soy culpable
de utilizar nuestras lágrimas como monedas de curso legal en los zoológicos
así que nada de quejas ni cucharadas de besos para las anginas de la soledad.
Todo esto que digo aquí lo acabo de leer en la portada de un periódico gratuito
que me ha salido más caro que reparar mi corazón en un restaurante para obispos,
esto pasa cuando se está más solo que el número 1 en un reloj de arena
y ya no hay ninguna minotaura que te pueda aplaudir las gracias. C’est la vie,
a veces, cuando está a solas con la Luna, también el pobre perro duda que es un perro. 



Las cenizas de Ulises

Ahora lo sabemos, tu país era la sonrisa de Ulises,
la frontera más allá de la frontera,
donde las vacas y los cangrejos escapan de algún Chagall
y donde los autobuses, como hospicios para dramaturgos,
son misteriosos escarabajos atrapados en las autovías.
Sí, nuestro país es una nena de veintipocos que aún piensa que los chicos
creen en el matrimonio,
en esa luz que se parece demasiado al sexo de los ángeles.
Deberíamos dejar de hablar de nosotros,
del New York Times envolviendo los anónimos recuerdos de los campos de guerra,
como si fuesen pescado fresco,
allí donde los cascos azules caen como moscas
(total, por la cuenta que les trae a los banqueros y a los gorriones)
Por esos lares, los honorarios de las estrellas
son los mismos que el de los pájaros que brotaban de tu sonrisa
cuando éramos pequeños y los árboles recogían los frutos graves de la noche,
la frágil materia de las aves migratorias
(que también era la nuestra y la de las enfermeras de guerra)
Hoy he vuelto a casa, a la frontera más allá de la frontera
y tengo que decirte que los árboles son apenas un puñado de otoño
brotando de las chimeneas de los autobuses
(los árboles, que para nosotros eran mucho más que los sindicalistas de los bosques)
que Chagall está en paro,
que las columnas de rebeldes han firmado una tregua
con los murciélagos de traje y corbata
y que ya nadie me conoce, a pesar de que he preguntado por ti.
Déjame contarte que la clase media ha sido embotellada y arrojada por el retrete,
que nuestro amigo, el pescador, el que hablaba el dialecto
de las estrellas de mar,
ha dejado de beber, de colocarse y de hacer chistes sobre los conservadores,
y ahora lo ves deambular repitiendo una y otra vez
aquellas palabras de Céline:
“El amor es el infinito puesto al alcance de los caniches” y lo entiendo,
me pongo la chaqueta y, qué demonios, voy por cigarrillos
y una botella de ginebra.
Le hago otro flaco favor a mi soledad.



¿ACASO SE LE PIDE A UN VIRUS QUE AME A OTRO VIRUS?

Allí, bajo tus párpados, viejo alquimista, está escrito que moriríamos olvidados entre las cenizas de Diógenes de Sinope «el Cínico» y Epicuro de Samos
(Vaya dos, ahora serían dos taxistas,
de esos que no paran de hablar de la soledad
de las ballenas que transportan del mar al mercado y viceversa)
que eso de tener hijos era como no tener pudor
o que la muerte es como el amor: un gran malentendido.
“Sin Bach, Dios sería una figura completa de segunda clase” ciertamente
y también estaba escrito que acabaríamos en un cementerio de gorilas
o que los beatnik serían los nuevos dueños del circo.

Los ángeles son agnósticos dices, toman analgésicos de madrugada
y tienen el aliento fresco, como las cartas de Simone Weil,
pero nadie los entiende porque –claro- tienen algo de chica,
algo de herbívoros.
Tengo que reconocerlo, eres un tipo duro y con las agallas de un gran pez
y los poemas, es estos casos, no son más que una fosa común de utopías,
archivos de huellas digitales
en el vientre de las ciudades,
un aforismo que es la crisálida de otro aforismo.

Me he tomado mi tiempo, he fracturado mi sentido del humor
para escribirte,
viejo anarquista del otoño,
también me he tumbado semanas enteras sobre ese lado de la luna
que empieza en la rue de l'Odeon y termina en el cementerio de Montparnasse,
pero jamás te he visto,
a pesar de que me han dicho que discutes con frecuencia con Baudelaire
(y que ignoras olímpicamente a Sartre).
Lo nuestro, camarada de las estrellas, no tiene arreglo, como no la tiene
la soledad de los taxistas,
creo que también esto estaba escrito,
como todo este instante metódico en el que nos hemos convertido.



