lunes, 5 de septiembre de 2011

4632.- TEDI LÓPEZ MILLS


TEDI LÓPEZ MILLS
(Ciudad de México, 1959)
Editora y traductora. En 1994, obtuvo la beca "Jóvenes Creadores" del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, y el Premio Nacional de Poesía "Efraín Huerta" por su libro Segunda persona. Actualmente, con una beca del Fideicomiso para la Cultura México-Estados Unidos prepara una antología del poeta norteamericano Gustaf Sobin.

OBRA PUBLICADA
Es autora de los siguientes libros de poesía: Cinco estaciones, Un lugar ajeno, Segunda persona (Premio Nacional de Literatura Efraín Huerta, 1994), Glosas, Horas (Beca de Poesía de la Fundación Octavio Paz, 1999), Luz por aire y agua, Un jardín, cinco noches (y otros poemas), Contracorriente, y del volumen de ensayos, La noche en blanco de Mallarmé. De 2000 al 2006 perteneció al Sistema Nacional de Creadores de Arte.

Por su libro Muerte en la rúa Augusta, Tedi López Mills obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia 2009, que otorgan la Sociedad Alfonsina Internacional y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA).



Prólogo

De mis antepasados heredé la ruta adversa,
el surco mal abierto que pide clemencia al pasto,
el incisivo trote de la pezuña en el polvo húmedo,
la certeza sin el mérito del presentimiento,
el alma contemplativa e inerte
que no acude a la hora de su vida
ni asiste al tiempo de su muerte.
Y he dispuesto en mí
que esta sangre extraña me conceda un sino:
el arbusto salvaje que crece al sur del mapa;
la ronda insensata del cascabel y del colmillo,
la infame zarzuela que interrumpe la caída de un imperio
en cuyo centro reinaba el corazón más taciturno.
Y que las figuras de una edad antigua
vayan contando los minutos de mi suerte,
y crezca el miedo a mi lado como sombra
por haber querido llegar a otra parte.
Busco, pues, la remota quietud
de un intento contiguo al destierro,
el escenario y la tramoya
para encarnar las cifras de una pasión.
Este es el relato de una tierra
y del advenimiento de una tierra.
Ya estábamos, desde siempre.
No reparto bienes. Nada tengo.
Corrijo el curso. Honestamente.

(Un lugar ajeno)







Los pasos de Arcadia

I
Cada árbol, cada pájaro, cada pez,
cada liana o lirio en la estela del barco,
cada insecto alumbrado por el sol de la piedra,
cada nube que transigía con un cielo distinto,
cada luz pasajera en el prisma de las horas,
o el clima de llegada o de ida,
la fractura de humedad en la vereda
antes de tocar el agua
y decir que era la misma siempre
aunque era otra la mano
porque el tiempo fue un rasgo de la piel
y no la esfera donde ocurrió el paisaje:
una parodia de la creación
en la naturaleza de los nombres
o a distancia un génesis irónico:
yo lo hice pero no miré
más allá de mi estrofa
en la calzada del barrio,
no vi el lugar del suceso;
vi la utopía de una forma
y el arte de fijarla donde no había nada.
Pero tuvo otro comienzo
la franja de tierra entre mar y laguna.
Arcadia se hizo historia,
esa cronología de la mente
bajo el techo de palmas
reflejado en los ojos del testigo
que iba podando el mar en aras del futuro
a una orilla de la lancha concreta,
porque hubo otra camino al pueblo,
la barca primigenia en los surcos de otro siglo,
el viaje premeditado a la altura del mito,
paganos en cada esquina del mapamundi
y un dios aquí, engarrotado,
porque la escena, el rapto de la ola,
se repetía sin que él dispusiera
del orden de sus actos.
Fue mejor no creerlo,
no tuvo divinidad ese lodo
que llegó a los tobillos
como la materia irreal de otra costa
y azotó con un lengüetazo pardo
la toalla blanca que consumía el resplandor
en la sombra de sus pliegues
mientras a lo lejos, en un promontorio,
tres garzas castigaban el silencio
con los picos abiertos como pinzas
salidas del plumaje revuelto.
Lo dijo el pescador:
aquí vienen a comer, lo demás es mentira.
Arcadia se hizo hambre
en la boca del testigo, luego teología:
el hartazgo volcado hacia el espíritu
que buscaba un refugio
y lo habitó sin dejar huella de su entrada.
Hubo casas con umbrales más densos
tierra adentro
que en el litoral de la playa
donde la pila de estacas
fue perdiendo su figura
a cambio de rozar la intemperie.
El día y la noche
en esos muros descarapelados
por la sal del aire que hendía huecos,
el cangrejo roto bajo la pata de la silla
o la cucaracha cavando una gruta
para despojarse de la armadura de arena,
depredaron la encarnación de otra vida
que quiso transcurrir
sin los detalles que la gastaban.
Y la mano en el sitio del agua todavía
era una Arcadia del tacto,
la leyenda de los dedos al filo de la tarde
que hice yo cuando tenía sentido
resucitar a un costado del signo muerto
para que hubiera desenlace
y no sólo esta señal del mundo
que convive con su retrato
porque hubo un testigo
del lugar a la vista
y su voz aún narra.





