domingo, 18 de diciembre de 2011

LUÍS PIMENTEL [5.464]








Luís Pimentel



Luís Pimentel, cuyo nombre verdadero era Luis Benigno Vázquez Fernández (Lugo, 1895 - id., 1958). Poeta español en lengua gallega y castellana, relacionado con la Generación del 27.

Estudió y ejerció la medicina en Galicia. Sus primeros poemas se publicaron en la revista Ronsel, pero su primer libro no apareció hasta 1950.

En su obra se aprecia una síntesis de movimientos vanguardistas de dentro y fuera de Galicia. Fue autor de «Triscos» (Pontevedra: Colección Benito Soto, 1950) y de «Sombra do aire na herba» (Vigo: Galaxia, 1959, póstuma) en gallego. En castellano escribió «Barco sin luces» (Lugo: Celta, 1960), obra también póstuma que recoge poemas de 1927.

En su poesía se observan influencias del modernismo, de los "ismos" vanguardistas, del simbolismo francés y del existencialismo de posguerra. En cuanto a la forma, destaca el verso libre, imágenes vanguardistas, los paralelismos y las anáforas.

Se le dedicó el Día de las Letras Gallegas de 1990. De Luís Pimentel existe una antología en italiano, traducida del castellano y del gallego y organizada por Manuele Masini: Luís Pimentel, Infiniti Istanti, a cura di Manuele Masini. Pisa: edizioni ETS, 2004.











Entierro del niño pobre


Punteros de gaita
lo acompañaban
Su padre de negro;
en el mar, una vela
blanca


Los amiguitos lo llevaban
No pesaba nada
Abajo, el mar;
el camino en el aire
de la mañana


El iba de camisa limpia
y zuecos blancos
Los amiguitos lo llevaban
No pesaba nada






Enterro do neno pobre


Punteiros de gaita
acompañábano
O pai de negro;
no mar, unha vela
branca.


Os amiguiños levábano
Non pesaba nada.
Abaixo, o mar;
o camiño no aire
da mañá.


Il iba de camisa limpa
e zoquiñas brancas
Os amiguiños levábano
Non pesaba nada.





DE “TRISCOS”




CRUCERO


¿Por cuál camino huyó su cuerpo?
Dos caminos la llevan al mar
y uno al prado más tierno.
Llevaba los pies desnudos
y el cabello al viento.
¡Dímelo tú, Señor,
que la viste pasar!
Dos caminos la llevan al mar
y uno al prado más tierno.





CANCIÓN PARA QUE UN NIÑO NO DUERMA


A mi gran amigo Piñeiro


No duermas,
mi niño pequeño...
Agítate, grita, llora.
Tu padre está fuera.
Rasga con los pies
esta sábana de miedo.
No cierres los ojos, niño pequeño.
El viento zumba, no cierres los ojos.
La muerte ronda por fuera.
Veo el río oscuro
y una hoja muerta.
Agítate, grita, llora.
Tu padre está fuera.





EL VALS DE LA NIÑA POBRE


Baila, baila, baila.
Tus harapos se quedaron en la escalera.
Dentro estás de un rico cofre;
una hermosa tristeza canta el piano,
una sombra de acordes
escala de tu cuerpo perfecto.
Baila, baila y gira
entre terciopelos antiguos.
(Oriente de perlas
pasa por los espejos).
¡Oh, tus redondos senos!
Tus muslos fríos,
nácar para el ébano caliente.
Milagrosa y dulce tu luz hay en tus ojos.
Baila, baila y gira,
olvida tus harapos.





DE "SOMBRA DO AIRE NA HERBA"




¿TÚ QUÉ SABES...?


¿Tú qué sabes de los miles de horas,
de los siglos que fueron necesarios
para que tus senos soporten ahora la luz
en perfecto equilibrio,
para que iluminen esta milagrosa estancia?


¿Y ese gran esfuerzo de infinitos instantes
para pulir el marfil de tus muslos
y para que tu frente
pueda ser coronada por las rosas?


Millares de días y de noches
para que el cuarzo de tus pies
sea casi leves alas.
Para que tu voz no pese en el aire,
cuántas herramientas han tenido que cegarse.
Cuántos silencios
para que ahora tus manos puedan
cortar una rosa en la noche.
Cuánto tiempo mirando al cielo y a la tierra,
cuántas miradas perdidas
para que ahora
puedas llorar dulcemente.



