domingo, 24 de julio de 2011

4248.- JOAQUÍN MARTA SOSA


Joaquín Marta Sosa (1940) es escritor venezolano, hijo de inmigrantes, nacido en Nogueira, Portugal. Es profesor Titular de la Universidad “Simón Bolívar” de Caracas. Ha escrito sobre temas literarios, estéticos, educacionales y socio-políticos, y también ha ejercido el periodismo. Algunos de sus títulos poéticos son: Anunciación (Amazonas, Caracas,1964); Para la memoria del amor (Signo Contemporáneo, Caracas, 1978); Sol cotidiano (Signo Contemporáneo, Caracas, 1981); Territorios Privados (Monte Ávila Latinoamericana, Caracas, 1999); Las Manos del Viento (Bartleby Editores, Madrid, 2002); Domicilios del mar (Libri Amicis, Caracas, 2003) Entre sus ensayos literarios publicados figuran: Sociopolítica del arte y la literatura (Editorial Equinoccio, Caracas, 1975); y La ecología literaria como responsabilidad del escritor (Editorial Equinoccio, Caracas, 1984). Recientemente ha publicado Poetas y Poéticas de Venezuela -antología 1876 / 2002- (Bartleby Editores, Madrid 2003) y Navegación de tres siglos / antología básica de la poesía venezolana (Fundación para la Cultura Urbana, Caracas, 2003) Otras publicaciones suyas son Venezuela: Elecciones y transformación social (Ediciones Centauro, Caracas, 1984); El estado y la educación superior en Venezuela (Editorial Equinoccio, Caracas, 1984)



NO SIEMPRE LA PLAYA ES MAR

El perro se acuclilla frente al mar
y se posa.
En sus lánguidos ojos
observa los movimientos de olas y mareas,
olfatea aquel aire
para sacudir el cuerpo
que le pesa,
calado por las alzas y bajas
de aquellas aguas inocentes,
con sus playas perdidas.
Son el muro, el suyo,
largo muro indiferente.
Recoge sus patas delanteras,
apoya el hocico en las arenas,
viene la noche, lo adelgaza,
y desaparecen sus ojos.




Domicilios del mar


LOS LOBOS

El río de los buitres en la altura
con vuelos fríos, apenas luminosos,
por sobre cantos, rezos, ceremonias mudas
contra el viento.
En la piedra una incisión, otras, pocas,
incomprensibles o claras,
cubiertas por el hollín de tus fogatas.

Enfrente, seductora del silencio,
la ermita cerrada ante su cruz.

En los muros agotados
ninguna otra huella existe
salvo aullidos, pedruscos,
una escalera rota, vencida,
en la cueva que atempera con sus gritos
la imaginación, inmediata y muda,
y el fondo gris
de lobos que te miran.








MUESTRA DEL PINTOR

No volvimos nuestras caras
ni los pasos nunca más,
mientras bajo las playas desoladas
y los arenales de fuego
una y otra vez batían los restos insumisos,
los que se negaban a cerrar la boca,
a no gritar aquella pérdida
o la inutilidad de su quehacer
quebradizo como las espumas,
pasajero como un faro
en la esquina del mar que relegamos,
de un recuerdo que tampoco persistió.








PARA ESTE ADIÓS

Entiendo tus ojos tan abiertos,
tu boca sorprendida y como triste,
figura de Vermeer
en cualquier alta madrugada
donde el adiós iniciaba sus señales.
Estos trazos de palabras,
sobresaltos,
revelaciones pocas y a destiempo,
son, nada más, lo que resta,
sé que para nadie, para nada,
pero mientras permaneció el intento
para los dos
creo que vino a ser perturbador
como la perla que en tu cuello alabo
o el turbante en su prudente azul
que decide tu corona.
Es verdad, el penar fue sordo
y levantó esta casa donde apenas dejamos
alguna habitación, cierta ventana,
escaleras dominadas donde puedes asomarte.
Me marcho sin zozobra, ahora, sin reparos.
Claro, es un decir, porque lastima
con el peso de quien pudo equivocarse
y en tus celebraciones no te honró lo suficiente.
Con dolor digo que es todo,
y que por lo demás, mientras permanece,
vuelve al polvo.








NO DEJAS DE IRTE

Sin pensarlo, y después sin quererlo,
observas con detenimiento los vestigios,
lo que de ellos queda a tus espaldas,
todo lo que fuiste borrando, apartando,
las gavetas y archivos que vaciaste,
las fotos y carpetas, desechas, rotas,
entregadas a otro sino,
fuera de ti para siempre,
te sentara mal o bien.

Solo, te advienen violentos apetitos,
gritos resonando en las costillas,
cigarrillos que dejaste de encender,
copas que añoras por momentos.

Vuelves a mirarte:
en contra de todo lo querido
ninguna oración sube a tu calma
a sabiendas de que ya nadie te acompaña
ni puede hacerlo ya.

A tus muelles vacíos
todos llegan tarde, incluso tú.


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