viernes, 13 de abril de 2012

6499.- PEDRO BONIFACIO PALACIOS

Pedro Bonifacio Palacios (San Justo, Argentina, 13 de mayo de 1854 - La Plata, Argentina, 28 de febrero de 1917), conocido también por el seudónimo de Almafuerte, fue un maestro y poeta argentino.
Palacios nació en San Justo, provincia de Buenos Aires, en el seno de una familia muy humilde. Todavía niño, pierde a su madre y es abandonado por su padre, por lo que fue criado por sus parientes.
Almafuerte es el seudónimo con el que alcanzó mayor popularidad, aunque no fue el único que utilizó a lo largo de su vida.
Su primera vocación fue la pintura, pero, como el gobierno le niega una beca para viajar a Europa a perfeccionarse, cambia su rumbo y se dedica a la escritura y la docencia.
Ejerció en escuelas de la Piedad y Balvanera. Poco después se trasladó a la campaña y fue maestro en Mercedes, Salto y Chacabuco. A los 16 años de edad dirige una escuela en Chacabuco; dónde, en 1884, conoce al entonces ex presidente (1868 - 1874) Domingo Faustino Sarmiento. Tiempo después es destituido por no poseer un título habilitante para la enseñanza, pero muchos afirman que en realidad fue por sus poemas altamente críticos para con el gobierno.
En los pueblos donde ejerció la docencia, también alcanzó notoriedad como periodista polémico y apasionado, poco complaciente con los caudillos locales.
Luego de dejar la enseñanza obtiene un puesto dentro de la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, y más tarde bibliotecario y traductor en la Dirección General de Estadística de dicha provincia. En 1887, se traslada a La Plata e ingresa como periodista en el diario El Pueblo.1
En 1894 retoma su actividad docente en una escuela de la localidad de Trenque Lauquen, pero nuevamente es retirado por cuestiones políticas dos años más tarde.
A comienzos del siglo XX participa un poco de la actividad política, pero a causa de su inestabilidad económica y de que es reacio a aceptar un cargo político, ya que criticaba duramente a quienes vivían a expensas de los impuestos de la gente, no lo hace con mucho entusiasmo.
Al final de su vida, el Congreso Nacional Argentino le otorgó una pensión vitalicia para que se pudiera dedicar de lleno a su actividad como poeta. Sin embargo no pudo gozar de ella; el 28 de febrero de 1917 falleció en La Plata (Buenos Aires), a la edad de 62 años.

Museo Almafuerte
En la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, Argentina se encuentra la casa que habitó y donde transcurrieron los últimos días de Pedro B. Palacios. Esta casa, que se halla situada en la avenida 66 N°530, es hoy un museo que sintetiza la vida y la obra de este artista. La creación de un museo en esta casona de principios de siglo pasado - declarada Monumento Histórico de la Ciudad, de la Provincia y de la Nación- es un justo homenaje al artista y promueve la consolidación como patrimonio público del lugar donde se plasmó su acción humanística y literaria. El museo fue dirigida, hasta 1945 por la Agrupación BASES presidida por el Sr. Francisco Timpone y un grupo de vecinos comprometidos con la historia y la obra de Almafuerte. A partir de 1945 la acción cultural del museo queda en manos de la comuna platense. En el Museo Almafuerte se exhiben manuscritos, fotografías, dibujos, libros, periódicos, escritos sobre su obra, muebles y otros objetos que formaron parte de la vida del poeta. Recorriendo las diferentes salas, el visitante va descubriendo la multefacética personalidad de Almafuerte, a partir de los muchos oficios que tuvo, al mismo tiempo, toma contacto con el contexto político, social e histórico que le tocó vivir. Una de las salas permite, además, asomarse a su mundo interior, a sus cosas más personales, muebles y objeto de uso cotidiano, como los anteojos con armazón de plata que lo acompañaron en su vejez.