LA POESÍA ES EL GRAN MILAGRO DEL MUNDO


Te enseñaré sin gritos. El poeta es un maestro sin ira.
Te llevaré a mi reino,
donde te aguarda
la bandera de la esperanza.
No te mostraré aquélla
triste, abatida sobre el mástil,
solitaria bajo una lluvia cenicienta.


Estoy arrepentido de pensar
que el más zafio y bruto de los hombres
no pueda descalzarse
para entrar en nuestro reino.


(¡La poesía es el gran milagro del mundo!)


Yo haré que veas a través de tus manos toscas
la luz de tu sangre.
Puliremos tu frente de cuarzo
hasta hacerla casi luna.
No te haré levantar pesadas piedras
ni subir al monte más alto,
donde está clavada
la bandera de mi verso,
ni sostener con tus hombros las noches.


Todo esto lo ha hecho ya el poeta
por ti, para ti y para el mundo.
Te lo prometo que quedarás absorto,
mirando a las estrellas.
Llegará tu rudo sentido del tacto
a conocer las rosas invisibles en la noche.
Oirás el rumor de tu propia sangre
y el silencio que todos llevamos
cuando digas: los senos de mi amada...
Quedarás deslumbrado por su luz,
bajo la sombra verde en el bosque.


(¡La poesía es el gran milagro del mundo!)


Haremos música de tu vocerío. Aquí estamos con tu lenguaje vulgar.
Nombrarás cualquier cosa
-árbol, caballo, piedra...-
y los verás nacer con su vida más íntima,
con sus contornos más puros.


Mira esa hormiga,
ese trocito de polvo oscuro...
¿Qué delicados dedos de alfarero
pudieron modelar tan diminuto corazón,
que late ahora bajo los altos árboles?
¿No percibes que se ha movido el silencio?
Es esa ave nocturna
que ha cruzado el bosque:
dulces, sordas plumas,
abanico de la noche.





LOS NIÑOS


Escondido su terror
entre los pliegues del manto
de las madres,
asusta sentir su corazón veloz
dentro de un pecho tan mísero.
¿Cómo se sostiene o defiende
tanta fragilidad?
(¡Una hoja en el viento!)


¿Recordáis, como rosas que llegan de la sombra,
esas filas de miradas de los expósitos
en domingo?


(Y no hablemos de la infancia de los príncipes).


¡Oh, las navajas siempre abiertas
para herirlos,
dentro del terror de sus sueños!
Y en los oscuros rincones
sus silenciosas lágrimas.


El niño no conoce la muerte;
pero a veces nos llega un grito
de un mundo desconocido para el hombre.


¿Y esa pregunta honda
que se para un instante en sus ojos?
¿Y esa luz penosa, dulce,
sobre una frente blanda y tierna,
de dónde viene?


Pero existen niños solitarios,
extraños niños
que conocen la muerte.




PASEOS


Estoy solo,
casi solo.
Contemplo un cielo tierno
como una finísima lana azul.
El río está tan quieto que parece sólido,
y debajo de este bloque como de un almíbar cristalino
las piedras brillan y me hacen dichoso.
Los blancos álamos, tan tremulantes siempre,
se adormecieron dentro de la tarde.
Es domingo...
Y es como si todo, hasta los pájaros,
huyesen a la ciudad.
EL molino viejo está clavado en el río,
tan callado que hasta su silencio
se refleja en él.
Pero ahora...
por un camino
del otro lado del río pasa un entierro de aldea.
(¡Quién se puede morir en esta tarde tan dulce!)
Yo veo -para eso soy poeta-
que dentro de la caja
él va vestido de domingo:
blanca camisa, traje negro,
corbata y brillante y zapatos nuevos.
Sus uñas aún llevan su tierra
y sus dedos deformes
se cruzan torpemente sobre su pecho.
Van sus ojos mirando
a este cielo tan tierno.
Cerca queda su pequeña casa cerrada, quieta, silenciosa.
Alrededor de ella
hay una soledad misteriosa
que el río refleja.
Solo, muy lentamente, regreso a la ciudad.



CONSEJO


Pisa ahora la gaita.
Como a un pulmón
le quedaría siempre
una gota de sangre o aire.
Durante algún tiempo
merece estar exangüe.
Yo ansío una Galicia muda.
Todos estamos gritando.
Quememos nuestros harapos
en Compostela.
Yo bien sé que hay un misterio
en nuestra Tierra:
más allá de la niebla,
más allá del mar,
más allá del bosque.
Yo estoy todavía ensimismado
y me rodea una eterna noche.
Pero espero, espero siempre
un milagro, una voz.
Nadie puede arrebatarme
mi soledad.