La soledad nunca nos deja a solas

En poesía 1 + 1 es “0”, es decir, una rosa enferma, solía decir Lawrence Ferlinghetti
ese animal paradójico que recogía toda la luz de la luna por las noches
para luego venderla en las gasolineras,
en cualquier caso, también el pintalabios de Gisele Bündchen
no es lo que parece, es decir, todas las primaveras que ha padecido el mundo
encerradas en un espejo que ha olvidado su oficio,
es decir, fabricar estrellas de mar y venderlas
como se vende el agua embotellada los días que llueven erizos.
La mañana del 24 de marzo de 1919 encalló, cerca de Yonkers, New York,
el arca de los dones, en la vida “real” esto no sería más que otro suceso naufragando
en la portada de los telediarios
pero en poesía, significó la llegada al mundo de Lawrence,
buen amigo de Allen y de los dos “Jack” (Kerouac & Prévert)
a los 14 años ya rasguñaba las estrellas con su maquinilla de afeitar
y a los 30 ya había hecho un doctorado en la Sorbonne
sobre la influencia del chamanismo en Wall Street,
aunque él lo hubiese querido hacer sobre los desayunos de Ezra Pound
o sobre los ronquidos de Gregory Corso.

Otra mañana, esta vez en Río Grande do Sul, llegó a la tierra el origen del mundo,
es decir, Gisele,
la descubrieron cuando tenía 13 años regando, con la mirada, las estrellas de su jardín
esto pasó en la vida real pero en poesía queda mejor decir que la vieron
devorando una hamburguesa 
mientras discutía con el sastre de la imaginación de Ronald McDonald.
Ahora, a los 30, Gisele ya no deja en bragas a la estatua de la libertad
ni paraliza la respiración de Dios cuando éste espía el mundo a través de sus ojos
pero sigue alborotando el gallinero, es decir, la gota de rocío que es el mundo
entre sus manos limpias de enfermera de guerra.

En poesía, “0” + “0” es el origen del universo y también de la mirada de Cesare Pavese
esto no lo escribí yo a los 13 años
porque nunca tuve 13 años, sino 365 días llenos de pompas de jabón,
esto se diría así en la vida real
pero en poesía, 365 pompas de jabón es lo mismo que decir 15 atentados con “coche bomba”.
En ese entonces, mi soledad huía de los toques de queda y de los controles militares
y se quedaba quieta, bajo la sábana, luchando contra los molinillos de viento
que eran las sombras de las velas en los candelabros,
esas que solíamos tener en casa por la falta de luz eléctrica.

Ahora se me “está pasando el arroz” (pensar en hijos me da sarpullido)
y no tengo en el banco ni 30 estrellas vegetales de Tartaria
no tengo ningún doctorado y tengo miedo hasta de la guardia urbana,
es cierto, ya no existe Sendero Luminoso
ni el ejército revolucionario para la liberación de las flores,
pero mi soledad aún sigue allí, despierta bajo las sábanas de tu nombre
bien repartida entre 365 días llenos de pompas de jabón.

Por cierto, dicen que nuestro corazón late más de 100.000 veces al día
y que la luna, ese vertedero de lágrimas, pesa 81 billones de toneladas
no obstante, en materia poética,
esto es, en la vida real, la luna tiene el peso exacto del corazón de Giselle
es decir, el de 100.000 pompas de jabón,
esto me lo contó una vez Lawrence,
buen amigo de los chatarreros del paraíso que algunos han visto en su corazón.