U

Me elucida cara en discordia, diablo babeando hasta en la leche, afuera la lluvia, adentro la sardónica evidencia de las paradojas, pan duro, mojigata la señora me cuenta, yo mirando su escote hundido en la grasa del cuello, pan suave entre los dientes, pica de nuevo, hocico, dos o tres epigramas, muñón de concha, como si nada una ventisca que remeda en los manteles la sutileza de la gasa, me describe, paloma y polvo, lo genuinamente mexicano, y oigo pensando, ese apelativo que se me pega con un laberinto adicional en la oreja, solariego entre mis bastidores, ese rito de cascos y coronas, será la nación, mi señora de tiza, de borla, de esquila, lo será esa resolana entre tabiques, esa racha de mala política, ese difuso grafiti de alguna idea de país camino a la tiesura de una pancarta, ¿genuinamente mexicano?, señora
lírica, por mi parque de arboledas divulga una rata la misma historia, allende el monte, ¿hortelano en un jubileo de arroyos o égloga distraída por el saqueo
de sus habitantes?, la pregunta afirma su contrario, he visto, señora coqueta,
cómo una estructura, discursiva en su descenso, se inmiscuye en mi colonia y acaba haciendo patria, bocacalle, vecindario, melodía breve, rancio musgo, cómo la rata de hoy, deambulando entre troncos antes de evolucionar hacia la ardilla, se extiende hasta mañana, escarba cuánta leyenda diminuta en su pesquisa, señora de estopa, y resuelve: sobra el futuro, ¡tanto y luego tanto!, por quién toca, a la puerta, y qué puerta, de aldabones, qué inmensa puerta la que se abre hacia fuera, mundo por fin, mexicanamente, aunque yo no genuina, amortiguo la caída, voy, ya voy, anda, tiéntame, diablo de marras, dime qué mitad de mí corresponde a este paraje nacional, pues vivo de su cauda y mi resquemor en la sortija de su lumbre se parece a un tributo que le rinde un instante geométrico al resto de una sombra, padre o madre, me comentan que hay fronteras internas y externas, un destino de la línea, buena, mala, cuánto daría por saberlo, adoquín bajo el ansia, ¿licenciado o poeta?, declárese que hay híbridas multitudes que conciben su espíritu variopinto de modo unitario, siempre cuchicheando
por la estrofa y más vivo que nunca, afirman zarpa en mano,
ésos que me lo regatean.

De Contracorriente







Nieve

Lo más extraño de la nieve
es no haberla visto
pero convocarla
como un hábito del asombro
o una condición de ciertas palabras.
La nieve solícita de Lezama,
por ejemplo,
su nieve perpleja en el trigo,
su festón enhebrado de nieve,
su pulpa cortesana,
sus insectos ciegos
a pique por el flanco frío,
sus nieves declamadas,
sus nieves invitadas,
sus nieves que escrutan
gamos en el bosque
y hojas cubiertas
por la escarcha de una luz
tan tenue como la fábula
del invierno fijo en las palmeras
que se deshace
con el primer golpe de sol,
su rastro de arena,
y la brisa canicular pintada de verde.