JUEGO VIL


Aquel niño
le pinchaba los ojos
a los pájaros;
y le gustaba ver salir
esa gotita
de aire y de luz,
ese rocío limpio
de mañanitas frescas.
.................................................
Luego los echaba a volar
y se reía al verlos
chocar contra el muro
de su casa,
con un ruido muy triste.
..................................................
Creció y fue de aquéllos.





DE "BARCO SIN LUCES"




EN EL DEPÓSITO DE CADÁVERES HAY UN NIÑO


Ya se marchó el ministro del Señor
-visita de cumplido-
y su hisopo lleno de rutina.
Tú creías que era un sonajero,
y te quedaste muerto jugando con la lluvia.


El depósito de cadáveres es grande para ti.
Y la negra mesa.
Y tu sombra.
Y el silencio de cemento húmedo.


Tú y yo nos entenderemos eternamente.


Llega hasta aquí una canción herida
que se cae y se levanta.
Viene del misterio de los remansos,
en el río, bajo los chopos,
donde las barcas atadas
vigilan las estrellas que quieren ahogarse.


La ciudad no sabe nada de estas cosas,
y en tu cuerpo aún ha quedado
una luz tenue que alumbra el depósito:
la muerte, que ha untado tus mejillas
de una cosa demasiado seria.


Pero en tus ojos aún existen
diminutos jardines encendidos
por los que jamás anduvieron tus pies,
tu pequeñita sombra.


Estás conmigo,
con las manos cerradas, apretadas,
sin querer soltar ese trocito de silencio
que te llevas de este mundo.





UN MENDIGO EN EL QUIRÓFANO


Se va sumiendo la carretera en tus ojos.
Horas encendidas de grava
viven aún en tu humilde reloj de níquel...
Los ángeles azules del telégrafo
dieron sus alas para tus pobres zapatos.
Rezan por ti de rodillas
los marcos de los kilómetros.
En la camilla,
está tibio de paisaje tu cayado;
y sobre el quirófano
ha caído una lluvia de campanas y pájaros.
Níquel y cristal
se han inundado de campo.



ORACIÓN PARA QUE NO SE MUERA UN PÁJARO


Señor, ¿por qué un pájaro de cerca puede ser un monstruo?
Lo tengo en mis manos, y tiemblo de miedo.
Es como si fuese mi propio corazón.


Tiemblo, porque puedo matar
esta flor caliente y viva,
hacer que por su boca salgan
todas las mañanitas límpidas.


¿Por qué un pájaro es cosa siempre nueva para nosotros?
Señor, ¿por qué en nuestras manos palpita el crimen?






ORACIÓN AL POETA MUERTO


Señor, él ya no posee nada.
En las cuatro plazuelas suyas,
cuatro cirios arden,
cuatro ángulos fríos entre el polvo y sus papeles.


Dadle, Señor, tan sólo una hierba
a él, que sacó de debajo de cualquier piedra
maravillosos sueños.


Solamente un tambor enlutado
bate en la noche su silencio;
en las altas noches
que él sostuvo con sus débiles hombros.


Dadle la mísera llama de una bujía
a él que lo ha dado todo:
la rosa que hizo día y noche con sus dedos.


Tú, Señor, sabes que un poeta no posee nada.





A ESTE HOMBRE...


A este hombre que camina solo
por la inmensa soledad de la playa
yo le veo desde lo alto
y desde esta tarde que agoniza.


Acaso él no sepa que le espío
y que le encierro en mi verso:
me hacen dichoso sus pies descalzos
sobre la arena mojada.


Tras él
va dejando pequeños cielos moribundos.
(Jamás he visto el mar tan dulce
ni las rocas tan tiernas).


Su cuerpo es duro y tosco
sobre este lujo del paisaje.
Vive ahora dentro de una joya
y no sabe que camina
sobre preciosa seda
y que va dejando tras él
pequeños cielos moribundos.


Maravillosos sueños
que sus pies deformes y humildes
crean para mí.



PALABRAS


Pájaro no es nada.
No tiene alas.
El niño dijo:
-Vin un paxaro...
Y las manos se nos escaparon
a los árboles


Un bloque de cristal
ante el molino.
La sombra mojada del umbral
bajo los árboles.
El espacio encendido de verde.
El niño dijo:
-Arriba canta un merlo...
Y el aire se hizo flauta.