La partícula de dios

Un físico, que no estaba nada loco, ha dicho que si no fuera por un tal campo de Higgs
todos seríamos livianos como el pensamiento de los ángeles
y, ciertamente, nos moveríamos como se mueve la luz cuando amanece
yo, que no tengo ni idea, pienso que si no fuera por el Big Bang
Shelley no hubiera escrito nunca el Adonaïs en la primavera boreal de 1821,
o no hubiésemos visto jamás los tibios muslos de Marilyn Monroe
bajo ese vestido blanco en Lexington Avenue.
Nada de esto tiene que ver con la poesía, vale,
pero tampoco nada tiene que ver la mano izquierda de Dios con las iglesias
“El Vaticano retiene en Roma a un arzobispo africano 
conocido por sus poderes como curandero” leo en la prensa y me parto de risa,
tampoco esto guarda relación con que Hannah Clark, una niña británica de 12 años,
haya vuelto a usar su corazón después de 10 años,
milagros de la ciencia y del Big Bang en los astilleros de Orión
donde los santos son como pinturas rupestres en el techo de las catedrales,
milagros que no son milagros
verdades que son medias verdades,
como que en el arca de Noé no había pavos reales, puercoespines ni banqueros.
Vaya, Dios cree que existe y el capitalismo ha fracasado.




La selección de poemas que siguen a continuación, forman parte del libro Las musas se han ido de copas, con el que Nilton Santiago obtuvo el XV Premio Casa de América de Poesía Americana 2015. El presente texto, son las palabras de la contraportada que Bruno Pólack escribió para el mismo.

Por: Bruno Pólack
Poemas: Nilton Santiago*

Atención, aunque parezca, este no es un libro de poesía. Esta es una bitácora minuciosa, fidedigna y fantástica de la vida del poeta Nilton Santiago. De cómo los días pueden contener en cada segundo algo de mágico y de sorprendente. Porque en las páginas de este libro (galardonado con el XV Premio Casa de América de Poesía Americana) podemos observar como la vida posmoderna y el lenguaje son llevados hasta el límite de lo posible por el poeta, para demostrarnos, con una destreza fascinante en el uso del sentido del humor, de la ironía y de la “autocrítica” (estos tres elementos son importantes para entender su voz poética) como debemos (intentar al menos) sobrellevar el creciente descrédito de la realidad. Es este también, a su peculiar modo, un libro de protesta. De protesta contra la soledad, contra la política, contra el desarraigo y el desamor, contra las limitaciones del ser humano, pero sobre todo, contra la medianía y contra la falta de imaginación. Uno de los importantes aciertos del poeta peruano es demostrarnos que la clave no es llevar los hechos cotidianos hacia la poesía, sino que debemos llevar la poesía hacia los hechos cotidianos. Debemos llevar la poesía hasta sus últimas consecuencias, rebelarnos, tomar el timón del barco, aprovechar ahora, que las musas se han ido de copas.


Poemas de Las musas se han ido de copas (2015),
de Nilton Santiago

LOS MILAGROS COMO CUARTO ESTADO 
DE LA MATERIA (POCO ANTES DEL AMANECER, 
CUANDO LOS GATOS DIRIGEN EL TRÁFICO)

Son estas las ruinas y las lluvias del otoño,
entrar en el metro atravesando la puerta de una iglesia
llorar por la afonía de un grillo, caminar y volver a entrar a la iglesia
pero esta vez a través de la lluvia,
y entonces verte cruzar el paso de cebra
mientras una pareja de gatos dirige el tráfico.
He aquí el primer milagro:
tú entrando en el cielo a través de tus lunares,
no hay astrónomo ni fumeta que haya imaginado un cielo con tanto escote
desde luego no sabes quién diablos era Baudelaire
ni que a veces hay que llevar faldas más largas (y menos transparentes)
bajo la lluvia
pero da lo mismo, de quimera a quimera y de quimera a claridad
y viceversa
haces que el infinito se detenga de sopetón,
que el Big Bang empiece a contraerse
como un gran tomate en el microondas
o que las chicas tatuadas en los brazos de los taxistas dejen de fumar
y abandonen las labores del amor para entrar a hurtadillas
en las parroquias.
He aquí el segundo milagro:
entrar en la estación y verte pelear con el torno para que te deje pasar
entre tanta luz y viceversa
no llevar un céntimo en el bolsillo y pedirte la tarjeta del metro,
comerme con la miel de tu sonrisa los hoyuelos de tus mejillas,
mirarnos sin ninguno de los típicos designios destinados
a los fríos amores por correspondencia.