Obra literaria
Palacios publicó algunas obras con distintos seudónimos pero el que más se popularizó fue el de Almafuerte.
Obras de Pedro Bonifacio Palacios (Almafuerte):
Lamentaciones, (1906).
Siete sonetos medicinales, (1907).
Evangélicas, (1915).
Poesías, (1916).
Poesías Completas, (1917).
Nuevas Poesías, (1918).
Milongas clásicas, sonetos medicinales y Dios te salve. Discursos, (1919).
La inmortal.
El misionero, (1911).
Trémolo.
Cantar de los cantares.
La sombra de la patria.
Textos para leer de Pedro Bonifacio Palacios (Almafuerte):
Avanti (Poesía).
La yapa (Poesía).




A la Libertad

Como del fondo mismo de los cielos
el sol eterno rutilante se alza,
como el seno turgente de una virgen
al fuego de la vida se dilata:
Así radiosa,
y así gallarda
se levantó del mar donde yacía
la exuberante tierra americana.
Como prende su túnica de raso
con su joya mejor, la soberana,
como entre todas las estrellas reina
el lucero magnífico del alba;
Así pulida,
y así gallarda
sobre todos los pueblos de su estirpe,
resplandor y joyel, ¡surge mi patria!
Como buscan la luz y el aire libre
las macilentas hierbas subterráneas,
como ruedan tenaces y tranquilas
al anchuroso piélago, las aguas;
Así sedienta,
y así porfiada,
la triste humanidad se precipita
al pie de la bandera azul y blanca.
¡Allí van congregándose a la sombra,
para formar después una montaña!
¡Allí van adhiriéndose en el tiempo
partícula a partícula las razas!
Allí se funde,
y allí se amasa
el hombre, tal como surgió en la mente
del autor de los orbes y las almas.
Que así pulida,
y así gallarda
sobre todos los pueblos de su estirpe,
resplandor y joyel, ¡surgió mi patria!



APÓSTROFE

I

Mentecato razonante, -amoral y razonante,
amoral y atrabiliario-
como aquellos Federicos, tus abuelos,
como aquél tu regio primo que arrojaron a las ondas:
tragicómico.
Personaje de Moliére incorporado a la técnica de Hugo:
un mediocre, un secundario,
con desplantes de Nerón; declamatorio y homicida:
medio histrión, medio chacal.
Dulcamara de las artes y las letras
que profanas los prodigios del ingenio
grave y hondo,
noble y fuerte,
de los jóvenes artistas de Alemania,
con los necios cascabeles petulantes
y los místicos remiendos incongruentes
de tu inflada medianía,
de tu enorme fatuidad.


II

Dictador de un pueblo manso,
que a virtud de un cientifismo más brutal que los azotes,
le has hundido en el abyecto
gran trajín de los insectos laboriosos:
en su helado mecanismo;
en aquella disciplina de colmena
que persigue un fin extraño a las abejas.
Democracia encasillada,
donde todos son felices, -donde todos
dan la misma sensación de ser felices-
porque nadie es personal.
Democracia de inconscientes,
de resortes aceitados,
incapaz de las preñeces inefables
de las madres de los Cristos.

Democracia subalterna, sin historia,
que es idéntica por siempre
de una punta a la otra punta de los tiempos,
¡que es la misma democracia miseranda
que conduces al asalto en batallones,
y la misma que desdoras,
sometida a las liturgias de la higiene
como un torpe lupanar!


III

Mientras tú, -zángano y pulpo,
hiperbólico parásito
tenebroso-
te reservas el derecho de ser libre,
de ser hombre, de ser loco,
de ser genio extravagante,
de dar rienda a tus impulsos;
porque Dios así lo quiso, porque Dios así lo manda,
porque Dios te necesita
para el logro de sus planes y designios...
charlatán.