Paloma, palabra
sin plumas, fría.
EL niño dijo:
- Teño unha pomba...
Y las manos se pusieron tibias, huecas;
se hicieron nidos.


Sobre la ciudad
una lluvia fina cae.
El niño dijo:
-Este orvallo...
Y sobre nuestro corazón
comenzó a llover dulcemente.





EL VIAJE


He cerrado mi casa:
todas las puertas y ventanas.


(Lo hago
como si le cerrase los ojos
a un muerto querido).


Luego me he sentado fuera
y he estado largo tiempo
contemplándola y meditando.


¿Qué harán mis cosas dentro
-las que siempre me acompañaron-,
ahora que están solas?
(Mis espejos, mis libros, mi lámpara...)


¿Sabrán ellas en este momento
que nunca volverán a estar a mi lado?


¿Sabrán que jamás volveré de ese viaje?


Cuando abandono mi casa,
yo siempre se lo pregunto.


La mesa donde escribo,
la lámpara que ilumina mis manos...


Luego, al regreso,
abro la puerta, las ventanas,
corro a mirarme a mi espejo.
Y sé
que soy yo el que vuelvo.



OTROS POEMAS:




UN MUERTO, EN CASA


Enterrad los espejos
donde aún está su terror.


¡Eres ya en casa
un terrible forastero!


¿Qué lluvia de años antiguos,
qué odio a no sé qué cosas
y qué pueriles palabras,
huyendo por los tristes pasillos?


¿Juegan los niños al borde de las acacias?
¿Saldrá mañana el sol
para mi calle?


¿Qué le ha pasado
a mi ciudad y al mundo?





RECUERDO


Yo recuerdo
el viejo reloj de mi padre,
Así eran sus pupilas también,
gastadas, doradas, tiernas.


En mis fiebres de niño,
mis sueños andaban por aquella esfera:
diminutos jardines de esmalte
por los que mis pies temblorosos
corrían en sueños.


Allí está mi pulso
pequeñito y rápido,
mi casa, mi alcoba, mi lámpara
y las tardes infinitas,
lluviosas, de mi pueblo.



1


Sala de visita

Muñecas heladas en rasos de lágrimas.
En los veladores se han quedado enterradas
las palabras inútiles.
Las palabras de naftalina de los pésames.
Y no hay fiesta para aquellos rincones
donde los ojos del niño muerto
están clavados.
El reloj se quedó sin sangre.
Y ésta es la hora de los pianos cerrados.



2


El día malo

Nació el día del camino hollado y sucio.
Aquella madrugada que agoniza
en tu correcta camisola,
quiso también asesinar, estrangular
las más dulces lámparas.
¡La mía, la mía, la auténtica!
La que hice con sangre de mis sueños,
la que hizo ella con transparencias de sus manos.
Ya llegó el día con las alas sucias,
con los pies sucios, con los ojos sucios.
¡Tanto fango en las manos!
Y un corazón vacío
en el que no ha quedado ninguna canción.
A todos mis versos les he tapado los pies.
Sobre el verdín del balcón, ¡tántos muertos!
Palabras, pájaros, alas, libros.






3


Aprendiz de santo

Este niño quiere ser santo.
¿Qué silencio o qué ceniza
pulió su frente?
¿En qué triste escaparate
halló su corbata?
En la custodia de sus gafas
guarda sus ojos limpios.
Misa de alba,
azucenas frías,
largos domingos son sus manos.



4


Eco

Clara voz de espejo
con tus senos fríos como el mirto.
Mitad luz, mitad sombra.
En tus muslos,
en tus caderas duras,
la luz fría
de un marfil vivo traes.
Precisa dentro de un arco
de silencio verde.
Del hondo misterio del bosque
sales desnuda.
Las manos vacías,
sin aliento ni aire.
Tersa, como un lago muerto.
Clara voz entre las hojas.



5


Crucero

¿Por cuál camino marchó su cuerpo?
Dos caminos la llevan al mar,
y uno al prado más tierno.
¿Por cuál camino marchó su cuerpo?
Dímelo tú, Señor,
que la has visto desde la cruz.
Dos caminos la llevan al mar,
otro al prado más tierno.
El mar no lo oigo
y el prado está en sombra.
Llevaba los pies desnudos,
el cabello al viento.
Ni una brizna ha dejado por huella,
ni una canción, ni un aroma.
Anhelante, loco, ante ti estoy.
Dímelo tú, Señor, que la has visto cruzar.