Aquí el tercer milagro:
hay dos asientos libres juntos,
nos sentamos, sé que me juego un bofetón por mirarte así la entrepierna
hablamos entonces para dejar de sonreír,
hablamos del nuevo estado de la materia que acaban de descubrir
en los ojos de pollo,
hablamos sin darnos cuenta de que cada vez que sonríes
salen cientos de mariposas entre tu escote y mi mirada.
De repente, en un plis plas, llegamos a la última estación
(donde aún es primavera y donde hay minotauros
distrayéndose con aquellas muchachas traídas de Ho Chi Minh
o de Creta)
y, como quién no quiere la cosa, aprovecho para hacerte las típicas preguntas
que te haría un elefante a punto de morir,
mientras le doy tres vueltas a mi corazón alrededor de tu corazón
que se esconde una y otra vez,
como se esconde el sonido en el vientre de una campana.

Nos acabamos de conocer pero ya nos damos cinco besos
no haremos cosas políticamente incorrectas,
eso seguro
el amor ya me ha susurrado al oído que tampoco hoy es mi noche
y bien lo sé: hoy soy yo esta ruina, esta lluvia de otoño,
este pelmazo que no tiene nada que decirte.
Es hora de que te vayas al bar donde has quedado con tu chico
y que yo me marche a casa
(paso de ir al picnic)
ya sobran unos cuantos milagros esta noche
y hay que saber retirarse a tiempo para lamerse las heridas.

Y tranquilos amigos, dicen que las ratas
pueden vivir más tiempo sin agua que los camellos.



SOBRE EL FALSO ETIQUETADO DE MERLUZA 
PROCEDENTE DE ÁFRICA 
(QUE SE VENDE COMO EUROPEA O AMERICANA)

Ahora lo sabes,
también los peces tienen que pasar las fronteras,
llorar todas sus afonías,
pedirle impuestos a la luna llena que cada noche se disuelve en sus lágrimas
cuando se ha roto “la cadena de frío” en sus maltrechos corazones marinos.
Pero así es la soledad en el agua cuando se sabe de antemano
que compartirás el envase (con otro solitario) en algún frigorífico,
así son los falsos pasaportes
para los que no saben llorar bajo el agua
y terminan en los supermercados con la carne limpia y sin escamas,
lista para meter al horno.



AUTOBIOGRAFRÍA DEL AMANECER 
(NOS GUSTAMOS TANTO QUE NOS HACEMOS 
LA VIDA IMPOSIBLE ASÍ QUE HEMOS DADO 
POR TERMINADAS LAS FUNCIONES DEL OTOÑO)

Dicen que el 15% de las mujeres norteamericanas se mandan flores a sí mismas en el día de los enamorados, así que no tiene nada de malo comprarte la autobiografía de un pavo real daltónico y dejártela tú mismo bajo la almohada el día que se te cae el primer diente de la melancolía. Dicen que este preciso momento está sucediendo en varias dimensiones distintas donde -por ejemplo, en la que me muero por tus huesos-  soy un perro que olfatea las huellas de la lluvia que acaba de entrar en tu ducha. Puede también que en otra dimensión yo sea un armadillo con gafas que ha decidido fijar su residencia en un baobab que poco a poco -teóricamente en otra dimensión-  se dirige al mar saltándose todas las luces rojas del amanecer. No sé qué de gracioso tiene que saques tu imagen del espejo del baño mientras me afeito y me digas “que te folle un pez” y luego la pongas en un sobre que probablemente enviarías a una casa de lágrimas donde un par de rabihorcados de la isla de Navidad me pedirán impuestos por pronunciar tu nombre. No tiene nada de gracioso, no, como no tiene nada de poético las cosas absurdas que escribo mientras le haces cosquillas al ángel de silicio que escondes en tu armario y que se parece mucho a Jasper Maskelyne, aquel ilusionista que los británicos contrataron durante la II Guerra Mundial para que hiciera que el puerto de Alejandría fuera invisible para la aviación alemana la noche del 22 de junio de 1941 y vaya si lo consiguió. Pienso en un té de besos, en un bocadillo de prosas surrealistas para –¿por qué no?- escribir como Dios manda un poema policial donde el único delito sea querer morderte los muslos a sangre fría. De nuevo vuelvo a tropezar contigo en este poema que lleva el corazón con 3 marcapasos y 1 bypass. Sé que no tiene nada de simpático que escriba sobre ti cuando me has mandado al otro lado de la luna por décima vez; quizás es mejor dedicarse a otra cosa, escribiendo poemas soy tan bueno como portándome bien cuando duermo contigo y me dices “esta noche no”, mientras únicamente vistes con la transparencia de la oscuridad. La poesía en este poema es un techo lleno de goteras y entonces se me ocurre que es mejor hablar de aquel invento revolucionario para el amor, registrado por David King Terence con la patente nº GB 2221607, que no es otra cosa que un par de guantes para parejas de enamorados que durante el invierno quieren ir de la mano y seguir sintiendo la piel del uno y del otro. Tonterías. Ya sé que lo sabes, nuestra relación de pacotilla tiene el mismo problema que tenían las primeras latas de conservas: que aún no se habían inventado los abrelatas y nos parecemos, ciertamente, a aquellos soldados de la Royal Navy que las abrían utilizando las bayonetas, disparando contra ellas o golpeándolas con piedras. En este mismo momento tenemos que dar por cancelado el estreno de este poema, sí, lo tenemos que concluir ahora mismo por falta de público porque tú, la única asistente, te acabas de largar llevándote tus 5 maletas de zapatos y tus 5 minutos de vozarrones y, vaya morro, pidiéndome que te devuelva la entrada a tu cama para el taxi (que pagué yo con las monedas de mi corazón). A propósito, –te pregunto segundos antes de escuchar un gran portazo- ¿sabías que algunos hombres son infieles para salvar sus matrimonios y que hay un hotel hecho de hielo en tu país al que han obligado a poner una alarma anti-incendios?