IV

Asesino coronado,
con las manos empapadas en la sangre de millones de inocentes;
de mujeres y de niños y de ancianos -
base y cumbre de la vida-,
de ignorantes campesinos y de bestias de labranza -
compañeras de los tristes y los pobres
y factores de riqueza y de alegría
como el pobre y como el triste.-
Impostor, grotesco Atila, descendiente putativo
del monarca de los Hunos,
tragediante,
cuyas manos sumergidas en la sangre de cien pueblos,
ya no manchan lo que tocan
con la sangre que destilan;
porque todo está sangriento,
porque todo está purpúreo como un coágulo fantástico;
tierra y mar.
Mitológico demonio,
cuyas fauces, cuyos cuernos,
cuyas garras y pezuñas chorreantes
en la sangre generosa de la flor de los varones
dejarán por luengos años apagadas
las antorchas de Himeneo;
las tribunas populares sin apóstrofes,
como bocas desdentadas y sin lengua;
polvorosos y vacíos y yacentes
alambiques y retortas;
el taller de los artistas infecundo,
pues las musas, -
que se entregan por sí mismas al ingenio
de mancebos y de ancianos-,
no darán a otra mujer todas sus gracias;
mudo y frío,
mudo y trágico,
como un alma bajo el peso de su crimen,
el taller de los obreros, -
maculado con la sangre de los parias de la tierra
y acusado, por la suma de los tiempos y los hombres,
de traición y fratricidio-;
los terrenos de labor -ayer gloriosos
como el vientre de las madres campesinas-,
hoy siniestros y baldíos -
deshonrados y horadados
por las furias de la guerra,
cual pudiera deshonrarlos y horadarlos
un ejército de búfalos en marcha,
una piara fabulosa-;
las ciudades enlutadas;
los caminos solitarios;
los portentos seculares de alarifes ignorados -
cuyas torres, como súplicas de pìedra,
se perdían en las nubes-,
convertidos en refugio de alimañas;
las aldeas -visitadas por los lobos-,
reducidas a unos viejos y unos niños
haraposos, macilentos, lamentables...
¡sin honor la Humanidad!


V

Invasor indiferente como un bruto,
cual un asno enfurecido,
cual un férvido bisonte trashumante
que no ve lo que destruye con sus patas,
en su fiebre ambulatoria,
en sus ansias de migrar;
invasor indiferente
a lo bello, a lo sagrado y lo indefenso -
que están siempre por arriba
de la cólera de un hombre,
como un niño en sus pañales,
como el sol en su dominio sideral;-
destructor de catedrales portentosas,
y colegios, y hospitales, y ambulancias,
y barcazas pescadoras,
y ciudades tan abiertos como el cielo,
y poblachos tan risueños e inocentes
como el patio de una escuela;
por jactancia,
por barbarie enardecida,
por llenar de espanto al mundo,
porque así lo hicieron antes los Atilas y Alaricos:
por maldad.
Incendiario de las granjas admirables
de los belgas y franceses;
de jardines y de huertos deliciosos;
de viñedos seculares;
de jocundas, lujuriantes sementeras,-
sudor mismo de los mansos
y alimento de los pobres y los ricos-;
sementeras melodiosas como arpas
y doradas y flotantes como túnicas de oro,
que sembraron manos próvidas y fuertes...
¡Más augustas y más fuertes que las tuyas,
ruin taroso,
asimétrico inservible,
mutilado por herencia desde el seno de tu madre,
sanguijuela de los otros,
incapaz de arar un palmo de terreno,
de sembrar cuatro puñados de simiente,
de moler un haz de trigo,
de amasar un solo pan!


VI

Asesino de Miss Cavell;
victimario de mujeres;
victimario de mujeres más heroicas
que tus rudos almirantes, -
que los rudos almirantes
de los barcos de tu escuadra embotellada;-
más heroicas que tu ejército de topos;-
inventor de laberintos y tuneles,
y trincheras subterráneas,-
que rehúye los encuentros singulares,
las batallas frente a frente,
brazo a brazo,
pecho a pecho,
bajo el sol y a sol medido;
a lo César y Alejandro,
San Martín y Bonaparte,
suerte a suerte, genio a genio, faz a faz.