6


El vals de la niña pobre

Baila, baila, baila...
Tus harapos quedaron
en la escalera.
Dentro estás de un rico cofre.
Una hermosa tristeza
canta el piano,
una sombra de acordes
escala tu cuerpo perfecto.
Baila, baila y gira
entre antiguos terciopelos.
(Oriente de perla
pasa por los viejos espejos.)
¡Oh, tus redondos senos!
Tus muslos fríos,
nácar para el ébano caliente.
Milagrosa y dulce luz
hay en tus ojos.
Baila, baila y gira...,
olvida tus harapos.



7

Verano

Los blancos caballos del estío
por las puertas en sombra
de mis murallas entran.
En las tiernas rosas de sus ollares
la niebla de los ríos.
Grito en punta, diamante,
vencejos negros
cortan el cielo terso.
(Te daré mi bandera alegre
para la torre de mi plaza.)
Tibia plata y oro fresco
en los brazos y los hombros.
La luz y la sombra
en los senos temblorosos.
La tarde se fue hacia el río,
y hay un misterio en aquella orilla.
¡Qué luz para un cuadro
antiguo!


8

Otoño

Otoño, alto otoño,
destilado licor.
Ella desnuda, limpia,
en un suntuoso cuadro
(luminoso marfil).
Quisiera ser ámbar
la hoja.
Si tocases al río
sonaría a puro oro.
Otoño, alto otoño.
Nada vibra
ni se derrumba;
nada hay hostil
en la tierra.
Almíbar transparente.
Sereno, terso cielo.
No busquéis ahora el misterio.




9

Invierno

Fino cielo de telaraña,
ceniza de perla.
Un gallo canta:
llama sobre la nieve.
Las murallas duermen,
redondas y blancas.
Roto ya el resorte del pueblo,
las voces caen
en almohadas de nardos.
Horas sin hierro.
Reloj de harina,
nieve.
Saldrá la luna,
como un gajo de melón,
fría y dulce.



10


Interior


¿Dónde se había ocultado
su terror?
¿En todo aquello
donde había posado
su mirada última?


I

Yo esperaba algo
que nos mostrase la soledad.
Entonces, podríamos decir:
ella está entre nosotros.
Pero el bullicio de la muerte
llenaba la alcoba.
(La muerte
aún no tenía su silencio.)

Yo pensaba: quizá mañana,
cuando ya no esté aquí,
volverá la inefable soledad;
se podrá andar en torno
a su lecho vacío,
y podremos apartar
el silencio suyo
para dejarla estar entre nosotros.


II

Estaba dormida.
Lo sabían bien las cosas
que la rodeaban,
y su frente sin huellas,
y esa dulzura que unta los párpados,
y esa humedad alegre
en las mejillas.
Y, sobre todo, su pelo,
que no estaba en silencio.

Si aquí estuviese la muerte,
todo se habría hecho pesado
y duro.

En el sueño todo está en el aire.
Entré en la alcoba...
Las rosas escuchaban,
nada se enfriaba en los espejos.
Blandos, los pliegues de las cortinas...
Todo lo que la rodeaba
estaba atento a mis pisadas.



11


Quiero cantar sin gaita

Quiero cantar sin gaita.
(Por algún tiempo
que permanezca exangüe.)
Ya quemé mis harapos
en Compostela.
Yo oigo el silencio
con que labra
la estatua del milagro,
más allá del bosque,
más allá del mar.
¡Oh, mi Galicia misteriosa!
Estoy esperando absorto,
y me rodea una eterna noche.
¿A quién puedo decirle
sé duro, implacable
con los muertos?
(Campanas de Bastabales,
de Allóns... lejos:
torres en la niebla.)
Sí, sí, ella está
en la solana
de su casa desierta,
¡muñeca de sombras!
Es invierno...
No quisiera que esta tarde
empolvase de ceniza mi verso.
Pero, otra vez,
la hora de los pianos cerrados.
¿Qué entierro camina
tras el horizonte?



12


El día malo, el día feo

¿Qué harapientos ujieres
descorrieron las cortinas
de los almanaques oficiales,
donde los ángeles de cartón dorado
velan nuestras armas?
Ondea la bandera goteando anilina
entre una lluvia tibia y muerta.
(¿Hay algo más triste que una bandera mojada?)
Has nacido, día,
de los vertederos más humildes
No naciste en el campo,
entre los chopos o la dulce hierba.
No te trajo la mañana fresca, verde.
No entraste en la ciudad
con el alegre ruido de las zuecas,
húmedo el pelo
y los ojos limpios.
Ahí estás en el alameda solitaria,
en un banco desnudo
como un forastero enfermo.
¡Día malo, día enfermo!
Tengo yo piedad de ti
y te comprendo, ¡pobre día!
He de arroparte con mi verso,
y ella te limpiará
las manos y tu frente cenicienta.
No te llevaron al asilo
donde hay siempre un sol triste
y un muro muy alto.
Lavaremos tus harapos,
te sentaremos a nuestra mesa.