¿Qué es esa nieve
retenida por sus paradojas?
¿La nieve de alguien,
íntima e intransmisible,
o la nieve del mundo?
Una analogía redundante:
si el mármol es parásito de la nieve
—no a la inversa—
la cercanía blanca es tan absoluta
que entonces se anula.
Y no hay conocimiento.
Pero con otros colores,
con otros hechos
el símil puede tener
la consistencia de un acto.
Nunca he visto el muérdago,
su amarilla natividad,
sus bayas pálidas en el roble,
su forma suelta y sin corona.
Sé que hay umbrales precisos
donde impone la costumbre de un beso
o épocas en medio del verano
próximas a la sequía
en que arde en una fogata
por sacrificio o por memoria.
Según los druidas
(que para mí son como la nieve)
el muérdago lo cura todo,
es sabio e inmortal.
Lo mismo podría decirse
de cualquier cosa que se desconoce:
el tojo en el mediodía
de un monte quemado,
el baobab en la tórrida llanura
o los tisanuros en un hoyo
distante del viento.

La nieve a veces no tiene linderos,
redime castas, fechas, días,
hace ritos en la tierra
que invierten el orden
de lo que buscan los ojos.
Entonces las quimeras
ya no se miran
tras la reja como antes.
Y así ocurre de repente:
cuando descubrí la nieve verdadera,
la nieve sola,
ya no importaba.

De Luz por aire y agua










Secuela

(segunda)


Es el tiempo del canalla,
es el sol del buitre,
es el cielo de la mosca.

Enumero en relieve
este friso de anomalías.

La temperatura reiterada como un eco
en la canícula singular del morbo
y afuera el animal de la conciencia
perseguido por una circunstancia pedestre:
cruzar la calle o infringir la luz roja,
batirse con una esquina
para librar la encrucijada,
mirar de reojo el uniforme,
la bota caída al norte de un charco
como un pie solitario
que perdió la retaguardia del cuerpo
y al cabo de un día el sueño de la distancia.

Enumero el desatino del aire
que no puede resumir la medida del aliento.
El plumaje caído contra el plomo del piso,
el racimo de nubes y tela
que convive con el cable tenso
como si creara una especie intermedia,
un relevo entre el pájaro y la rama.
Enumero la atmósfera de breves peticiones,
la cúpula donde la sombra o la brisa
podrían restituirse si el clima
no estuviera mutilado
por el estribillo de una predicción:
no habrá otro resquicio como el de ayer
donde percibí el bálsamo de una luz
contigua al frío, su idea remota,
luego esa escarcha en la frente
como un rasgo de amor o de gracia,
la virtud de una nieve repentina
y la tregua blanca en el cuarto.

Adónde se va en medio de una vida;
hablo de la ceniza
y una pasión tan extrema
como el incendio y su verano
anticipado por la chispa,
hablo de la distorsión de un sonido
en el bosquejo de los dedos y la flama.

No sale el mundo hoy, no regresa;
queda la parodia,
el trayecto burdo
entre la mirada al techo
y el consuelo de una ventana,
la destreza del fresno,
la higuera detrás del tinaco
y la viga en el ojo ajeno.

Esta década no sirve para despedirse,
no sirve la huida
si no deja los rastros de una ruta,
no sirve el oxígeno cerrado en un puño,
las manos compulsivas que cuentan
tantas briznas de pasto
y tanto gramaje de polvo;
no sirve la muerte pequeña al final de la tarde,
la resurrección en la última escena
cuando se disuelven los hechos
y el duende del error
se posa junto al cuello
como un loro distraido por el silencio
que olvida su única frase:
esta región apesta,
this south stinks peace ;
pero no, es aun más fácil,
huele: siempre hay un mar escondido
cuando se gasta el encierro.
Esas olas vuelven
como si tuvieran albedrío.
Y es el festín de esta máquina
decidir si eres o no eres.

Canalla entonces el tiempo cuando dura así
sin los dones evolutivos del instinto,
sin el atributo de la impaciencia.

Y esa idolatría de la imagen:
el buitre del sol en la llanura bermeja,
la mosca del cielo matizada
por el motivo de alguna ruina,
el cascajo y el óxido,
el dudoso metal de una efigie que perdona
y la abstinencia porque esto,
la alegoría o la magia, no sigue.