VII

Asesino de Miss Cavell;
asesino sin entrañas de mujeres estupendas,
imponentes, sobrehumanas:
superiores al estrago,
superiores a su carne femenina,
superiores a la muerte,
como santas, como diosas;
que cruzaban impasibles bajo el fuego formidable
de tus hórridos cañones,
por la zona pestilente de tus gases asfixiantes, -
tan hediondos como tu alma,-
sin más yelmo que sus tocas,
sin más armas de defensa que una cruz atada al brazo;
arrastradas al fragor de la contienda, -
como madres que buscaran a sus hijos
a través de los tizones de un incendio-,
conducidas al fragor de la contienda
-¡oh, sonámbulas sublimes!-
por el ¡ay! de los heridos,
por la sangre borboteante de los pechos,
por los hipos de agonía,
por la súplica sin ayes de unos ojos nunca vistos,
por el gesto indefinible de los héroes moribundos,
que al mirar a la enfermera,
como en síntesis suprema de visiones anteriores,
ven en ella a sus hijitos, a sus padres,
a su esposa, a sus hermanos;
ven en ella a sus amigos y a la torre de su pueblo,
que ya nunca,
nunca, nunca,-
ni despiertos ni dormidos
verán más,
soñarán más.


VIII

Mientras tú, bajo tus cotas, tus corazas y tus cascos,-
fiera indigna de sus garras-,
sumergido en lo más hondo de tus autos imperiales,
artillados y blindados como andantes fortalezas;
custodiado por tu guardia y tus aviones,
en la tierra y en los aires -
como un mísero Heliogábalo lloroso,
como un viejo Ganimedes angustiado,
inferior a las mujeres
del harem y el gineceo-,
estallabas en histéricos chillidos
azuzando a tus mesnadas,
más atrás de tus cañones,
más atrás de tus fortines y tus fosos,
más atrás de tus reservas,
más atrás de los fogones donde hierven tus marmitas,
más atrás del más cobarde de los tuyos...
más atrás.


IX

Imperial infanticida; rey Herodes;
ogro enorme de los párvulos de Bélgica,
a los cuales perseguiste por las calles,
por las plazas, por los campos,
por las cuevas y los montes-
tigre suelto,-
hasta el pie de los santuarios
y el regazo de sus madres;
angelitos intangibles,
querubines inviolables
en su vida, su candor y su belleza,
para Dios y para el Hombre;
a los cuales arrancaste las pupilas,
mutilaste las dos manos,
profanaste y degollaste,-
¡gran maldito!-
por envidia, por venganza, por bestial represalia;
padre triste,
padre lleno de vergüenza
del borracho incorregible, del imbécil incurable
que ha de ser, si Dios no media,
como el propio Carlos Quinto de Alemania,
majestad.


X

Corruptor de la conciencia de los hombres;
musa roja de filósofos y sabios,
de políticos y estetas;
Mefistófeles.
Seductor de la Gran Virgen,-
de la hija cerebral del padre Zeus,
de la hermética Minerva;-
cuyo pecho saturaste de pasiones inferiores,
de satánicos instintos;
cuyos sesos inefables,
armoniosos, fulgurantes como astros,
sometiste a pensamientos tenebrosos,
disolventes, agresivos;
al pensar de las raposas, si pensasen,
y al ardor del alacrán.
Animal apocalíptico; precursor de las tinieblas;
enemigo del derecho y la justicia;
enemigo de los hombres;
Antecristo.


XI

En un mundo tan estrecho y fugitivo
cual un campo de gitanos,
que hoy es vida clamorosa
y mañana soledad;
en un mundo tan endeble y reducido,
tan astroso y vacilante
como el triste carromato gemebundo,
donde ultrajan a Talía por las plazas y las ferias
los histriones derrotados,
los tediosos comediantes derrotados
que darían los imperios de la tierra
por un pan;
en un mundo tan pequeño como éste,
tan pequeño y deleznable
que un insecto deleznable
deposita en la bruñida superficie
de una copa de cristal;
en un mundo como éste en que nacimos,
así frágil y menguado,
así vil y transitorio,
que hoy es nota bien precisa en el espacio
y mañana no será:
no hay siquiera la esperanza
de una vida y una forma permanentes;
no hay el ámbito geográfico bastante,
ni alargándole su diámetro
hasta dar con el volumen de cien soles;
no habrá nunca
ni metales, ni carbones, ni bastantes calorías,
ni energías suficientes,
ni apropiadas resistencias,
para el horno,
para el cráter,
para el círculo dantesco,
para el báratro sin fondo y sin orillas,
para todos los abismos inflamados
que te deben supliciar.
No; la Tierra es tan fugaz, tan reducida,
como un campo de gitanos:
para ti la Eternidad.