13

Si tú vieses esta tarde

Si tú vieses esta tarde
como una pulida manzana
verde y rosa en la mano de la Virgen,
de la Virgen silenciosa
como el río;
el río, que ahora espera
no sé qué misterios;
que atento, absorto está
en este instante
a los más bellos acontecimientos.
No hay luchas entre las sombras
ni entre estos puros silencios.
La manzana del cielo
va quedando sola, tralúcida,
y la mano modestamente
en la sombra.
Todo entorno se ha hecho infinito;
ni montañas ni árboles
ni casi cielo existe.
¡Qué melancólica soledad!
¡Qué íntimo destierro!
Para mi frente
y mi corazón atormentado
está hecho este divino milagro.
¡Si tú vieses esta tarde!
Hasta el vuelo de un pájaro
sería monstruoso.




14

Mi refugio

¡Cuántas veces he temblado de miedo,
pensando que pueden cerrarse las puertas de mi refugio!
En él solamente cabe un mendigo.
Allí llego con mi pobre carga
de inmundicias, de basuras...
que todos los días uno recoge.
Pasa el tiempo.
Y aquel montón oscuro y triste
-oh, milagro, Señor-
se convierte en un tesoro
brillante, de piedras preciosas.

Cuántas gracias tengo aún que darte.
Mi poesía, mi reino, mi refugio...

Y otra vez por las calles de la ciudad,
con mis harapos limpios y luminosos.

Y otra vez temblando de miedo,
pensando que las puertas pueden cerrarse.



15

Si yo supiese


Si yo supiese
que en la cima más alta del monte
estaba clavado mi verso...

O en aquella lejanía,
donde el mar tiene
sus grises más tiernos...

O en lo profundo de la tierra,
donde nacen los ciegos...

Yo iría,
con mi corazón fatigado,
porque allí estaría mi reino.

¿Quién esperaría mi retorno?

Yo solo, solo
al lado de mi bandera
o de mi verso conquistado.



16

No te encuentro jamás


Otro día que se muere
sin luchas en la ciudad.
¡No te encuentro jamás!

He levantado pesadas piedras.
He tenido en mis manos,
temblorosas de miedo y de asco,
calientes pájaros y frías arañas.

He escuchado mi corazón
en el bosque y en el mar.
He madrugado
para contemplar ese entierro que transita en el alba.
¡No te encuentro jamás!

En una mañana radiante,
he visto a la madre
levantar sobre el viento de sus cabellos
ese trozo de polvo,
de oro, de nácar o marfil.
Y he visto que la luz sobre sus senos
cantaba la gloria del día.
¡No te encuentro jamás!

He mirado dentro de los ojos de la amada.
¿Por qué están vacíos sus jardines?

Ardiente te busco
en este día que se muere lento en la ciudad.




17

Paseos

Estoy solo,
casi solo.
Contemplo un cielo tierno
como una finísima lana azul.
El río está tan quieto
que parece sólido,
y bajo este bloque,
como de un almíbar cristalino,
los guijarros brillan
y me hacen dichoso.
Los chopos, tan temblorosos siempre,
se han dormido
dentro de la tarde.
Es domingo...
y es como si todo,
hasta los pájaros,
huyesen a la ciudad.
El molino viejo
está clavado en el río,
tan callado
que hasta su silencio
se copia en él.
Pero ahora...
por un sendero
al otro lado del río
pasa un entierro de aldea.
(¡Quién puede morirse
en esta tarde tan dulce!)
o veo -para eso soy poeta-
que dentro del ataúd
él va vestido de domingo:
blanca camisa, traje negro,
corbata brillante
y zapatos nuevos.
Sus uñas aún llevan su tierra,
y sus dedos deformes
torpemente se cruzan
sobre su pecho.
Van sus ojos mirando
a este cielo tan tierno.
Cerca queda su pequeña casa,
cerrada, quieta, silenciosa;
en torno a ella
hay una soledad misteriosa
que el río copia.
Solo, lentamente, regreso
a la ciudad.



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