De Horas








Circunstancial

Mi amigo le tiene miedo a las buenas personas.
Caminando con su perro cojo por la colonia
entre una vía rápida y el muro de piedra seca,
me pregunta: ¿qué es la bondad?
Yo le digo: la bondad, así como bondad, no sé.
¿Conoces gente buena?
Pienso en la gente un instante.
Mi amigo del perro cojo es gente buena
por lastimada pero cómo se lo explico,
la bondad de la víctima y de su víctima es un círculo
o una línea recta o una parábola o un ejemplo:
si me lastimas me podrás salvar sin que te lo pida;
de tiempo está hecho el tiempo, de bondad lo bueno,
de carne la carne o de polvo o de ceniza,
según el dios que comulgue con la pila de huesos
en el valle de los más puros sentimientos.
Los malos mueren por la cabeza,
los buenos por el corazón, sería una fórmula
casi hospitalaria de los actos que nos dividen;
éste es mi cuarto blanco, luminoso, aquí se hace el bien,
caridad, inocencia, humildad, indulgencia,
ya no te oigo, amigo del perro cojo,
¿dónde quedó la música de tus constelaciones?
Antes la cargabas como alma sustituta:
tañías a petición la cuerda con tu dedo largo.
Ya ves cómo deambulan últimamente por este rumbo
–me informaste–
cómo luce a media escala mi estrella,
la punta chueca atorada en la grieta del pavimento.
Ponte la máscara de la bondad un segundo,
dos segundos, me pides,
pero no cabe en mi cara, es más grande la máscara,
el gesto al menos, si retuviera el truco,
sería buena a pesar de los buenos,
qué ingenio, en mi cuarto negrísimo,
en su mesa de centro me coloco de efigie:
hay casi la misma compasión en la culpa
que en ese ritual de bondad que me pide
algún reconocimiento.









Diario mezquino

En la página uno de mi cuaderno, bajo la fecha 13 del sexto
mes de un año cualquiera, anoto la destrucción contigua,
diminuta, asimétrica, apenas visible desde mi cuarto;
escribo: hoy tumban rama por rama, espiga, aguja, leña,
el pino predilecto en la barda que divide los tres sectores,
el mío, el suyo, el de ellos;
¿política de vecinos? no entrometerse,
reclamar óigame qué corta, qué mata, qué maltrata,
qué pulula en su ojo, no toque ese tramo de viga,
no separe el polvo de la línea curva donde asciende
el truco de este día, que es durar, supongo,
monótonamente. No sabe hacer otra cosa.
En la página dos añado: sin consecuencias para el orbe.
En la página tres detallo: medra el rencor entre jardines,
se espiga el mamífero, se adelanta la ardilla,
pinta café su puente de árbol en árbol,
ratas van donde voy, canturreo, señoras me persiguen
y cuando el futuro del futuro tenga la apariencia de mañana,
haya agua vinculada con las horas en que se despierta
la afición naturalista de la naturaleza, gusano, abeja,
hormiga, ellas que no me dejan consumarán su masacre. Punto.
¿Quiénes? Ellas en extremo, me perdonen,
lares, entidades o criaturas,
quién busca personas en esos gemidos,
voces en la crinolina, puro encaje entre silencio y grito,
qué luce vicario en esos espíritus de cuadra,
cuerpo con cuerpo no basta para repudiar la tradición,
ya come de su mano, ya pone la mesa del odio;
divaguemos hacia la sorna: ten la mosca,
ten tu veneno, ten la derrota.
En mi barrio,
modesto cuando se piensa,
las señoras se multiplican, talan, aniquilan,
limpian hasta pulir la última ausencia.
En la página cuatro termino: si este ciclo
se remonta en una serie extravagante de aleluyas,
si me acosan coros en cada circunstancia,
si la cadena de niebla gris y enemiga
se encabalga con la música de instantes
que escucho cuando me trazan la figura del prójimo,
si leo: los problemas no son humanos, son mecánicos,
entonces quizá me gane una risa piadosa,
hasta universal, y reponga los ritos, cinco o seis
sentimientos nobles para el dispendio de esta semana.






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