KLARA, UNA AU PAIR DE KARLSTAD, ME HA PEDIDO QUE LE ESCRIBA UN POEMA PARA OLVIDARLA DE UNA VEZ POR TODAS

Bruno me ha llamado para contarme que ha leído
que algunas nutrias del Amazonas
pueden cambiar el curso de los ríos con el poder de sus mentes,
esto es más falso que un billete de 3 euros
pero igualmente me recuerda que una hormiga
puede sobrevivir hasta dos semanas bajo el agua,
así que aún guardo algunas esperanzas para mí.
Yo le cuento que aquí están a punto de llover ranas,
no hay ciudad que aguante esta lluvia de los mil demonios,
fijaos que se quejan hasta las ballenas varadas entre los árboles
que se esconden en el supermercado de la esquina de casa.
Nos acabamos de conocer, Klara,
pero me dices que a los árboles no les importa la lluvia
y que te deje dormir.

De pronto se me viene a la cabeza que el animal
más rápido en el acto sexual es el chimpancé (3 segundos),
le sigue el ratón (5 segundos) y quizás tú, que apenas te has tomado una copa
y ya te escuchaba roncar en mi cama.
Hemos venido esta mañana a escribir el poema que me has pedido
y es en este mismo momento cuando el mar desempaca tu sonrisa sobre el cielo
después de que el reloj despertador te haya despertado por última vez
para salir volando por la ventana
(aunque ambos sabemos que un par de libélulas
harán su mismo trabajo entre nuestras sábanas).

Soy el final de tu caja de bombones, tus últimas bragas limpias
o, lo que es lo mismo,
la oscuridad de los peces cuando lloran y pasan una sed de caballos.
Me dices que nunca has montado a un caballo
pero que sabes que sus lágrimas
son el principio de cualquier río que se precie en tu pueblo, Karlstad,
donde los muñecos de nieve van de compras a diario
para comprarse una nueva nariz de zanahoria
y para aprovechar la calefacción de los supermercados.

Pronto dejaré de ser uno que parece joven y sigo metiendo la pata hasta la
rodilla
aunque no nos engañemos:
un corazón, como el mío, está cerrado por obras
y rueda como una moneda o un milagro
que se le acaba de caer a un pobre mendigo
que creo que soy yo.

No está hecho el amor de las pelirrojas para nosotros, Bruno,
los alejados de las manos del señor,
como tampoco está hecho el amor para el amor:
salven pues las estrellas mis torpezas para quitarte el sujetador,
salven todo lo que queda de mi corazón entre tus manos de gata
aunque ya de nada servirá… es para partirse de risa
pero de tirios y troyanos hemos pasado a dirigir el tráfico de las estrellas
entre tu mirada y la luz de la luna llena sobre tu espalda asalmonada,
en un santiamén
(mientras me preguntas si sabía que en Finlandia
se prohibieron los comics del pato Donald porque no llevaba pantalones).