XII

Y la Historia es un momento,
una mísera palabra,-
una mísera palabra que resuena altisonante-,
un clamor en el desierto, nada más.
Son los siglos como un sueño:
eran nada y se hacen nada,-
nada mismo, olvido mismo: noche y paz.
Los archivos van al polvo
y a la sombra impenetrable
de un lenguaje incomprensible
como cuentos de otros mundos,
como el verbo de unos seres que no fuesen
ni siquiera el antropoide,
ni siquiera una vislumbre de razón,
de humanidad.
Los azotes de la Historia no castigan:
crean dioses;
crean tipos fabulosos, mitológicos,
arrastrados al dolor por el destino,
condenados al delito por las horas,
sometidos al horror de la tragedia.-
del incesto al parricidio-,
por las fuerzas del ambiente;
porque así lo dispusieron las costumbres,
las pasiones imperantes,
los impulsos, los delirios,
las herencias y atavismos: lo fatal.
No; la Historia es un momento, una mísera palabra-
una mísera palabra que resuena altisonante...
Para ti, para la serie
larga y negra de tus crímenes horrendos,
cien millones, mil millones de centurias
son un soplo.
Te reclaman los archivos de lo eterno:
vida eterna, fuego eterno, llanto eterno,
sin Plutarcos,
sin siquiera la sonrisa de Caín el fratricida:
dolor pleno, dolor sumo, dolor puro
por los siglos de los siglos;
y en aquella angustia eterna,
tú y Satán.

La Plata, 29 de diciembre de 1915





Hijos y padres


Dedica a su Hermana Carmen

I

Como la lluvia copiosa sobre el suelo,
como rayo de sol sobre la planta,
como cota de acero sobre el pecho,
como noble palabra sobre el alma,
para los hijos
de tus entrañas
debe ser tu cariño hermana mía
riego, calor, consolación y gracia.

II

Como tierra sedienta de rocío,
como planta en la sombra sepultada,
como pecho desnudo en el peligro,
como guerrero inerme en la batalla,
así, en la ardiente
contienda humana,
¡ay! los hijos que pierden a sus padres,
pierden riego, calor, escudo y lanza.

III

Como nube de arena que no riega,
como sol que no alumbra en la borrasca,
como roto espaldar que no defiende,
como consejo que pervierte y mancha,
así, malditos,
padres sin alma,
son aquellos que niegan a sus hijos
consejo, amor, ejemplo y esperanza.

IV

Como fecunda tierra agradecida,
como planta que al sol sus flores alza,
como pecho confiado tras la cota,
como hasta Dios se magnifica el alma,
así, los hijos,
cuando les aman,
dan plantas de virtud como esa tierra,
frutos de bendición como esas plantas,
arranques de valor como esos pechos,
rayos de inmensa luz como esas almas.




Tempestad


Agrupándose ligeras
vienen nubes tenebrosas,
y montañas espantosas
en el cielo acongojado
de sus senos, derramado
como un colosal torrente,
agua pura y transparente
que moja el suelo enlutado.
Cruza errante la centella
cual tétrica exhalación;
su estentórea vibración
deja flamígeras huellas;
sopla el viento que resuella
y en el muelle renegrido,
se escucha el recio bramido
del vendaval que se estrella.
Ha alzado el día su vuelo
y en las olas espumosas,
gigantescas y brumosas,
tiende la noche su velo;
débil barca con recelo
va el atlántico surcando
de proa a popa tumbando
entre la cuna agua-cielo.
Como de ronca metralla
un rujido estentoroso
colosal e impetuoso
cual la voz de la batalla;
luego círculos y mallas
se escuchan, se ven rojizas,
y el aquilón que hace trizas
en duros muros estalla.
Es de noche. La oración
se ha alejado del poniente,
quedó desierta y doliente
la confundida creación;
caen hojas en montón,
tiembla el árbol, rueda el nido,
vibra el rumor y el silbido
se escucha del aquilón.




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