domingo, 12 de febrero de 2012

ALBERTO CUBERO [5.851



Alberto Cubero


Madrid, 1972

Licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad Carlos III de Madrid.
Ha publicado relatos y poemas en las revistas Nitecuento, (Barcelona, 2003-2004), Escribir y publicar (Barcelona, 2004), Shiboleth (Madrid, 2008) y Poeta de Cabra(Madrid, 2009).
Finalista en el Certamen Internacional de Relato «Art Nalón» (Langreo, 2006). Finalista en el Certamen de Poesía «Arte Joven Latina» (Madrid, 2006). Tercer premio en el Certamen de Poesía «Gabriel Miró», (Castell de Guadalest, 2007).
Ha participado en seminarios y talleres sobre filosofía, novela y poesía impartidos, entre otros, por Jorge Urrutia, Eugenio Trías, Miguel Casado, Juan Carlos Mestre o Eduardo Milán.
En 2008 publica su poemario PÁJAROS DE GRANITO acompañado en el mismo volumen por Pablo Martín Coble con PRIMERA PALABRA, dentro de la colección «Duetos de poesía» de Legados Ediciones.
Ha leído sus poemas en los recitales que organiza la librería Arranca Thelma (Madrid, 2008), en el ciclo Voces y poetas de Angelika Cinema Lounge (Madrid, 2009) y en el ciclo La voz y su sombra coordinado por el poeta Eugenio Castro en el Círculo de Bellas Artes de Madrid (noviembre de 2009.

Libros publicados:

-La República de la Imaginación (Legados Ediciones)
-Pájaros de granito (Legados Ediciones)
-LA TEXTURA METÁLICA DEL DOLOR. Poemas de Alberto Cubero/ Pinturas de Leandro Alonso (El Sastre de Apolinaire, Madrid, 2011)
-Hendidura. Prólogo de José Manuel Querol Sanz. Madrid, Devenir, col. Poesía, nº 259, 2014












El caballo herido que galopa en los amaneceres ha gritado tu nombre.
¿No lo has oído?
Ha sido un grito agudo, intenso, como salido de un dolor inconsolable.
¿No lo has oído?
Como el grito de la madre ante el hijo moribundo.
Después ha comenzado a llover ceniza.
Miras al cielo y no aciertas a explicarte el incendio, qué incendio
de abrazos interrumpidos.
Has recordado que hay una estrella que arde por cada corazón deshabitado.
Has recordado la luz vieja de las ciudades abandonadas 
y el olor amarillo de las flores pútridas.
El caballo herido que galopa en los amaneceres ha gritado tu nombre
y el pronombre que te habita cuando nadie te pronuncia.
¿Eres quien camina en las solitarias noches de invierno?
¿Eres el escultor de la nieve, el orfebre de la melancolía y de las fuentes
que la alimentan?
Llueve ceniza sobre las mujeres parturientas y sobre los ancianos 
enloquecidos, ceniza sobre los rostros de quienes han llorado 
el final de la música y la muerte del otoño.
Murió el otoño y el pájaro de la medianoche que cantaba las resurrecciones.
Y tú has acunado su cadáver entre los brazos, has acariciado 
las alas flácidas, has contemplado los ojos ya fugados para siempre.
El cielo se estremece, se estremecen las raíces del sauce y el corazón 
noble de los que hablan con las sombras.
Tañen las llagas azules de los labios sellados, tañe el olvido,
la metástasis que enferma las fotografías y los calendarios.
No amanece.
No amanece aún.
Pero una luz persiste en la búsqueda, en abrir camino, en ser camino,
en reinventar sin descanso las desinencias de los anhelos.
¿La ves? ¿Eres quien camina sobre la trémula cuerda de la esperanza?








Lo incierto es luz
raíz de la luz
olor a tierra mojada
horizonte es el tiempo
acantilado, tú.


(…)


Grita el pájaro de la locura.


Las paredes de cartón
son devoradas por la humedad.


Las llagas sangran alcohol.


El corazón del mundo respira
en el interior de una botella.


Sueña el pájaro de la locura
con las ancestrales manos del dolor.


La aurora no volverá a hacer nido
sobre los tejados de las catedrales.


(…)


Transitas los arrabales
del corazón
desconoces el camino
de regreso
a dónde.


(…)





El inventor del humo


Coronado por grandes losas anubarradas 
que reposaban como dólmenes cosmológicos 
sobre las crestas humosas del pedestal.
(Claude Lévi-Strauss)

I

El inventor del humo ha creado las noches sin luna. Todo el mundo se pregunta qué ha sucedido. Nadie lo sabe. Sólo lo sabe él, que levantó la arquitectura de las apariencias frente al palacio de los latidos. Sólo lo sabe él, que inventó el olor azul de los nombres incendiados. El inventor del humo ha creado las noches sin abrazos ni susurros. Todo el mundo se pregunta qué ha sucedido. Pero la respuesta la tiene él y no está dispuesto a hablar.

II

Luego aparecieron los adoradores del inventor del humo. Los que le ayudaron a quitarse el sombrero de copa y a que ya no tuviera que disfrazarse. Los adoradores son más peligrosos que el propio inventor porque ellos sí se disfrazan. No resulta fácil identificarles. Parecen ángeles caídos que intentaran recuperar su inocencia robando la de los otros. Regalan mariposas multicolores con un aguijón en cada ala. Caleidoscopios que muestran las diversas caras de la codicia, conchas en las que se puedes escuchar el restallar de los metales. El inventor de humo está orgulloso de sus adoradores, de que hayan cargado ellos con el símbolo, de que sean tan buenos fariseos. Él, el creador, el propietario de las voluntades, cada noche, antes de irse a dormir, reparte unos mendrugos de pan entre sus fieles servidores.

III

El inventor del humo pierde fuerza y, cuando desfallezca, otro inventor del humo será parido en los púlpitos de la obediencia y el sometimiento. Se puede leer la resignación en los rostros de los habitantes del laberinto. Muchos de ellos recorren las calles por las noches bajo la implacable oscuridad para buscar la salida y huir hacia los arrabales y los acantilados. Continúan haciéndolo con cierta confianza en conseguirlo. Pero la salida no está en los mapas, no está escrita en parte alguna. Está en el repliegue sobre uno mismo y en la escucha del agujero negro. Sólo unos pocos han conseguido escapar. La mayoría de los habitantes del laberinto no saben hacerlo o no quieren hacerlo.

¿Qué especie de parálisis atenaza a estos hombres? ¿Continuarán buscando una salida que no existe?

El predicador, los adoradores del inventor del humo y los guardianes del rencor preparan el terreno para un nuevo nacimiento. Milimetran cada detalle, revisan cada rincón del espectáculo. Los adoradores avivan los actos públicos, hacen de ellos un entramado de pedante camaradería. El predicador habla con más fuerza aún de la necesidad del metal, de la maldición que caerá sobre el laberinto si se reniega del metal. Los guardianes del rencor vigilan el orden, los procesos, vigilan sobre todo a los que callan y no otorgan, miran a los ojos para identificar en ellos la osadía de los despreciados y el pez alado de la lucidez. El mecanismo está en marcha para un nuevo parto y el olor pestilente de la placenta se extenderá por las calles, sin remedio.

¿Continuarán engañados los habitantes del laberinto, amedrentados, buscando la salida equivocada?

(Alberto Cubero. Hendidura. Prólogo de José Manuel Querol Sanz. Madrid, Devenir, col. Poesía, nº 259, 2014)






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