Después de las risas no puedo dejar de pensar que allí,
cerca de donde las lágrimas pierden su equipaje,
donde las nubes limpian sus gafas porque la lluvia empaña su mirada,
allí, donde todo termina,
no hay árboles llorando de rodillas ante un pájaro en un supermercado
no está Dios (ni nada que se le parezca)
estamos nosotros dos, Klara o como te llames,
jodidamente separados
a pesar de compartir esta noche la misma cama.
Y sí, vale querido amigo Bruno,
una vez más tienes toda la razón:
a) para un pingüino las aves no tienen talento para nadar y
b) el amor es para nosotros lo que la aritmética para los filósofos:
(o ¾ de lo mismo)
tan solo un gran malentendido.



ME HE PERDIDO EN BUDAPEST POR CUARTA VEZ 
Y UNA CHICA MUY MONA ME AYUDA A ENCONTRAR LA ESTACIÓN, AUNQUE TERMINO MULTADO

Según el chalado del obispo Ussher,
un día como hoy, el lunes 10 de noviembre, pero del año 4004 a. C.,
Adán y Eva habrían sido expulsados del Paraíso.
Nada sé yo de paraísos y nada quiero saber
pero sí sé que este hotel es un infierno como pocos.
Me he levantado muy azul y congelado, las calles de Pest
son tan líquidas como las nubes de Buda
que parecen llorar todas las tristezas de los peces,
recojo mi corazón de agua del pluviómetro de todas las equivocaciones
y me marcho
como si tuviese una cita con un pelotón de fusilamiento,
ver a dos aves picozapato temblar de frío es la mejor limosna
después de haber pasado la noche en aquella nevera
disfrazada de habitación.

Ni puñetera idea de dónde estoy,
casi me han arrollado un perro lazarillo, dos ciclistas en minifalda
y un tranvía lleno de cangrejos
y de jirafas que sacaban el cuello por las ventanas para fumar,
hasta que te veo y nos vemos y te veo de arriba abajo
y me vuelves a ver
viéndote de arriba abajo
más perdido que una tortuga marina en un safari.

8 días tardé en encontrarte y 8 minutos en perderte de nuevo,
me habías llevado de la mano de la estación de Bajza utca
a la estación de Deák Ferenc tér o viceversa,
qué se yo de estos nombres rarísimos,
tan raros como los cangrejos o las jirafas fumadoras de los tranvías,
simplemente recuerdo que para limpiarte el maquillaje corrido por la lluvia
te estampé un beso que no quisiste rechazar
hasta que al salir de la estación me pidieron el ticket de metro,
pero no, no lo llevaba conmigo,
entonces te vi desaparecer entre la multitud de cangrejos y de jirafas
mientras le daba todos mis Florines al controlador
y trataba de recuperar mi corazón
entre la salida del metro y las escaleras eléctricas e infinitas
que se llevaron esos 8 minutos para siempre.

Regreso a duras penas al hotel para empacar
y ahora pienso que un viaje de mil millas
comienza por “cagarse en todo” al hacer la maleta.


DIARIO DEL GRANJERO VIETNAMITA QUE LLEVA 
SIN DORMIR DESDE 1973

Thai Ngoc es una libélula jubilada, como el amanecer.

Thai Ngoc se despertó como cualquier día convencido de que era un hombre vietnamita que vive al pie de una montaña.

Thai Ngoc sabe que ni los quebrantahuesos escogen la soledad ni las veinteañeras qué soñar por las noches así que, desde el año 1973, después de una intensa fiebre corporal, el señor Ngoc decidió dejar de dormir.

Thai Ngoc empieza el día pidiéndole a los cipreses que le devuelvan las lágrimas de todos los médicos que se han roto el coco pensando en por qué demonios no puede dormir.

Thai Ngoc luego se va a desayunar con las ranas un zumo de melón.

Thai Ngoc sabe perfectamente que las mujeres son más complicadas que el álgebra para las rosas, así que cada día le regala un ramo de besos a su mujer.

La mujer de Thai es una campesina jubilada que está convencida de que es una libélula.

La mujer de Thai lava los platos sucios con los sueños de los peces.

Thai Ngoc es como un héroe para los loros kakapos de la comunidad de Que Trung y su más grande sueño es tener sueño.

Thai Ngoc a veces es contratado por un par de murciélagos para que les haga la cena, otras veces, sus vecinos le dan un par de monedas para tocar los tambores o los gongs en los funerales nocturnos de las tortugas.

Thai Ngoc dice que se siente “como si fuera una planta sin agua”.

Thai Ngoc también dice que los perros no tienen religión pero sueñan, así que es lo mismo.

Thai Ngoc cree, no obstante, que el mejor amigo del hombre es la lluvia.

Thai Ngoc es una libélula jubilada que no sabe quién es Thai Ngoc cuando llueve.

Thai Ngoc seguirá despierto aun cuando este poema haga que Ud. se muera de sueño.



TAMBIÉN LA POESÍA ES 
UN MISTERIO ESTROPEADO

Acabas de llegar a casa con la mirada perdida,
todos sabemos que has pasado la noche aspirando el cielo
y liando a los controladores aéreos
con esa forma de pasarte al otro lado de las nubes al desmaquillarte,
y yo aquí esperándote para nada
como un pobre embarcadero que espera las lágrimas de las merluzas al amanecer
Siempre has sabido que tener un perro llamado Rimbaud
puede que vaya en contra de la moral de las universitarias,
pero aun así te empecinas en llamar a las cosas
como las cosas no quieren ser llamadas (como “amor” a los “restos del amor”)
especialmente ahora, que Rimbaud debe dormir como una libélula
que acaba de presenciar la muerte de su corazón, pero como dices,
“a nadie le importa la poesía”,
pero yo te respondo (como quien no quiere la cosa)
y te digo que para los Celtas el cielo se halla en la copa de los árboles
y tú hoy has llegado desde el más alto de los cipreses,
así que al menos la poesía ha servido para sacarte esa sonrisa
que te acabas de limpiar con una servilleta,
aunque quizás sea mejor enterarte de que el mar ha decidido jubilarse
y mudarse a tu pintalabios para estar más cerca del amanecer.

Siempre los mismos temas en poesía, siempre tu mirada ahuyentando a la luna
o convirtiéndola en esa bola de papel de aluminio
en la que acabas de calentar mi corazón, para nada.

Aún no ha terminado de amanecer y el diario entre tus bragas -por el suelo-
nos susurra que el Tío Sam no puede quitarse de encima a los islamistas
después de haberles financiado hasta el corte de barba,
también leemos que Lukanikos, el perro protestante griego,
ha muerto porque las estrellas se han puesto en huelga
y necesitan que alguien le ladre al jefe, es decir, al pastor barbudo,
y que el Gobierno de Caracas dice que su expresidente
llora desde lo alto de un árbol reencarnado en un pájaro.

Simplemente el mundo -como tu corazón-  es un misterio estropeado.
A nadie le importa que una nueva ecologista haya sido asesinada en el Amazonas,
a nadie le importa el por qué Tiririca, un payaso brasileño,
ha salido reelegido diputado con 1 millón de votos,
y nadie sabe que por ti me convertiría en liberal
y te leería a Adam Smith al oído cada noche
(y a toda la Escuela de Chicago si hace falta)
pero ya lo intuyes, sí supongo que ya lo sabes,
soy como aquellas gallinas que tienen las llaves de su propia jaula
y salgo a cacarear cuando los granjeros y las estrellas duermen,
aunque, claro, me dirás que ya te lo han dicho hasta el cansancio:
para una gallina, el ser o no ser depende de cacarear bien
y yo, para qué engañarte, lo hago fatal.

Para mí, que soy tan torpe como un camello ligando con una osa polar en un iglú,
el ser o no ser depende de que me mires,
de ver tu mirada metiendo en embrollos a un amanecer infinito.
No creo que no te des cuenta de que me tienes muy pillado,
pero ah poesía, amor cruel,
ya sabemos que eres tan tonta
que hasta tus peores torpezas te salen bien.

Y sí, es cierto, si el mundo es un pañuelo,
nosotros somos (definitivamente) los mocos.










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